¡Estamos de festejo! Justo hoy se cumple un año de esta sección, Digresiones Musicales. Aunque la mayoría de textos son míos, Kobda Rocha, en realidad la sección está abierta a quien tenga la misma afición por la literatura y la pasión por la música. De hecho, se han publicado textos de Natalia Balul, David Rodríguez, Santiago Segura, Mar Qin y Motorik. La variedad también se encuentra en la amplitud de géneros, pues estas digresiones abarcan desde el cuento, el ensayo, el relato, la crónica, hasta la poesía, las reflexiones, las críticas y las elucubraciones.
Hoy celebramos el primer aniversario de Digresiones Musicales y, como obsequio de cumpleaños, dedicaré esta publicación a un ejercicio autobiográfico que revise mi experiencia directa (activa) con la música. No haré un recorrido exhaustivo de mi papel como escucha, porque el camino sería casi insufrible. ¿Quién podría enumerar todas las canciones que han epifaniado su vida? No, iré directo al pasaje autobigráfico con, quizá, el mismo artificio literario ucrónico que la mayoría de ejercicios semejantes.
Cuando párvulo apenas, tras un amor no correspondido con las matemáticas, caí casi por accidente en el Conservatorio Nacional de Música. Lamentablemente, mis manos siempre han sido más lentas y torpes que mi cerebro; así que, a pesar de lo mucho que aprendía, me era complicado interpretar con precisión los movimientos más sencillos en cualquier instrumento que encontraran mis dedos. Al cabo de unos meses, fui expulsado irremediablemente.
Por el berrinche de habérseme negado la profesionalización en este arte, me dediqué a los ritmos más odiados por la academia: Punk, Heavy Metal y Cumbia. Por algún tiempo, fui miembro de Magia Musical, un grupo que amenizaba fiestas sociales (bodas, bautizos, XV años, etcétera). Corazones Rotos fue un grupo de viejitos enamorados auspiciados por jóvenes músicos sin escrúpulos. SICK ha sido la expresión más puramente contrasistema a la que he estado adscrito. Nastaroth, por su parte, fue la banda con la que experimenté la desazón de ganar un concurso. Crystal Lake, la nostalgia de aún tener sueños en la vida. El Fuego de la Luna Menguante… a la fecha no sé qué sonidos extravagantes eran esos ni tampoco sé qué hacía yo metido allí. Adnah como la experiencia más puramente glamurosa del medio. Blast, el proyecto fallido. Y, cual colofón, Las Ballenas Azules llegó para aliviar las grietas del alma.
Entre tanto armazón de aficionado, surgió un proyecto que sí logró su cometido, nos llevó a la cima (al menos a la más próxima), nos dejó experimentar en nuestras propias dimensiones y como únicos momentos en la vida todas esas sensaciones que los múltiples escenarios ofrecen a un artista. Más que música, más que Metal, más que una escena, más que una banda, uno podía sentirse en plenitud con el título de Artista. El proyecto se llamó: TronchaToro.
En las composiciones líricas de TronchaToro fue donde comencé a experimentar el artificio literario, el plagio, mi verdadero humor, el trauma, la carroña, la locura de crear como dios creando el universo. En lo musical… mejor escúchenlo. He aquí el link de la primera producción de TronchaToro, un disco titulado Mis Niños Regordetes.
https://soundcloud.com/kobdarocha/sets/mis-ni-os-regordetes
Kobda Rocha