Transmetal – El Amor Supremo (2003)


1. El Amor Supremo
2. Un Océano de Tentaciones
3. Vendí mi Alma…
4. Encarnación del fuego
5. Vehemente
6. Servidor Infinito
7. Invocación y Conjuración
8. El Placer más Alto
9. Adoración y Entrega
10. Un Pacto Escrito con Sangre

Un hombre, hundido en la tristeza, escupiendo pesar y desgracia, poseedor de una larga desesperanza y un gran corazón doliente, cada noche mira el cielo a mitad del conticinio. Allá, en las alturas, ante el eterno brillar de las estrellas, imagina que su alma encontrará la quietud anhelada que ninguna otra cosa terrestre le puede ofrecer. Tras largos años de nostalgia, termina por mirar en sus propias tinieblas y, justo allí, en la penumbra de su pecho, encuentra el Amor Supremo. Una estrella ha bajado hasta él.

Ella es la raíz del fuego que ha de incendiar su espíritu, es el metrónomo-palpitar de su corazón, es un océano de tentaciones. Ella, para él, es una estrella prohibida, inalcanzable. Tendrá que conformarse con mirarla anhelante, como espiándola, porque ella tiene ya un destino con Adán. Eva, su estrella, es mujer para su hijo (su barro y su lodo). Él, Dios, los ha creado con ese propósito; enamorarse de ella fue un error bastante humano, a decir de un dios.

Celoso, tras notar la carne de Adán sobre la piel de Eva, Dios vende su alma a Lucifer. Quien alguna vez fue su enemigo, desterrado por su propia justicia, ahora es su única salvación. Lucifer es el único ser capaz de permitirle poseer a Eva. En tanto pueda ser el único que logre acariciar con su lengua la pasión triangular de Eva, él sucumbe ante las cláusulas más oscuras de Lucifer.

Dios, emergido desde el infierno, naturalmente convertido en fuego por las llamas seculares de su entrañable ángel de la luz, encarna en mágica expresión corporeizada. Eva no resiste la tentación de poseer aquel fruto prohibido, no resiste la tentación de poseer a Dios mismo. Lo acaricia, lo aprisiona y lame sus exuberantes formas, dialoga con sus manos, grita de dolor y euforia al recorrer tan hermosa geografía. A lo lejos, sobre la espalda de Dios, ella ve asomar la mirada irónica de Adán.

En vehemente imploración, Adán busca hambriento una migaja de gracia, de gloria, de paz. Adán ha quedado huérfano y soltero al mismo tiempo; su padre no lo escucha y su mujer no lo ama. Mira su reflejo y se descubre decrépito. Ha sido derrotado.

Infeliz, Adán recurre a la autohumillación. El dolor y la pasión lo afligen, el viento azota los escombros de su existencia, moribundo solloza sin cesar. De rodillas, miserable, se ofrece voluntariamente como un sirviente infinito, más allá del fin del tiempo. Grita ambos nombres, no importa quién lo escuche, Dios o Eva, él sólo busca una pizca de compasión y piedad.

Dios, aún extasiado, impotente ante la fiera furia de Eva, cae dormido. Lucifer, despierto, voyerista, al mirar la devoción de Dios hacia Eva, no logra evitar caer en la tentación. Bajo el hechizo de sus ojos, fuerte y subyugante, abrazado al fuego inmemorial, invoca el nombre del Amor Supremo.

Es con Lucifer donde Eva experimenta el placer más alto. Su sangre, sus caderas, su pasión, arden más intensas que las flamas del recinto infernal. Lucifer jamás ha presenciado tal cantidad de pecado y maldad, no sabe cómo proceder, descubre hasta sus últimos trucos, se entrega por completo. Eva, siempre seductora y sensual, discurre decepcionada sobre Lucifer, quien ahora sólo significa un encuentro casual.

Embobados, enamorados, Dios y Lucifer adoran a Eva por sobre todas las cosas, incluso por sobre sí mismos. Entregan sendos reinos por un centímetro de mujer, se abandonan a la locura carnal, pierden ahí el alma. Ya no más deidades, Eva los desprecia cual gusanos.
Inteligente, humano, Adán ya no busca a Dios. Reconoce el fracaso de su padre. Tampoco busca a Lucifer, pues nada tiene que ofrecer para un hombre tan altivo y poderoso como lo es Adán. Aunque anciano, él confía en su original costilla, sabe que tras el reencuentro con la figura jovial de Eva, su propia armonía resurgirá. Entrega su alma, libre y total, a las fervorosas manos de su mujer; él ha encontrado en Eva una deidad digna de eterna dilección. Eva es el verdadero Amor Supremo.

Kobda Rocha

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