En mayo, en la ciudad de Pátzcuaro (Michoacán, México), en el IV Encuentro Babel, conocí a Ioshio Hernández.Un escritor aventurado, muy imaginativo y algo chiflado (como todos los escritores acaso). La propuesta de este talentoso colega viene en una comunión de sonidos con grafías: Ficciones con soundtrack. Éste es un libro experimental, atrevido, peligroso. La cuestión es leer una serie de dieciséis ficciones al ritmo de dieciséis melodías diferentes. A primera mención, suena divertido; sin embargo, es mucho más complejo de lo que uno pensaría.
Primero, la idea que se viene a la mente es pensar que el autor se inspiró en cada canción para escribir sus textos, que los escribió escuchando las mismas canciones. Pero ya entrando en la lectura, parece que la propuesta es más profunda. Tampoco es que los textos traten sobre las canciones, ni siquiera son los exactos temas de las líricas. Y llega, pues, la pregunta: ¿qué hay que hacer con los tracks musicales? Al parecer, la indicación es leerlos con las canciones de fondo. Otra vez, parece sencillo. Pero cuando uno comienza, las canciones terminan antes, o sobra mucho tiempo de música después de terminar de leer. A veces el beat es muy lento y el texto muy largo como para llevarlo al mismo ritmo, o viceversa.
Segundo, es muy difícil encontrar la concordancia entre las letras y las notas. Música muy buena y textos muy buenos que parecieran no estar ligados, como una hamburguesa de amaranto o un pastel de aguacate. Es un gran reto forzarse a comprender la relación y, sobre todo, a sentirla. Es inútil sólo dejarse llevar por las emociones, pues ni la música ni la literatura son tan simples. Tienen, como toda excelente obra de arte, una profundidad y un trasfondo bastante complejo, completo.
Es octubre y yo apenas logro digerir esta entrega de canciones ficcionalizadas. Y probablemente no lo hubiese logrado de no haber coincidido nuevamente con Ioshio Hernández en la II Feria Itinerante del Libro Alternativo (FIL Alterna), donde tuve la fortuna de escuchar al propio autor leer algunas de sus ficciones con los soundtracks de fondo. Fue entonces que llegó el ¡Kaboom!, el ¡Eureka!, el ¡Alakazam! Es decir, la epifanía. Comprendí que no sólo es el texto y la música, sino también la lectura, el ritmo, la intención, la medida, la emotividad, la comunión de la literatura, la música y el ser humano.
Justo ahora me encuentro tratando de descubrirme en medio de este emparedado artístico tal como Ioshio lo ejemplificó. Un gran ejercicio de unidad disciplinaria. Quizá sea ésta la literatura que tanto han buscado algunos lectores exigentes con éste nuestro nuevo milenio.
Kobda Rocha