Eres en mi vida ansiedad, angustia y desesperación.
Oswaldo Farrés
A la mitad del delirio, justo en ese momento en que sientes las hojas caer de tus ramas y tu tronco volverse frío, es cuando comienzas a soñar. Durmiente fantasmal aplastado por la locomotora de la vida, viajas a una dimensión donde tengas consciencia plena de la sangre fluyendo por tus venas. En esa dimensión sueño, huyes de ti mismo, de tu propia muerte impregnada en los años, en las arrugas, en los achaques del tiempo y el desgaste natural de la corteza. Intentas, con abono y optimismo, cambiar tu sino y reverdecer; pero, al despertar, tu reflejo en el espejo no te deja cumplir tus deseos. Es imposible revivir un alma decadente, es imosible florecer en la muerte.
Eternos los días, eternas las noches,
profundo el tiempo, profundo el silencio,
insoportable la distancia, insoportable la soledad,
inaudible mi canto, inaudible mi llanto.
Un laberinto de los más oscuros sentimientos podrían atemorizar a cualquier sirena cual desierto terrenal, insalino y seco. Despertar de un idílico sueño primaveral es naufragar en una gran isla sin mar. Nadie te salvará, no podrás salir de tu personal imitación de infierno. Llorar, dormir, soñar y morir: ahí el hado hechizante de la existencia.
Natura indiferente mirará tu lenta caída en el invierno. La luna no suspirará por ti, el mar no susurrará para ti, los murmullos serán ventiscas despiadadas. Los recuerdos arderán; de las cenizas sólo quedará la noche y tu cuerpo. El llanto no será fármaco suficiente para volver a apresar deseos tan vívidos. Poco a poco el silencio te consumirá. Único consuelo: cerrar los ojos y dormir esperando no despertar. Torcido árbol, sueña incesanemente con tus raíces vivas y tu eterna juventud.
Kobda Rocha