Puntaje del Cómic:
- Año: 2010
- Autor: Jesús Cossio
- Editorial: Contracultura
- Número de capítulos: 4
Una vez más me encuentro en la Sala de Lecturas de La Casa de la Literatura Peruana; es un día muy frío de invierno, un día de color plomizo que con su dura humedad me cala hasta los huesos, sin embargo, al ser sábado, hay un movimiento muy especial. Las gentes transitan en orden, los niños se alborotan mientras que sus padres les ruegan silencio porque hay lectores que desean paz. Hermosa palabra esta última, quisiera paz para poder leer, quisiera una inyección de paz a los demonios personales que habitan dentro de mí. Llevo horas hojeando información, el cuello se me tensa; me estiro y relajo la cabeza, miro hacia arriba, me distraigo: hermosos los vitrales que adornan el techo de esta construcción arquitectónica. Bellísima construcción esta, la de La Estación de los Desamparados. Suspiro y recuerdo tan impactante calificativo: “Desamparados”. Mamá alguna vez me dijo que los serranos que llegaban aquí eran los desamparados; zarrapastrosos en un país que era suyo, pero que sin embargo no les pertenecía, ni ahora ni nunca les pertenece en lo más mínimo. Confieso con mucho dolor y soledad que hay momentos en que me siento así, olvidado, menospreciado por el sistema. Recuerdo a Mariátegui, a Vallejo, a Alegría, a Arguedas y a Scorza y me estremezco en desazón ante el sufrimiento y la masacre.
Hace algunos años se aperturó este recinto literario. Pienso en mi niñez, en mi mente se cuela mi pueblo de Concepción en la sierra central del Perú, mi casa grande y vieja, levantada en adobe y madera, construida por el bisabuelo boliviano migrante que no conocí y que murió de manera trágica por un mal paso, por un mal viento desalmado. Me acuerdo cuando abuelita, Mamá Ida, me leía cuentos desde los libritos viejos que guardaba con cariño, que se deshojaban en pergaminos; pienso en su educación interrumpida en tercero de primaria, en su linda caligrafía que a ella no le gustaba, pero que admirábamos mi hermana y yo. Pienso en ella y las primeras letras y los primeros números que nos enseñó ¿Cuánto sufrieron los antiguos?, sus sufrimientos son tan diferentes a los míos; a veces me hago tormentas en un vaso de agua, me hago preguntas y observo a las nuevas generaciones de la ciudad disfrutar de tours elegantes, de buena comida, de ropa de marcas impecables, pero también desechables, de oportunidades reales y también ficticias, de una propaganda que los incentiva a salir adelante, el espejismo del emprendimiento; acá no más al costado, la figura imponente de Palacio de Gobierno se alza ruda, rodeada por una Lima Histórica. Lima que muchas veces es indiferente y celosa con respecto al mundo interior que alimenta a su hambre despiadada. Lima tan hermosa, pero a la vez tan altiva y despectiva. La elegancia de La Casa de la Literatura me estremece y algo así como un dolor se me clava en la boca del estómago y algo que podría calificar como un temblor me recorre rudo y eléctrico hasta hacerme castañetear los dientes. Ahora más que nunca me cuestiono y me pregunto qué hago en este lugar. Tengo en mis manos un cómic titulado Barbarie. Su título, las viñetas que nos presenta en su portada contrastan en sobremanera con el ambiente lujoso y culto, aparentemente civilizado, que me rodea y me siento algo culpable, deben de ser los demonios que no puedo evitar.
Barbarie es un conjunto de cómics ilustrado por Jesús Cossio. Este libro es estremecedor, dividido en cuatro apartados separados con páginas negras que impresionan por su luto. Cuatro historias desgarradoras que a continuación trataré de explicar:
I. Asesinatos de Pucayacu II (Julio y agosto de 1985): Comienza con una gran contradicción por parte del discurso del presidente peruano de aquel entonces, Alan García, quien ora en contra de la barbarie, en cambio las acciones por parte de las fuerzas del orden a su mando se conducen de manera violenta en contra de los sospechosos de subversión. Sin comprobar filiaciones políticas, capturan a gente inocente acusada de terrorismo, cometen violaciones de derechos humanos y con cruel escarnio, terminan acribillando a gente desamparada por el Estado, para luego enterrarlos en una fosa común, la Fosa de Pucayacu. Las onomatopeyas de exterminio y violencia se ven acentuadas por el ambiente nocturno de terror. Las viñetas finales son críticas con respecto a las argucias judiciales por encubrir a los militares implicados en tan sanguinario acto criminal. El segundo gobierno de Alan García desde su competencia militar absuelve a sus esbirros con triquiñuelas legales a fin de no dar con la verdad y con la reconciliación en una nación que aún sufre las secuelas de una era violenta marcada por la barbarie.
