Soundtrack de los muertos

Extraído del libro P L A G I O S

Hoy tuve un sueño extrañísimo:

No estoy seguro de poder explicar el escenario con precisión; era un tanto apocalíptico, aunque no como lo hubiera imaginado. Tal vez mis expectativas son muy diferentes al escenario actual por culpa de todas esas películas del fin del mundo y apocalipsis zombie que solía ver con mi hermano cuando éramos jóvenes.

Lo mejor de todo fue ver a mi hermano otra vez. A penas si lo recuerdo, o recordaba. Esta situación me trajo su presencia de vuelta. ¿Cómo podría describir a mi hermano? Él nunca fue tan estúpido como yo; él era sensato, era sabio, atinado en sus ideas y en sus opiniones. Sin embargo, ahora que nos reencontramos ―debo confesar― se mira cambiado… como más viejo y más listo, pero sin el toque jovial y burlesco que solía tener.

¿Qué le iba a decir?, ¿cómo se lo iba a explicar? Crucé medio país para encontrarlo, creí que él… pensé… tal vez, a estas alturas, ya estaría muerto. No busqué a mi madre ni a mis hijos; en ese momento, cuando vi morir a mi ex-esposa, sólo pensé en mi hermano. Aún, sólo pienso en él, en protegerlo, en mantenerlo con vida. A veces pienso en mi hija; quizás ella siga con vida. Algunas veces la sueño: sonríe me dice “¡Papi, te amo!” comienza a bailar con su vestido floreado me abraza luego sigue bailando llena de alegría veo a su madre también ambas bailan sonrientes hermosas tan llenas de vida tan llenas de amor.

Yo no sé cómo llegó o por qué regresó, pero estoy feliz de que lo haya hecho. Uno puede enterrar a sus padres, divorciarse, molestarse con sus amigos, pero jamás olvidar a un hermano. Y él es el único que siempre se quedó conmigo; él es el único que me acompañó en mis viajes; él es el único por quien podría morir; él es el único que puede golpearme hasta agonizar sin que yo lo deje de querer; él es el único.

Aquí todo parecía tan tranquilo que por unos días olvidé que el mundo se estaba yendo al carajo. Me dediqué a pasar tiempo con mi hermano: bebimos, pedimos pizza todos los días, jugamos ajedrez. Él no preguntó, sólo sirvió el vino (ya ni siquiera sé qué bebimos) y levantó su vaso diciendo “¡Por la estupidez humana!”, ¡por la estupidez humana, pues!

Los primeros días no dijo nada, sólo se dedicó a comer y beber. Nunca supe cuándo comenzó a beber, pero no pregunté y de hecho no me interesa. Pero después vino esta cosa… ni siquiera sé cómo llamarlos: ¿Deadites?, ¿Zombies?, ¿Caminantes? Mas nada de lo que Hollywood me mostró se parece a esto. La verdad es que pasó mucho tiempo desde que empezó hasta que yo vi al primero. Mi hermano levantó una muralla enorme, armó barricadas, elaboró trampas e instaló alarmas en toda la casa. Dijo que ya los había combatido antes. ¡Dios, lo dijo con una calma y una seguridad impresionantes!

Él había caído inconsciente por culpa de las drogas que se metió. Yo estaba un poco mareado, pero desde Tijuana ya no había podido dormir realmente tranquilo por más de dos horas. Pasaron al rededor de dieciocho horas antes de que él despertara, tiempo suficiente para asegurar su casa y hacer reservas de comida para varios meses. Creí que, cuando despertara, me llamaría loco o enfermo, pero sólo se levantó y dijo “¡Yo te sigo, hermano!”.

Estuvimos encerrados durante semanas. Si algo aprendí de George A. Romero, es que lo más importante en una situación de tal naturaleza es el ejercicio, mucho ejercicio. Sentí recobrar la juventud: aislados del mundo como cuando adolescentes, compitiendo por quién tenía el cuerpo más musculoso, hablando de cosas inútiles y sin sentido, escuchando música ―La Música, nuestra música.

Un día llegó el Blastardo con aquella mujer. Mi hermano lo conocía a él, pero ella era una total extraña que se había encontrado en el camino. Pidió que lo llamemos Blast porque, dadas las circunstancias, podía utilizar el nombre que quisiera. Llegó con armas y libros en blanco: las armas para sobrevivir, los libros para coexistir.

Cuando llegó el Blastardo con ella, entre los cuatro creamos un tracklist que escucharíamos en caso de morir, es decir, lo escucharíamos en el preciso momento de nuestro fallecimiento. Cada uno tiene en su poder una USB con el soundtrack de nuestra muerte. No fue una tarea fácil. De hecho, hubo todo un procedimiento: 1) los cuatro debíamos escuchar la canción dos veces, una todos juntos y una individualmente; 2) quien hubiese propuesto la canción, debía dar argumentos de por qué consideraba que merecía su lugar en la lista; 3) si alguien estaba en desacuerdo, establecía su opinión y quien estuviera a favor debía contraargumentar sucesivamente; 4) después de terminada la discusión, debíamos escuchar la canción nuevamente ―en grupo y en solitario―; 5) y finalmente se hacía una votación para decidir si entraba o no en la lista. Con una buena colección musical, uno no se acobarda ante la muerte. Inclusive, a veces deseo morir sólo para escuchar la música que me acompañará en el viaje.

