Odio sin poesía

Quiero pedir una disculpa a todos mis lectores (si es que hay alguno recurrente que revise esta columna con frecuencia). Me disculpo por anticipado y me disculpo sinceramente por lo que habré de escribir en esta ocasión; bien sé que Digresiones Musicales es un espacio para reunir música y literatura, sin embargo, este texto nada tiene que ver con música, mucho menos con literatura. Utilizaré, por el contrario, la publicación de hoy para descargar toda mi furia, mi odio contra el mundo, mi muy personal manera de detestarlo todo y a todos.

El arte, dicen, sirve para sensibilizar corazones. La lectura, la literatura, la poesía es, se supone, el factor que lo vuelve a uno merecedor del título que lleva nuestra especie por herencia histórica. ¡Y ni se diga la creación literaria! En palabras de Doris Lessing, “Escribir te hace más humano”. Pero no es cierto. Se equivocaron. Nos han mentido todos estos siglos. Para lo único que sirve es para incrementar el sentimiento de desprecio y repugnancia hacia todo lo vivo, lo animado, lo existente y lo por inventarse.

La especie humana no es digna de admiración, de respeto ni de empatía siquiera. Ése es el pecado original del que tanto se reprochaba mi abuela: haber nacido humanos es suficiente para avergonzarnos de nosotros mismos, para darnos asco al mirarnos al espejo, para desear la destrucción del mundo, del nuestro al menos. Ser un ser humano es lo peor que le puede suceder al ser humano.

Los filósofos también se equivocaron. Toda su teoría es inaplicable al mundo real, porque el mundo no está hecho para la ciencia, las matemáticas, las ideas, las teologías, el conocimiento, el saber, la sabiduría. Nada de eso interesa al mundo, al de a de veras, porque el mundo está hecho para el fútbol, el dinero, el sexo, el alcohol, el poder y la ignorancia. Eso es el mundo. Lo demás, lo intelectual, lo espiritual, lo humano no tiene aplicación práctica en el mundo. Para nada sirve la filosofía, ni siquiera para la filosofía misma. En el libro es lo mejor que hay, pero no salva vidas, no ayuda a nadie, en síntesis, no sirve para nada.

Los dioses tampoco son refugio suficiente. La fe es un paliativo, una droga, una farsa pre-aceptada para disminuir los sinsabores de nuestra individualidad. Somos perennes y estúpidos, ésa es la verdad; cualquier cosa que nos desvíe de tal idea es una negación, una fantasía, un sueño hecho realidad. Y así, justo así, es como se conduce el mundo: soñando. Trabajan, hacen dinero, compran una casa, un carro, se hacen famosos, talentosos, lideran un movimiento, adquieren autoridad, poder, transmiten lo que saben, se enamoran, se casan, tienen hijos, hacen amigos, ríen, se cuentan chistes, van al cine, beben, juegan, gritan, a veces se pelean y a veces tienen sexo, compran la despensa, cocinan, se visten, manejan, fuman, viven… viven… como si valiera la pena… como si vivir valiera algo. Y quienes se suicidan, lo hacen con la misma vacuidad, como si morir valiera de algo, como si morirse fuera mejor que vivir.

Yo, por eso, lo odio todo y a todos. Odio al mundo entero, pero sobre todo me odio a mí mismo, por ser incapaz de vivir igual que el mundo, vacío y sin razón para hacerlo, pero de todos modos estarlo (vacío y sin razón). La paradoja del poeta…

Kobda Rocha

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