Everything is going my way and I feel inclined to say:
Today is my lucky day.
Eric Herman
Hay días en que uno se levanta de buen humor. Al abrir los ojos, una sonrisa se te escapa de entre las sábanas. Nada puede salir mal. La vida es bella.
Hay días en que los museos brasileños se incendian, el bolívar venezolano se devalúa y las universidades mejicanas entran en paro indefinido. Terremotos por aquí, enfermedades por allá. Pero a ti no te importa lo que pase en el mundo; te preocupas sólo por ti y por lo que realmente es importante para tus triviales consuetudes. Hoy estás de buen humor como para poner demasiada atención en los problemas del mundo.
Hay días en que se te acaba el gas a medio baño, el jabón te entra en los ojos y la camisa blanca está rota —tiene un hoyo por quemadura de cigarro. La otra camisa está sucia y, al buscar en el armario, todas las demás te quedan demasiado grandes. Estás muy flaco, dijo el doctor, al filo de la anemia; desde el divorcio no has comido bien, te has descuidado mucho. La camisa de doble costura es la mejor, aunque te quede grande, pero ni modo de ir desnudo al trabajo. También se te acabaron los rastrillos, no encuentras las llaves y no hay nada en la cocina para desayunar. No importa, igual careces de apetito y, además, este día nada podrá perturbar tu buen humor.
Hay días en que el carro no enciende. Tiene gasolina. Ayer estaba bien, funcionaba a la perfección. Abres el cofre, miras hacia adentro, pero no sabes nada de automotores. No hay más opción que maldecir al mecánico. Pero tranquilo, no pasa nada, recuerda que hoy estás de buen humor.
Hay días en que tu jefe te regaña por llegar tarde al trabajo. Es que el transporte público es un infierno. No me interesa, te dice el jefe, te voy a descontar el día. Pero sólo fueron dos horas, esto es un abuso de poder, eres un desgraciado. Entonces, te dice, estás despedido. Pero tú estás de buen humor y de todos modos ya estabas harto de ese trabajo agobiante y de ese jefe desalmado. Sonríes y te vas.
Hay días en que la prostitución matutina huele deliciosa. Y esto sí te sale bien. ¡De lujo! Ningún error, ningún contratiempo, ningún desperfecto. Tal vez ya tengas chancro, sífilis o SIDA, pero hoy nada podrá arruinar tu buen humor.
Hay días en que los criminales deciden sondear un nuevo método: asaltar moteles, sorprender desnudos a los clientes y exigirles la billetera o, si no, acomodarles una bala en los genitales. Los clientes, cuerdos y conscientes, prefieren mantener su satiriasis intacta. Pero como tu buen humor quiere culminar en una penetración anal y no podrás pagarla si se llevan tu dinero, mejor la bala en los huevos.
Hay días en que la muerte viene por ti. ¿Por qué? Ella te informa que te dispararon más arribita de los testículos y además dos veces. No importa, muerto pero de buen humor.
Hay días en que San Pedro también está de buen humor y te deja pasar sin pedirte siquiera una identificación. Un ángel responde todas tus dudas: tenemos piscina, spa, campos de golf, permanencia voluntaria en el cine y bufete de comida china. Le agradeces y te vas al cine. Allí, entablas charla con una bellísima muchacha recién muerta (igual que tú), una jovencita de veintitrés años que fue atropellada por un borracho estúpido. La invitas a tener relaciones anales —para no quedarte con las ganas— y, al ver su expresión de desconcierto, la convences diciéndole que ya están muertos, que en el paraíso no hay infecciones venéreas ni nada de qué preocuparse. Tras tu rauda eyaculación, mientras se fuman un cigarro, te pregunta cómo moriste. Por supuesto, no le vas a contar tu vergonzosa anécdota; prefieres decirle que fue durante un incendio, tratando de salvar a un niño atrapado en su casa, le confiesas que no te arrepientes y sólo esperas que él sí haya sobrevivido. En ese momento, dios entra en la habitación y los sorprende aún desnudos. La escena te recuerda el motel pringoso, con lumia ingenua, bandido cerril y hasta ese fétido hedor a semen seco. Pero tu buen humor no se va a acabar sólo porque dios te expulsó del cielo para siempre.
Hay días en que Can Cerbero también te deja pasar amablemente. Le explicas al diablo que dios se molestó contigo porque le mentiste a esa señorita. Él se burla y tú, aunque realmente no entiendes por qué la mentira es tan deletérea, te ríes de todos sus chistes. Después de invitarte un trago, te dice que él de veras comprende tu situación, pero que estás en el infierno y tienes que sufrir. Pero no te preocupes, agrega confortante, parece que hoy estás de buen humor. Así es, estás condenado por toda la eternidad, pero el diablo tiene razón: ningún tormento logrará doblegar tu buen humor.
También hay otros días en que uno se levanta de mal humor. Tienes una bella esposa y dos hijos hermosos de cuatro y seis años. Tu carro es algo viejo pero jamás ha fallado. Tienes un trabajo estable y tu jefe es bastante comprensivo. No eres rico, pero llevas un nivel de vida bastante cómodo. Gozas de buena salud. Y los noticieros anuncian mejoras económico-sociales para tu país. Pero nada importa, porque hoy amaneciste de mal humor y no tienes tiempo (ni ganas) para valorar tu vida. Sólo te limitas a pensar: “¡Ojalá que a este mundo se lo lleve el diablo!”.
Kobda Rocha