A dos metros de la cordura

¿Qué tiene esta ilusión que llaman vida?

Nada en su origen, y en su extremo nada.

Antonio Plaza

Hoy escribo desde el vacío, desde la encrucijada espiritual de no encontrarse con nada, con nadie, ni siquiera con uno mismo. Saberse dentro de un cuerpo, pensarse, autoconceptualizarse, pero simplemente carecer de importancia, ser irrelevante para sí. Estar pero no necesitarse ni quererse. Y, además, ser el hueco en el alma de alguien más; tu madre, tus amigos, tu pareja. Estar con ellos y hacerles falta, porque si uno no está consigo mismo… mucho menos con alguien más. Hoy escribo desde el vacío, desde la ausencia de mí en mí mismo.

Algunas veces creo ser alguien, tener un empleo, ganar dinero; como si eso valiera la pena… como si eso fuera vida. Otras veces salgo a buscar una verdadera vida, una que esté a la altura de las películas y los libros, una donde haya aventuras y grandes experiencias; camino por el mundo, de noche y de día, sin rumbo, con ganas de no volver jamás, charlo con las personas más inauditas (prostitutas, criminales, indigentes, poetas), enfrento a los ladrones, casi nunca salgo victorioso pero me enorgullece el simple hecho de hacerles frente, rescato damas indefensas (cedo el asiento en el metro a una madre primeriza, ayudo a una anciana a cruzar la calle, le compro un helado a una niña que llora desconsolada en el parque), voy a los panteones, a los velorios y funerales a dar consuelo a totales desconocidos por los muertos que jamás conocí en vida, me reúno con grupos políticos, artísticos y académicos para tratar de cambiar el mundo, de mejorarlo. La mayoría de las veces me autoengaño y me repito incansablemente que eso me hace feliz, que para eso vine a este mundo, que no lo hago por mí sino por alguien que me necesita aunque yo no lo conozca. Pero en el fondo siempre sé que (aunque lo disfruto sinceramente) en el fondo sigue imperando el vacío.

Mi psicóloga, mis amigos, mi familia, mis maestros, todos dicen que es inmadurez, que ésa es una preocupación de adolescente, que es mi condición de millenial, de chavorruco, que ya se me pasará, que ya estoy grande para esas cosas, dicen, que soy ridículo, absurdo, patético. Hay una pila interminable de libros para superarlo, una cantidad inimaginable de artículos en internet para prevenirlo, para tratarlo, incluso para criticarlo y burlarse de ello. Soy un meme; eso soy: el cliché perfecto para convertirme en meme; así de simple, así de risible, así de estúpido. Ni siquiera tengo las agallas de ser suicida o asesino, de ser completamente cínico y hedonista o un común y corriente promedio sisifesco. Sólo soy yo en un mundo terminado, completo, lleno, pleno, total. A este mundo no le falta nada, ya está terminado, ya está completo, no le quedan huecos, yo estoy de más aquí, ya no quepo, no pertenezco. Mi lugar es el mismo vacío dentro de mí, ese vacío que me llena, que me completa, ese vacío que nada lo llena excepto más vacío.

Kobda Rocha

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