II. Matanza de Accomarca, Operativo Huancayoc (14 de agosto de 1985): En este cómic, el grupo subversivo Sendero Luminoso avanza en el adoctrinamiento de su ideología, lo cual desencadena el accionar de las fuerzas armadas en el denominado “Operativo Huancayoc” con el fin de neutralizarlos. Se observa el ortodoxo mandato de que cualquier persona que aparezca en el lugar sea sindicada como terrorista. Las viñetas de asalto se presentan desde una perspectiva panorámica; el tiroteo está poblado de onomatopeyas desgarradoras, mueren muchas personas y otros tantos son vejados de manera física y sexual; el insulto verbal es parte del sometimiento. Llama la atención el que no se encuentre ninguna propaganda subversiva en el lugar de los hechos, razón que no frena el accionar bárbaro de las “Fuerzas del orden”, quienes incendian hogares y hacen explosionar un balón de gas en desmedro de la integridad de los comuneros. A continuación de la masacre, los militares beben alcohol y celebran su triunfo. De las 62 personas muertas, 26 son infantes. Los campesinos que pudieron escapar fueron los que denunciaron la barbarie y quienes sepultaron más tarde a sus muertos, no obstante, luego de hacerse pública tal aberración, fueron aniquilados por las mismas fuerzas militares. En un inicio, Alan García se sintió indignado, mas luego protegió a los mandos castrenses implicados. En el 2005, Fujimori otorgó la amnistía a los criminales. Los familiares que sobrevivieron saben que sus seres queridos no volverán a la vida, pero exigen justicia, para que actos tan nefastos no vuelvan a enlutar el territorio peruano.
III. Masacre de Aranhuay (20 de abril de 1988) y Masacre de Paccha (11 de diciembre de 1989): En ambos cómics se presenta un contrapunto entre el violento discurso del líder del grupo terrorista Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, y su exposición del “Pensamiento Gonzalo” en el periódico El Diario, el cual establece vasos comunicantes con el accionar de sus tropas en el interior del país. Se resaltan los gestos violentos en primerísimo plano, la idea de la traición al partido y su subversión, lo cual lleva a un pensamiento ortodoxo que guía a la concretización de la violencia. Se recurre a una sentencia en donde la comunidad es castigada con el maltrato y la muerte por no participar en la lucha sangrienta por una aparente liberación. Luego de fusilar a los ronderos quienes se han organizado en contra de los terroristas y su accionar de maltrato y muerte, los repasan a punta de cuchillo y utilizan las piedras a modo de morteros de ejecución. Abimael se justifica con un discurso en donde la destrucción traerá la construcción, en donde un cimiento de guerra y de sangre es la vía que les conducirá a sus objetivos de cambio y renovación.
En el segundo cómic, Paccha, el contrapunto continúa. En esta comunidad se exige adorar a la bandera roja de la hoz y el martillo. El presidente de esta comunidad es maltratado de una forma muy sangrienta: su lengua es cortada y es calificado como perro traidor junto a otros personajes que le defienden. Su cuerpo queda colgado a modo de escarmiento. Los senderistas luego de liquidar a más comuneros se retiran en un fervor incendiario de logro, de haber alcanzado una meta. El comic finaliza con la captura de Abimael Guzmán en el año de 1992. Se hace hincapié en el Acuerdo de Paz firmado en aquel entonces, sin embargo, nunca este líder sanguinario ha pedido disculpas en pro de una reconciliación con la ciudadanía peruana, siempre sus gestos han sido amenazantes, lo cual ha incentivado más aún al odio y a la barbarie.
