La voz popular se vanagloria de poseer una sabiduría secular que permea a todos los individuos de una comunidad, acaso pretende discernir la verdad absoluta de toda la especie. Sin embargo, aunque muchas veces parece sensato el conocimiento vertido en esa voz popular, regularmente (me atrevería a decir que siempre), la sabiduría del pueblo está equivocada. Si algo he aprendido a lo largo de diez milenios de historia humana es que la opinión mayoritaria está mal. Aclaro que no he dicho que sea errónea, sino que es defectuosa. Cuando una idea se populariza, se echa a perder; ésa es una verdad indiscutible. No importa si en su origen fue una brillante idea, al momento de ser compartida por la mayoría de la gente, se va al caño. Para sostener lo que acabo de elucubrar, pondré en conflicto tres grandes frases de la sabiduría popular. Nomás por discrepar.
- Al buen entendedor pocas palabras.
Qué contrariedad tan grande y tan absurda. Esta frase sostiene una realidad completamente de cabeza, volteada patrás. Como escritor, filósofo y eterno conversador, estoy plenamente convencido de que las palabras jamás se deben limitar ni retener. Cuando uno encuentra un interlocutor digno de nuestras ideas, de nuestros sentires, de lo que pensamos, de esas divagaciones intelectuales, lo único que queremos es hablar y hablar y hablar, porque sabemos que quien escucha sí escucha de verdad, que comprende lo que decimos y que también, sobre todo, en algún momento nos habrá de devolver la cortesía y nos deleitará con sus palabras que por seguro tendrán mucha sustancia, relevancia y profundidad. Por eso, al buen entendedor muchas palabras. A los otros, a los que les dices algo muy simple y de todos modos no entienden nada, a esos sí muy poquitas palabras.
- Una mirada vale más que mil palabras.
¡Falso! Aquella persona que exprese más con una mirada que con mil palabras es una persona que no sabe usar el lenguaje, una persona cuyo vocabulario es tan limitado o tan deficiente que por ende lo que diga no tendrá mucha fuerza ni significado y tiene que lanzar una mirada para compensar su insuficiencia lingüística. Cuando una persona posee más valor en una mirada que en mil palabras, entonces no tiene sentido sentarse a platicar con ella, bastará con mirarse en silencio y así casarse, tener hijos y morir: juntitos y calladitos. Porque para qué gastar mil palabras inútiles, cortas y pobres. Ah, pero haría falta enamorarse de un poeta para darse cuenta que algunas veces ¡una palabra vale más que mil miradas!
- A palabras necias, oídos sordos.
Éste es un consejo para necios, porque sólo a ellos beneficiaría la sordera. Cuando un necio comienza a lanzar sus palabras necias a otro necio, si el segundo necio responde, sólo regresará más palabras necias. Por eso, es mejor ignorarlo, poner oídos sordos y hacer como que no lo escucha. Así, la discusión no se volverá una grillera sinsentido. En cambio, a los no necios no habría por qué ensordecerlos, pues ellos sí tienen la suficiente madurez para resolver dicha discusión. Entonces, el verdadero consejo es: ¡a palabras necias, palabras sabias!
Kobda Rocha