Estar aquí con mi hermano es una experiencia única. No creo que alguien en este mundo pueda ponerse a hablar de música justo a la mitad del apocalipsis. El Infierno de Dante, ¡cómo bromeamos con eso! A veces alguien soltaba tan buen discurso ―discursos que podían durar días― que de algún modo nos convencía de agregar su canción a la lista. Mi hermano, por ejemplo, nos convenció de votar a favor de la canción que musicalizó la película Cannibal Holocaust. Muchas y muy buenas canciones quedaron fuera; igual que la gente hoy en día.

De vez en vez, nos poníamos a bailar. A mí me gustaba verla a ella porque tenía un hábito de bailar saltadito y sus pechos brincaban de un lado a otro. Si mi hermano supiera que yo llegué a considerar la posibilidad de estar con ella, no… Lo envidio; de los tres, ella lo eligió a él. No puedo creer que nunca me casé. Cuando encaras la muerte a diario, te das cuenta del gran valor de las banalidades.

Y entonces sucedió: escuchamos la lista.

Cuando ella murió… al menos mi hermano dice que mueren, yo no estoy seguro de ello. Siempre creí que atacarían a los vivos, que los morderían, que se los querrían comer o que se endemoniarían y nos asesinarían. Pero no sucedió. De hecho, nada pasó en absoluto. Ella sólo se quedó ahí sentada, viéndonos ―tal vez, pensándonos. Dejó de hablar, dejó de comer. Se movía, pero no hacía nada humanamente estable. Es como si estuviera viva y sin consciencia. Yo digo que se vuelven animales, que piensan sin razonar.

Por alguna extraña razón, ella me recordaba a Ariella, mi ―digamos, por ponerle un nombre―, mi pareja. No es que no la aprecie, sino que el término noviazgo no es aplicable al tipo de relaciones que suelo entablar últimamente. No podía dejarla ahí nada más. Simplemente no pude abandonarla igual que a todas las demás. Mi hermano tampoco pudo; decía que él no la veía muerta, sino photoshopeada. Decía que la veía como si fuera foto de perfil en facebook: como más guapa, pero como vacía.

Mi hermano la bañaba y le cambiaba la ropa. Una ocasión sucedió que la vistió de una manera idéntica a la chica que me gustaba en la universidad. Ese día no pude dejar de verla. Mi hermano se extrañó con mi actitud, así que me aconsejó alejarme de ella. “No la vayas a tocar, está muerta. ¡Ni se te ocurra!”. Ganas no me faltaban. Por suerte el Blastardo me mantuvo entretenido con su teoría sobre esta cosa; habló de números transgresivos e ideas infinitesimales o algo así.

Yo ya sabía que esto no iba a durar.

Traté de disfrutarlo, pues todos sabíamos lo que estaba por venir.

Tarde o temprano todos moriríamos.

Y sucedió: llegaron por montones, entraron a la casa, nos acorralaron, expusieron sus argumentos, dispararon dos o tres veces, amenazaron con matarnos. Nada que no estuviera previsto. Así que tome el control de los explosivos y amenacé con volar toda la casa si entraban al último cuarto, donde estábamos nosotros. Después, creo que entraron. O tal vez nosotros salimos. No recuerdo. En mi cabeza sólo hay tres memorias de ese momento: (1) Blast se desquició y mató a todos. Gritaba algo de que yo era el único que podía cambiar el mundo, que si había alguien que podía salvar a la humanidad, ese alguien era yo. Recuerdo pensar en él como un Rick Grimes o un Ash Williams, recuerdo su rostro lleno de terror y al mismo tiempo de heroísmo, recuerdo que me protegía con su cuerpo y su vida. (2) Recuerdo verla a ella vaciar cartuchos completos sobre los invasores. Pensé… pienso que ellos protegen a los que quieren. Creo que después de todo nosotros éramos su familia. La imagen que tengo de ella es borrosa, como que la veo pelirroja y sin dientes. (3) Veo a mi hermano encender el estéreo, conectar su USB y caer moribundo sobre la cama. Aún escucho su voz diciendo “Ahora tú también tienes un Luca Brasi, ya no me necesitas”. Aún lo veo cerrar los ojos con una gran sonrisa y el rostro ensangrentado. Aún recuerdo la bala que le atravesó el cuello.

Glo hull… gloh último que freckerdo ss berlaella conn-n-n metragll des… des… d-d-senn-n-ntenn glah ckama juntmí. .Gsuh ckabllo. nn-n sspelda ung… ang… ung… mm-mim gherrmm-mann-n-n ung… ung… glah . k . ka-m; kamu; glah-;.?¡… glah kmossick,

Probablemente él hubiera preferido morir al ritmo de Opeth o Korn, pero Tool fue la musicalización de su agonía. Además, verlos ahí ―uno medio muerto y otra totalmente muerta― era la representación exacta de las líricas: This body, holding me, reminding me that I am not alone in this body, makes me feel eternal. Embrace this moment; remember all this pain is an illusion.

…ckunn-ndd-d-dssperrteeeee-e-e .todd-dgsstabera rojjoh. .gelh. ,gelh, mm-m-munn-ndd-dogh ess ess… ess esss …ess rojjoh,

Cuando desperté, se escuchaba Là Où Naissent Les Couleurs Nouvelles. Primero pensé que estaba muerto, pero enseguida me percaté de que sólo había sido un sueño; pues lamentablemente sigo vivo.

Kobda Rocha

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