Si miraras al cielo y pidieras una sola oportunidad, ¿sabrías interpretar el mensaje cuando llegue?. ¿Estarías a la altura de ofrecerte a ti mismo un segundo párrafo y separar lo que fuiste de lo que debas ser?. Realmente ¿te darías cuenta donde esta esa nueva chance?. Y en caso de ver entre tus manos ese poder para cambiar todo de una vez, ¿te animarías a hacerlo?.
Es muy fácil hablar por hablar. El destino si lo hay es extraño, impulsivo, traidor, desafiante, posesivo. Podríamos dedicarle todos nuestros años de existencia, temerosos de lo que vendrá, o podríamos más bien hacer lo que nos plazca. Sin embargo, esta segunda opción trae aparejado distintos problemas que nos llevan a recomenzar el diálogo de las oportunidades.
¿Dónde está Dios cuando más lo necesito?. ¿Por qué siempre me pasa a mi?. Y con los dramas nos surge el egoísmo a más no poder. Todos tienen que prestarnos atención. Porque al primero que se le ocurra esquivarnos le desearemos años de mala suerte. Pero no todo gira en torno a nosotros. No somos el Sol. No pretendamos serlo, porque nadie tiene tanta luz.
Antes de decidir se dice: “No, primero tengo que esperar a que me vaya bien en lo laboral, en lo económico, en mis relaciones personales, etc.”. Antes de emprender algo, primero esta acomodar allá, refaccionar acá. Y esa oportunidad se va sin ser siquiera observada. Es el mísero temor a la vida. El temor a cambiar. El temor a equivocarse y que la vereda de enfrente se te cague de risa.
Les damos valor justamente a las críticas de los que no tienen valor para hacer su vida sin meterse en la de los demás. Ponemos el énfasis en la sílaba equivocada. Batimos con dos botellas vacías que mañana las nubes se abrirán ante una espada que al otro día jamás nos animamos a empuñar. Y así, una tras otra, las chances modelan en minifalda ante nuestros ojos. Pero nos escondemos al verlas pasar.
Carlos David Rodriguez