Alondra Montero, una voz en las letras, un sonido en el nombre.
El salón está lleno de rostros pálidos, son rostros tan inexpresivos como inalterables. Las copas tintinean, los vestidos caen, los perfumes se mezclan. La danza comienza, las parejas se reúnen, la música susurra notas menores a los piés de los invitados. Es la pesadilla irreal, es la ficticia celebración de los cuatro, es el oscuro paisaje en mi mente.
La necesidad en mi aflicción. La necesidad en mi dolor. Sangre bajo la piel, el infierno bajo la carne. No intentes tocarme, no intentes amarme. Puedo lastimarte, incluso podría matarte. Déjame descender sin tu ayuda, sin tus brazos, sin tu nombre.
La lluvia sobre tus hombros, respetando tu silueta, figuró un ángel hermoso. El sueño compartido: busca pareja para el gran baile; el vuelo del gorrión nos invitó a cabalgar las nubes. Majestuoso espectro ronda mi palpitar, amenaza con volver… ¡Vuelve, bello espantajo, vuelve a mí! Vuelve en sueños y aléjate de mi realidad.
Si te encuentro, existirás en mis andamios interiores. Si te salvo, será para extirpar el corazón, para lastimarte, para mutilar el vínculo cenizo entre nosotros. Beligerante, combativo, contendiente. Duerme y bésame. Duerme, abrázame, sálvame. Despierta y olvídame. Despierta, olvida mi nombre, olvida mi voz. No soy belleza, no eres amor; somos cúspide inmaculada en remoto panorama imaginario.
Culto divino, cuento de hadas, perfecto mesías. Poema bajo las manos, esperanza en tinta colonial, fábula sin musa. ¿Dónde está la psicosis de mi doncella? ¿Dónde está el tacto, los dedos persistentes? El ciego enmudece, el inválido ensordece. La máscara a través de tus ojos, el ancla a través del torso, el sendero sobre mi corona de espinas.
Los puentes desfallecen mis ojos, la caída estimula mi mente, tu imagen perdura aun cuando camino sin sueño por la ciudad. Las calles cubiertas de sal y ceniza: terremoto impávido. Perfecta esclavitud de mis propios deseos: sortilegio incrédulo.
Mi adicción a tu silencio ha intoxicado mi juicio. Mi veneno, tu voluntad. Tu veneno, mi perdición. Tus manos me asfixian, tu cuerpo me estrangula, mi soledad me conforta. Tiempo y esperanza. Poder y utopía. Mito sin personajes, crucifixión sin agonía, dolor sin cuerpo.
Quiero que me odies, necesito que me odies… porque te amo, porque me amas. Quiero que te vayas, necesito que te alejes… para no lastimarte, para no matarte.
Hoy desperté sola en mi habitación, y eras tan perfecto… eras tan etéreo.
Kobda Rocha