El mundo capitalista, consumidor y vanidoso tiene muchas formas de vender un producto, muchas de las cuales no necesariamente requieren que el producto goce de buena calidad… es más, ni siquiera de mediana calidad. Tampoco importa que el producto sea necesario o siquiera útil para ser comercializado. De hecho, y para llegar al colmo de lo absurdo, ni siquiera es relevante si al consumidor le gusta el producto; con que lo compre es suficiente… y, sobre todo, si lo compra recurrentemente. El grado más alto de éxito en la mercantilización de un producto es la creación de adictos, obsesivos y coleccionistas.
La estrategia mercantil es simple: no importa qué se vende sino cómo se vende. Para esto, hay muchos recursos; algunos de los más evidentes son los eslóganes y los logotipos. Y algo de lo más presente (que es a lo que nos dedicaremos en esta digresión) son los jingles. Un jingle es una tonadita breve y pegajosa utilizada en los anuncios comerciales para representar una marca o producto. Son las cancioncitas fastidiosas que se nos meten a la cabeza durante semanas y no se satisface hasta adquirir el producto anunciado. Los jingles son la prostitución suprema de la música.
Existen variaciones regionales y temporales en cuanto al uso de los jingles; esto es que las melodías son a veces diferentes dependiendo el país o el año en que se anuncie, sobre todo cuando el producto sobrevive al paso de las generaciones, pues se tiene que adaptar a las modas y oídos del nuevo mundo tan mutable y destrozable al por mayor.
El Méjico de los noventas (o sea, el mundo donde crecí mi infancia) estuvo lleno de publicidad, no sólo sonora sino también visual y hasta mnemotécnica —o como sea que se llame ese tipo de malevolencia. Previo al actual sistema internetizado, todo entraba por tres grandes y metafóricas cabezas de Cerbero: radio, televisión y revistas. Las revistas como entidad visual, la radio como herramienta auditiva y la televisión como la perfecta combinación de ambas. Además, la inteligencia mediática había madurado bastante durante las dos décadas anteriores (setentas y ochentas) con tantos avances en Sociología, Psicología y Maldad. Todo contenido que se transmitía por estos medios estaba cargado de intenciones políticas, económicas, sociales, y a veces hasta religiosas o cosas más ruines.
Hablar de publicidad en general es un asunto extenso en demasía que nos tomaría varios compendios enciclopédicos para revisar por completo, y el tema de los jingles no es menor. Por ello, sólo pondré como ejemplo aquellos jingles noventeros más malditos y asquerosos; es decir, los que recuerdo con más cariño y alegría… porque significa que cumplieron su objetivo al quedarme marcados en la memoria y sobrevivir a mi infancia. ¡Malditos! Lo repito porque odio recordar con más claridad los jingles que los nombres de mis compañeros del colegio; pude haber olvidado mis clases de Geografía y de Ciencias Naturales, pero los malditos jingles aún los recuerdo… y lo peor de todo es que los canto y se me antoja comprar sus productos. ¡Malditos!
El primero que viene a mi memoria auditiva es Dulces Vero. Ahora que sé de poesía y teoría literaria, puedo decir que su recurso era muy tonto, pues el ripio con la terminación “-ero” es un tropezón horrible en un poeta. Pero a quién le importa; a mis cuatro años era una tonada mágica con lavado de cerebro incluido:
Ésta es la magia de Vero,
el dulce que yo prefiero,
el dulce que más me gusta
porque Vero es primero.
¡Vero! ¡Vero! ¡Vero!
¡Vero! ¡Vero! ¡Vero!
Lo segundo que asalta mi memoria son esos jingles pequeñitos pero efectivos. Canciones que no duran ni medio minuto pero con eso se quedan marcados en la memoria para siempre. Por ejemplo: Play Doh, Mamut y Duvalín. Por un lado, aunque parezca mentira, Play Doh sólo era una repetición en una alta de escala, subiendo el tono y acelerando el compás: Play Doh Doh Doh Doh Doh Doh Doh, Play Doh Doh Doh Doh Doh Doh Doh… Por otro lado, Mamut es la cosa más simple que se ha hecho en cuestión de jingles: sólo decir tres veces la palabra “Mamut” con un tono cavernicolesco después de sentenciar “Para ese apetito feroz” a modo de consejo, sugerencia u ordenanza. Y, claro, el explícito mensaje de Duvalín: “A Duvalín no lo cambio por naaada… ¡Duvalín!”. Además, la súper promoción que hizo Chabelo cuando rapeaba: “A tu Duvalín / le quitas la tapita / le cortas la carita / y en una cartita / me mandas tres.” Ya estando en esto de los jingles cortos y efectivos, habría que mencionar el de Tuinky Wonder, el pastelito de más sabor.
Lo tercero que recuerdo al pensar en jingles es el comercial de Triciclos Apache. El tono alegre, jocoso, animado, es suficiente para bailar y gritar “A – – Pa – Che”. Pero lo mejor de todo es la intromisión de un verdadero apache diciendo “Dura, dura, dura, dura”. Esto, por supuesto, con el implícito cocowash de que los triciclos nunca se acaban pues el gran atractivo es que tenían un año de garantía (¡qué extraña parece en los dosmiles esta propaganda!). Por cierto, y como dato curioso, no conozco a un solo nacido entre los ochentas y noventas que no haya disfrutado un Apache en su niñez. Todos tuvimos uno… ¡qué triste!
Para terminar, los dos grandes genios del jingle: Sanborns y Del Fuerte.
Sanborns tiene dos jingles, uno muy adulto y otro muy infantil. El adulto es una cancioncilla como de superación personal que acompaña una secuencia de batería con pianito alegre en tonos mayores, casi navideño, y el coro vocal “Sólo, sólo Sanborns”. El infantil es un contrapunto de voz grave y masculina (Borro Borom) con una aguda y femenina (Turu Tururum). Y eso sin mencionar el excelso recurso caricaturesco de los tecolotitos. ¡Ah, malditos genios!
Del Fuerte… ¿Qué decir de Del Fuerte? Aunque el original es de los setentas, censurado para los noventas, llegó completa y unrated por repetición de las tías, las madres, las vecinas y las abuelas. Creo que es éste el nivel más alto de propaganda auditiva. Lo que es más, ¿no es esto poesía de la mejor?
Estaban los tomatitos
muy contentitos
cuando llegó el verdugo
a hacerlos jugo.
“Qué me importa la muerte”,
dicen a coro,
si muero con decoro
en los productos Del Fuerte.
Como mención especial, queda “Con XL3, alivia la gripa en un 2×3” y “Póngale lo sabroso” (con voz de gallina, por cierto). Y así, poco a poco, una vez más, se van descifrando los torcidos trastornos subliminales del mundo hecho pedazos.
Kobda Rocha