2×1

Cuando hablamos de música y literatura se hacen presentes varios casos de intertextualidad. Es cierto que en las obras literarias la música es un recurso concurrente, y de hecho bastante evidente. Sin embargo, en las obras musicales también se encuentra, de una u otra forma, la literatura como recurso.

En primera instancia, podemos mencionar la música con líricas, las cuales son un primer acercamiento a la poesía (no todas, claro está). El ritmo, la rima y el metro son herramientas de control mental poderosísimas cuando son aplicadas por encima de la melodía —si no me creen, escuchen los corridos norteños, el pop barato, las monótonas monofónicas o los narcosatánicos (¡y ya verán!). La música con voz y letra también se apoya de la retórica, de la poética y hasta de la gramática para alcanzar su objetivo (que no siempre es artístico meramente).

Pero, dejando de lado lo artificioso, existen casos de relación directa, de influencia visible, de inspiración expresa. Cómo olvidar, por ejemplo, “Molinos de viento” de Mago de Oz, referencia clara a El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes Saavedra —este grupo tiene otras canciones con ligadura a otros libros, pero no haremos mayores menciones aquí, pues simplemente el mismo nombre de la banda nos dirige al libro de Lyman Frank Baum. Otro ejemplo es la canción “Macondo” de Óscar Chavez, la cual está referenciando el pueblo donde se desarrolla Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Con esta misma naturaleza toponímica, el nombre de la banda Opeth es un referente conexo a The Sunbird de Wilbur Smith.

Hay otros casos en que toman un poema y lo musicalizan. La poesía, es cierto, por sí sola ya tiene cierta musicalidad. Sin embargo, la instrumentación de ese poema es un ejercicio de écfrasis bastante interesante cuando se reinterpreta y encumbra en un nuevo ámbito artístico. Ejemplos de esto es el trabajo magnífico que hizo Chalino Sánchez [aunque a la primera da risa] con el Nocturno a Rosario de Manuel Acuña, la adaptación vocal que realizó Nacha Guevara a Te quiero de Mario Benedetti (entre otros tantos poemas del mismo autor), las manipulaciones de los poemas XV y XX de Pablo Neruda hechas por Víctor Jara y Anabantha respectivamente, la extrañísima experimentación emprendida por Lana del Rey con Burnt Norton de Thomas Steams Eliot, el explícito y truqueado apoderamiento de Caminante, no hay camino de Antonio Machado por Joan Manuel Serrat, el sublime homenaje que hizo Óscar Chávez a José Martí a través de La niña de Guatemala, la suprema realización que encumbró Tierra Santa en La canción del pirata de José de Espronceda —por cierto, esta agrupación ha llevado al sonido varias referencias literarias, aunque ninguna tan excelsa como la mencionada—, la oscura presentación de Les litanies de Satan de Charles Baudelaire hecha por Rotting Christ (aunque Transmetal les ganaron a hacerlo, con una versión traducida al español titulada Las letanías de Satán en su disco Tristeza de Lucifer), y las versiones alteradas con atrevimiento que propuso Guty Cárdenas para Blanca Rosa y Yo pienso en ti de Antonio Plaza.

Hay también casos que parecen más plagios que musiclizaciones. Por ejemplo, la canción Guantanamera que lleva retazos de versos de Martí. También, y esto parece más una burla, podemos mencionar Una divina commedia de Zecchino d’oro —no es necesario mencionar la referencia, ¿o sí?, pues es bastante evidente hasta para el más iletrado de los escuchas. Incluso la canción Lobo-hombre en París del grupo La Unión tiene estragos inconexos de El lobo-hombre de Boris Vian.

Finalmente, hay casos en que se toma no sólo un pasaje, un aspecto, un lugar, un poema o un fragmento de una obra literaria, sino que se toma toda la obra literaria por completo. La primer mención de esto es la clásica de Metallica For whom the bell tolls con origen en el libro de Ernest Hemingway. Otra mención infaltable es el disco The Antidote de Moonspell compuesto directamente sobre el libro de José Luis Peixoto.

(Hagamos un paréntesis para comentar unos casos, cosas raras como As I lay dying de William Faulkner, Paradise Lost de John Milton, Bullet for my valentine y Bring me the horizon de Ben Welch, Of mice and men de John Steinbeck, Shadows fall de Simon R. Green y Macbeth de William Shakespeare, que por alguna razón extraña se convirtieron en los nombres oficiales de algunas bandas [¿Pagarán derechos de autor? ¿Cuántos millones?]. Uno no puede dejar de preguntarse dónde están las bandas latinas que se llamen La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada o también Historia de cronopios y de famas o incluso, por qué no, El camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse.)

En conclusión, la música y la literatura encuentran siempre la forma de ir por la historia tomadas de la mano. El sentido ecléctico de las artes y su poco ortodoxo modo de conducirse por los corazones de los artistas hace que de vez en cuando surjan genios que saben tomar lo mejor de ambas, música y literatura, para ofrecer al mundo obras maestras que queden en la memoria auditiva, sensorial, emotiva, emocional e intelectual de quien presencie tales maravillas. Tal es el caso de Lorenzo Partida al traer a la vida El infierno de Dante y México Bárbaro, por ejemplo. Sin mencionar que él mismo es un escritor, un poeta, un músico, un compositor y, en fin, un artista, un genio, un ser humano de elevados talentos. Pero eso será tema de otra digresión, porque tan eminente maestro merece su propio texto.

Kobda Rocha

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