No respondas a ninguna pregunta que no lleve
angustia a los huesos endurecidos de tu frente.
Saúl Ibargoyen
Cuatro personajillos ―irrelevantes, por cierto, no sé si para la Poesía pero al menos sí para el Movimiento― elaboraron una indeseada antología de poemas innovadores y, como los llaman ellos, de franca expresión artística, en continua búsqueda (no sé de qué), mutable y de no aceptación. Su libro es un fracaso. Dejan fuera todo lo bueno y sólo agregan lo conocido, lo famoso, lo mediático. Olvidan el Movimiento nuclear, la rutina del cambio profundo, y se enfocan en el cambio visible, el plagio por los grandes. No es que los autores antologados sean malos poetas ―para nada, de hecho la mayoría son bastante buenos―, sino que los antologuistas son los verdaderos maletas. Por ello, lo único valioso sería leer el prólogo.
No tiene mayor importancia que el prologuista cuestione la mejicanidad en (o de) la Poesía; lo preocupante es que cuestione el genio nacional. Por eso nadie cree en el talento del país, porque las grandes autoridades intelectuales son malinchistas, porque personas como él ―más político que intelectual y más intelectual que poeta― desprecian el producto artístico (literario) de sus compatriotas. Además, lo dice como si él no fuera mejicano, o como si él no fuera un genio, o como si fuera la excepción. Todavía se da el lujo de decir que el arte perfecta carece de nacionalidad; pero él olvida que lo nacional no es todo malo ni lo universal es todo bueno.
«La Poesía no resuelve problemas políticos» escribe en alguna parte. Aún sin saber de Poesía ni de política, se encuentran bastantes razones ―aunque sean fonéticas― para creer que hay algo erróneo en tal sentencia. En definitiva, la cuestión es que la política tampoco resuelve problemas poéticos.
Cuando dice que todo ciudadano del siglo XX estuvo condenado a ser moderno… Ay, señor, ¡ayúdalo! …aunque pensándolo bien, él ya es grande. Mejor ayúdame a mí.
Dice también que todo cambia cada día, sencillamente porque el hombre cambia diariamente. Entonces, el prologuista seguramente habrá cambiado de parecer cuando vio publicada la antología con su nombre escrito dos veces sobre la portada, al principio y al final de una lista de cuatro nombres con letra minúscula. Tal vez, al fin (y por fin), se dio cuenta del error que estaba cometiendo; aunque, probablemente, sus cuatro compañeros cambiaron de parecer y comenzaron a apoyar el proyecto. En fin, la democracia nunca es justa.
«El poema no significa pero engendra las significaciones: es el lenguaje en su forma más pura.» ¿Y si el poema es la solución?
Luego, dice que el pasado no nos pertenece. Sin embargo, lo estruendoso del asunto no es lo que a él se le haya ocurrido ―a final de cuentas, él nació y murió durante el siglo pasado― ni cuántos lo hubieron apoyado, sino que aún ahora lo siguen apoyando. Entonces, deberías ponerte a buscar a quien ha de ser su sucesor… ¡y probablemente ya lo encontraste!, pero como tú no eres nadie y tú qué sabes de literatura y cuando seas alguien vienes y entonces sí lo platicamos y todas esas otras cuestiones que resultan tan acertadas como prepotentes, pues mejor te callas y sigues leyendo.
Uno pensaría que es inútil seguir escribiendo porque al ir leyendo su crítica uno se realiza de su capacidad de análisis tan impresionantemente parcial ―justo la parcialidad dominante―, y entonces ¿qué esperanza tendría cualquiera (yo, por ejemplo) contra la opinión de personajes tan imponentes y sordos como él? Si en algún momento alguien creyese que por escribir un Bestiario o saber de Poesía ya se es un buen escritor, ese alguien estaría equivocadísimo. Y si creyese que aun sin ello podría serlo, seguiría errando. Uno tiene que ser más político que intelectual y más intelectual que poeta para formar parte de los verdaderamente buenos; o, en su defecto, hacerse amigo de uno de ellos. Sin embargo, no hay esperanza para ti porque el prologuista aquél no ha dado tal orden.
Finalmente, cuando estuve a punto de abandonar mi vocación de escritor, encontré el gran consejo del maestro: simplemente, «escribir ―con los ojos fijos en el silencio».
Kobda Rocha