La soledad se ha ganado el aprecio de muchos y el repudio de otros tantos. El arte le ha dedicado extensas obras y los filósofos la han mirado de cerca, casi enamorados de ella. Los poetas, por supuesto, también han merecido mil versos en su honor. Dediquemos tautológicamente una página más al tema.
Alguna vez escuché (no sé dónde) que aquella persona que disfruta su soledad tiende a escoger mejor sus compañías, pues quien huye de su soledad termina aceptando cualquier mala compañía sólo por desesperación. Esto me recuerda un poco a eso que dijo (espero recordar bien) Jean-Paul Sartre: “Si te sientes solo cuando estás solo, entonces estás mal acompañado”. Ah, porque eso es una vuelta de tuerca al dicho popular “Más vale sólo que mal acompañado”. Hay una canción de Molotov, lo digo como paréntesis, Más vale cholo que también se prende de esta frase, y es buena rola ya de paso… Algo más: cuando se habla de soledad lo primero que siempre viene a mi mente es aquella frase contradictoria de Bécquer que dicta “La soledad es muy bella cuando tienes a alguien con quien compartirla”. Es como el acertijo de mi abuelo: “Si unimos tu soledad y la mía, ¿tenemos dos soledades o ninguna?”.
Sin embargo, a pesar de todo lo que se puede decir y se ha dicho sobre la soledad, hay una soledad de particular interés: la causada por el encierro. Pensemos en un prisionero que ha sido aislado de todo contacto humano, guardado en una celda psiquiátrica o en una cárcel policiaca. No es lo mismo estar solo por ser feo y no tener amigos que por estar encerrado. Cómo pasar por alto El castillo de la pureza o el magnífico Yellow wallpaper y otras maravillas similares.
La soledad es superable y combatible, pero el encierro es insoportable y abisal. Hundido en la soledad del encierro, cualquiera podría, un día u otro igual que cualquiera, terminar, quizá por aburrimiento, tedio o desesperación, creando el cielo, la tierra y todas las cosas. Tal vez es ésa la cosmogonía de los artistas. Tal vez ésa es la teogonía de la creación.
Kobda Rocha