Postales Dramáticas: Ricardo Mollo

Entrevista, no tan exclusiva, pero entrevista al fin, a Ricardo Mollo

Persimusic - Ricardo Mollo - Entrevista - Divididos - Sumo

Con Mollo hay que cuidarse. Es un tipo que hace años no hace notas para medios gráficos por la manía que tienen algunos periodistas de inventar las respuestas del entrevistado. Tal es así que llevaba siempre un grabadorcito encima para comprobar las barbaridades que después escribía algún sádico periodista o editor sobre lo que él había dicho.

Además, hay que admitirlo, es Ricardo Mollo, digo. Uno espera encontrarse una bestia-rock con el aura encandiladora propia de todas las grandes leyendas de la música. Pero no. Resulta que Mollo es un tipo sencillo, tranqui, humilde, sensible, que le gusta tocar la viola. ¿Hacía falta algo más? Tuvo la buena onda de venir a la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA para que pudiéramos acribillarlo con las más despiadadas preguntas. Y después, inevitablemente, bancarse la parva de admiradores que pedían –demandaban– (exigían) una foto con Ricardo para después ponerla en un portarretrato mersa y decirle a sus amigos: “¿Vieron, giles? Les dije que soy amigo de Mollo”, o para que les firme algún disco o quién sabe qué otras cosas puede pedir un fanático obnubilado.

Lo cierto es que tuvimos la oportunidad de que nos cuente sobre sus orígenes musicales, su epopeya adolescente, Sumo, Divididos, la industria discográfica, los festivales, y por supuesto, de su música (“DUH”). Persi Music no podía, sin más, estar ausente en semejante evento.

De pequeño: Richie, riqui, o “mollín”

No sabemos cómo le decían sus padres cariñosamente, pero lo cierto es que Ricardo Mollo nació inopinadamente el 17 de agosto de 1957 (exactamente ciento siete años después de la muerte de San Martín, catorce después del nacimiento de Robert de Niro, cinco del de Guillermo Vilas, y dos años antes que mi vieja: un grosso) en Pergamino, provincia de Buenos Aires.

Su padre tenía una fábrica de zapatos, su hermano –Omar– había manifestado una temprana vocación musical, folklorista y telúrica. Estaban apenas plantadas las semillas que lo convertirían, a su vez, en protagonista del rock local con su grupo MAM, y posteriormente (contemporáneamente) en un nuevo adepto al tango. En plenos 50’, en la casa de los Mollo se escuchaba únicamente folklore y tango.

Ricardo se crió en este ambiente, en una casa donde siempre había un tocadiscos prendido. Y, hoy en día, no puede evitar emocionarse cuando se acuerda de los paseos con su padre y su hermano por los parajes pergaminenses. Silbando y cantando una canción de un paisano suyo, Atahualpa Yupanqui, rodeados de remolinos danzarines y pedregales brillosos. Y así descubrió Ricardo que quería dedicar su vida a eso.

Las primas adolescentes trajeron la novedad de un Leonardo Favio o un Sandro, y eso planteó una renovación de material. A los nueve años, participó –y ganó– un concurso de canto en una sociedad de fomento en Temperley, interpretando un tema de Leonardo Favio. De allí en adelante, fue todo exploración musical. Pero antes, antes… un exilio indeseado.

La fábrica de zapatos de don Alejandro Pascual Mollo se incendió. Representó una gran pérdida: tuvo que arreglar todo, pagar sus deudas, y luego llevar a su familia a Buenos Aires a empezar de cero. Allí Ricardo tuvo que trabajar con su padre, pero ya la música representaba ese torrente espiráldico que lo estrangulaba sin piedad. A los diez años descubriría, de la mano de su hermano, el soul penetrante de Aretha Franklin. A los doce tendría su primer guitarra. Y a los trece, en la casa de la novia de un amigo suyo (que tenía tocadiscos), haría un descubrimiento capital:

 

Estas performances de Jimi Hendrix, incluidas en el lado seis del vinilo Woodstock: Music from the original sountrack and more (y posteriormente recopiladas en el CD Live at Woodstock), marcaría un antes y un después en la vida de Ricardo Mollo. Transitaría la secundaria penosamente, deseando volver a su casa para ponerse a tocar la guitarra, y a pasar lentiiito lentiiito los discos en el Winco para entender qué carajos hacía Hendrix con la guitarra, y cómo lograba esas sonoridades (y cómo, además, tocaba con los dientes). Luego, en el trabajo, consumiría sus horas laborales imaginando nuevas combinaciones de acordes, progresiones y riffs exploratorios. Y esto es, para Mollo, lo más importante, éxito mediante: nunca olvidarse de ese pibe que lo único que quiere es tocar la guitarra.

La industria

Ricardo Mollo tuvo la oportunidad de formar parte de una de las bandas más emblemáticas del Rock Nacional argentino, en muchos sentidos rupturista y exploratoria: Sumo. Mucho se escribió sobre la banda, es al ñudo recalcar lo importante que es para la historia de la música nacional y para la “vieja” y “nueva” juventud (además, claro está, para todos los pibes de más o menos 21 años que se llaman Luca).

Pero Mollo aclara que el éxito masivo de Sumo llegó recién después de la muerte de Luca Prodan. En 1988, cuando Mollo y Arnedo siguieron tocando juntos (para luego formar Divididos, junto con Collado), se presentaron a la discográfica con la que habían trabajado con Sumo, y allí les dijeron: “Primero, toquen. Después, vemos”. Y así entramos de lleno en el funcionamiento de la vorágine comercial de la industria musical. No es para menos. Divididos tiene el derecho de las canciones, pero no de los discos, no del soporte. Luca, por ejemplo, nunca llegó a cobrar el dinero que le correspondía por derecho en S.A.D.A.I.C. Cansados de estas operatorias, cansados de las consecuencias de trabajar con un sistema caníbal, cansados de irregularidades y manejos extraños (ver Yapa), decidieron abrirse y producir sus propios discos.

Esto trajo aparejada una independencia de doble filo. Por un lado, no tienen nadie que los apure, tienen total libertad de elección artística y manejan sus propios tiempos. Pero por otro, producir es una tarea que lleva tiempo y no es sencilla. Es por esto que, por ejemplo, no hacen un nuevo lanzamiento de estudio desde el 2002.

Mientras tanto, se dedicaron a hacer recitales y presentaciones en vivo, que es después de todo lo que más les gusta. Con algunas contradicciones: reprueban mucho los festivales “patrocinados” por tal o cual marca, ya que es simplemente una movida marketinera; Mollo piensa que lo más importante debería ser la música, y no el auspiciante. También es una suerte de desprecio a las bandas que recién están empezando; consecuencia tal vez de que el grueso de los espectadores van a ver a los grandes artistas. Pero, por otro lado, Divididos se presenta regularmente a festivales que llevan el nombre de una cerveza, una gaseosa o un celular, porque no pueden conseguir un estadio o lugares amplios donde tocar. Mollo combina su deseo de tocar en un estadio con la más profunda vergüenza de tocar, él sólo, frente a unas veinte personas.

 

Y de yapa…

Barba

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