El mundo es un maldito desgraciado, lleno de muerte, injusticia, pobreza, hambre, guerra, crimen, sufrimiento, enfermedad, repleto de gente mala, mentirosa, indecente, traicionera, codiciosa, avariciosa, egoísta, materialista y envidiosa. Todo el ámbito del mundo está cubierto de locos, dementes, asesinos, políticos, economistas, abogados, empresarios, pordioseros, plañideras, vagabundos, pandilleros, ladrones, estafadores, perezosos, insensibles, marrulleros. La Historia de la humanidad se escribe con sangre, guerras, conquistas, religiones, imperios, leyes, oro, dinero y muerte. El orbe entero es una cloaca de caos, entropía y destrucción.
En lo aparatoso del planeta no hay cabida para una sola persona, la cual termina por resultar insignificante al flujo interminable de sucesos históricos. Un ciudadano promedio, un agente de mediocridad (por pertenecer a la media), es irrelevante para el tiempo y los enormes ojos de la existencia. Pero ni en esa pequeñez se encuentra paz, sosiego ni calma. Uno no se pertenece ni a sí mismo cuando se trata de individualidad, pues siempre estamos hundidos en deudas, trabajo, impuestos, enfermedades, preocupaciones mínimas pero trascendentales: que ya se acabó el gas, que la camisa blanca ya se rompió, que los hijos no tienen zapatos, que el refrigerador está vacío, que olvidé el móvil en casa, que me asaltaron en la calle, que perdí el boleto de estacionamiento, que el pollo de ayer me dio diarrea, o simplemente amanecí de mal humor y todo me provoca asco, desgana y repudio.
Entonces, la pregunta surge del abismo: ¿qué hay en esta vida para contrarrestar los efectos del delirio mundanal? Automáticamente, cualquiera pudiera lanzar una risotada al aire en tono de burla por la aparentemente inútil búsqueda de esperanza. ¿La familia? Un buen pilar de apoyo pero no un sustento terminante para la felicidad. ¿El amor? Un ingrediente vital pero no un motivo único y completivo de la felicidad. ¿Qué entonces? El arte. He ahí la respuesta emotiva e intelectual del ser humano ante su propia desgracia. Los artistas son esa medida desesperada que cada generación en alguna parte del globo necesita para expresar su tormento y aliviar su pesar. ¿Qué hay para sobrevivir a las calamidades de este mundo? El arte: la literatura, la poesía, la música… sobre todo la música.
No es el apoyo de un amigo ni el abrazo de una madre, tampoco es el beso de un amante ni las palabras de un maestro; es, en cambio, la música lo que nos rescata de este infierno terrenal. Cuando todo va mal en la vida, basta con cerrar los ojos y escuchar un buen disco, de esos que nos transportan a otro lado, a otro tiempo, a otra tierra, a otra realidad donde todo es mejor, donde todo está en su lugar, donde sí es posible encontrar la paz, la belleza y la bondad. Durante ese tiempo, todo está bien, tal vez no en el mundo pero sí en nosotros mismos, y al final es lo que importa. Los problemas no desaparecen ni se solucionan con ello, es verdad, pero el sufrimiento interno sí disminuye al menos por el tiempo que dura el momento en que concentramos nuestra existencia en escuchar música… la música… nuestra música.
Y si habremos de morir inevitablemente, que sea al ritmo de nuestra canción favorita.
Kobda Rocha