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Heraud, un río que dio a la mar

Confieso que me gusta visitar museos, lo barroco junto con la quietud de sus recintos me es agradable ante el trafalgar de la ciudad. Muchas veces me he maravillado ante algún objeto que conocía vía bibliográfica, verlo en directo en su forma real no tiene parangón. Los mantos fúnebres de los paracas son una maravilla en su confección, por ejemplo. Hay obras maestras como Venus y Marte de Botticelli que exigen al receptor pasearse ante el cuadro para contemplar la belleza en su extensión horizontal, comprender las tonalidades en los cuerpos de los dioses, esa línea delicadamente oscura que contornea sus figuras, así como la pincelada blanca en el casco de Marte el cual es llevado por uno de esos pequeños sátiros juguetones, entre otras bondades de tan exquisita pintura.

Muchas veces la visita al museo cultiva y enriquece los saberes previos con los que el espectador va. Por ejemplo, amo a Eielson en la experiencia artística de su vida. Me explico: su existencia fue todo un arte, a su paso dejó regada su obra, la cual es variada y compleja en clasificar. Un artista al ciento por ciento. Pocos pueden ser catalogados así. Alguna vez leí que su poemario Canción y muerte de Rolando era importantísimo y que había sido publicado por la histórica editorial La Rama Florida de Javier Sologuren. Sabía que bajo ese sello habían salido significativos poemarios de la literatura peruana. No obstante, ver la edición príncipe en un museo me impactó. Yo me hacía la idea de que el ejemplar era monumental. La realidad era otra: el libro era pequeñísimo y sencillo. Provenía de la biblioteca de Ricardo Silva-Santiesteban y estaba encerrado en una vitrina junto a otros objetos del poeta. El libro en cuestión era bonito en su sencillez, ya después me enteré que La Rama Florida trabajaba de manera artesanal, pero eso sí, muy cuidadosos en sus ediciones.                      

También me quedé conmovido con un poemario que conocía, Minúsculas de Gonzáles Prada. Yo en mi ignorancia, pensaba que solo se titulaba así por los poemas de corta extensión. Pero no. Tuve que recorrer un museo para darme cuenta de que llevaba este nombre porque los primeros ejemplares habían sido manufacturados en una pequeña imprenta de juguete que el maestro había regalado a su niño. O sea, este libro tenía un mensaje editorial rebelde a la vez que vanguardista. Increíble fue mi reacción, puesto que no me cansaba de observar y observar a la pequeña imprenta que se encontraba en exhibición en un salón de La Casa de la Literatura Peruana, ahí en La Estación de los Desamparados.  

En este mismo recinto he visitado reiteradas veces una exposición sobre el poeta Javier Heraud, la muestra se llama Heraud-Dimensiones de un viaje. Y en sí, el recorrido es todo un viaje de experiencias. Fascinado me quedé al encontrarme con fotografías de su niñez y juventud. Ellas nos muestran sus actividades familiares, deportivas y académicas. Si uno abre las compuertas a la imaginación, presenciaremos las condiciones sociales y culturales que influenciaron su obra. Cierto es que pertenecía a una clase acomodada limeña, por ello el acceso y admiración por parte del joven poeta hacia clásicos líricos como T.S Eliot, Dylan Thomas, Ginsberg, Machado, Hernández o Alberti, autores que se encontraban en su biblioteca personal. Su temprana inclinación hacia la literatura se pone en evidencia con una pequeña copia de la traducción del cuento Las hermanas de Joyce, aparecido en El Comercio.

Ver sus objetos personales como su máquina de escribir, sus cartucheras con sus acuarelas, juntamente con sus dibujos nos invita a pensar en su labor artesanal. La tinta y la aguada en confluencia y experimento. Siempre hemos valorado a los poetas solo como artífices de la palabra, pero en muchos hay como un valor agregado en la práctica del dibujo. Recordemos los bocetos, los garabatos de Vallejo, las pinturas y fotografías de Eguren, las ilustraciones de Valdelomar; si nos remontamos tiempo atrás, el caso de Guamán Poma de Ayala es muy significativo, en la modernidad, Eielson se constituye en todo un paradigma. Heraud no escapa de esa pléyade. Existe una gran relación entre la palabra y la imagen, entre la labor artesanal de forjar el verso con la labor de mover el pincel tratando de expresar formas. La copia facsimilar de Las sombras y los días nos muestran el ser artístico experimental y juguetón que era el poeta. 29 páginas tipeadas a máquina donde hay poemas, collages, con correcciones y enmiendas. Un juego poético practicado en casa, en donde en la cotidianidad de sus días el poeta se mostraba como tal.     

Cada vez estoy convencido más y más que el sujeto lírico es como un brujo, quizá un chamán, manipulando signos para mostrar las formas, las texturas, los colores de su alma; y es que el poder mágico de la poesía también en su espiritualidad puede sugerirnos vaticinios. Los verdaderos poetas se adelantan hacia visiones más allá de la realidad de lo simple y evidente, y en Heraud se observa esta característica envuelta en cierta ternura lúdica de muchacho inocente, pero consciente de su talento. Ello se pone en evidencia cuando se contempla la anotación que hace en una portada príncipe de El río: “Este papel pasará a la posteridad y por él se pagarán enormes cantidades de dinero”, dedicado a su amigo y editor Javier Sologuren. Heraud sabía que en los próximos años su figura se iba convertir en un mito de su generación, como símbolo de lo social y lo puro en su máxima expresión.       

Vallejo también sabía de su propio genio y lamentaba su pobreza. Heraud nos daba pistas de su muerte, él era un río que pronto iba a dar a la mar, él era un viaje. La muestra también nos guía en su recorrido por Europa, su impacto ante el arte monumental y las dinámicas sociales del Viejo Continente, pero además, el recuerdo y añoranza hacia la tierra que le vio nacer. Las cartas tiernas a su familia lo evidencian. En esas últimas etapas de su vida podemos ver cómo poco a poco las circunstancias van confabulando para que los vaticinios del poeta se vuelvan realidad. Como participante del Foro Mundial de la Juventud, participa activamente en los intereses de su tiempo. Entre sus pertenencias un ejemplar de un minilibro de El Manifiesto Comunista de Marx adquirido por el joven poeta en París nos sugieren su ideología, su compromiso de existencia con la vida. 

¿Qué ideas de justicia rondaban por la mente del poeta? ¿Qué injusticias las que quería combatir? La siguiente escala de su viaje fue La Habana. El poema Elegía es estremecedor. El bardo confiesa: “Yo nunca me río / de la muerte. / Simplemente / sucede que / no tengo / miedo / de morir / entre / pájaros y montes.” Lamentablemente el viaje tenía que llegar a su fin. Unas cuantas balas segaban la vida del hombre. Sabemos que el poeta no se ríe de la muerte nunca. Nosotros lloramos su desaparición. En este recorrido he imaginado el estremecimiento de la naturaleza, esos pájaros, ese monte, el blanco rostro de la muerte y su túnica tétrica, el poeta acompañándola solitario, solitario. A nosotros solo nos queda leer sus poemas, maravillarnos ante su obra, contemplar el mito de este hombre, la magia de este poeta. Su viaje.

Jesús Humberto Santivañez Valle

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