IV. Matanza de los penales (18 y 19 de junio de 1986): Estos acontecimientos siempre han sido desvirtuados y puestos en tela de juicio por parte de los organismos de poder. Se cae nuevamente en una contradicción durante el primer gobierno aprista: en Lima se celebra un encuentro por los derechos humanos y las fuerzas armadas, comandadas desde Palacio de Gobierno, acribillan extrajudicialmente a los reos que exigen mejores tratos dentro de los penales. Las acciones se desarrollan en tres cárceles peruana de la capital: Santa Bárbara, Lurigancho y El Frontón. En la cárcel de mujeres Santa Bárbara no hay armas de fuego ni bombas caseras, se toma como rehenes a tres trabajadoras penitenciarias. Aunque solo se pide que haya disparos de advertencia hacia las amotinadas, el coronel Cabezas manda matar a 2 presas. En el caso de Lurigancho, los reos están armados con piedras, lanzas y cuchillos, entonces entra en asalto la Guardia Republicana; en un inicio de la incursión militar, caen 30 muertos por parte de los insurrectos, mas cuando el resto se rinde, el coronel Cabezas manda a ejecutar de manera extrajudicial a un total de 100 reos. En el caso de El Frontón, se lleva a cabo el “Operativo Salvaje”, dirigido desde el presidente Alan García quien ordena la barbarie: “Acabar con el motín del modo más rápido posible” vía su cómplice, Agustín Mantilla. Hay enfrentamientos y bajas desde ambos mandos, pero cuando más de 70 internos son rendidos y desarmados, estos son ejecutados por los Comandos de la Marina; el cómic presenta de manera cruda las torturas antes de la muerte de estos presidiarios. Más adelante se comprobó que muchos de los presos acribillados estaban injustamente sentenciados como terroristas. Alan García en su infamia, niega haber tenido implicancia al respecto, sin embargo, su gobierno, a través de amnistías ha encubierto muchísimos actos de violación de los derechos humanos.
Barbarie es un cómic fundamental que nos debería de acercar a los últimos capítulos sanguinarios en la historia peruana con el fin de concientizar a la ciudadanía a no cometer tan nefastos crímenes. Nace en un tiempo en que se trata de reconciliar al hombre peruano con su pasado de horror; sus crudas imágenes tienen un objetivo civilizador. Lamentablemente, la historia del Perú está llena de injusticias, muerte y destrucción. Es muy triste darse cuenta de que las nuevas generaciones ignoran lo sucedido en los gobiernos de Belaúnde Terry (Acción Popular), Alan García (APRA) y Alberto Fujimori (Fujimorismo). Nuestros padres y abuelos son sobrevivientes de masacres, han sufrido muchísimo en su existencia, el Perú les duele desde lo más profundo de su ser y hasta ahora muchos somos los que pagamos los rezagos. Sobre nosotros se ciernen diferentes fantasmas que intentan embaucarnos con el engaño de una estabilidad económica y social, sin embargo, no hay que ser demasiado astutos para darnos cuenta de que aún la injusticia es pan nuestro de cada día. Una plutocracia a través de la corrupción se enquista en sus privilegios a costa de un pueblo adormecido en la propaganda neoliberal del consumo y la felicidad. No obstante, cuando llega el momento de la salud, la educación y la libertad, el Estado sigue siendo ineficaz al no asegurarnos un trato digno a todo ser humano. Aún no nos hemos reconciliado; observemos no más quiénes son nuestros líderes y quiénes son los que administran los tres estamentos de poder que nos gobiernan. La misma lacra que siempre ha sometido al hombre andino, que siempre lo ha considerado como ciudadano de segunda clase. Somos una nación que no se perdona, porque no conoce muy bien la realidad de cómo sucedió el acontecer de su historia. Tristemente es así, vivimos en una sociedad aletargada. Hecho que es celebrado a manos llenas y en festines glotones por las grandes potencias mundiales y por sus esbirros llamados presidentes de nuestra nación, líderes políticos, congresistas y demás alimañas, que con su discurso de odio y desinformación hipnotiza al ciudadano que no lee y que no se educa y que prefiere el espejismo de un confort que en realidad no es más que una sentencia a muerte de a poquitos, que muy lentamente se convierte en un vacío infinito que en el nunca de los nunca, hasta ahora, da visos de poderse acabar.
Jesús Humberto Santivañez Valle