Puntaje del Libro:
- Año: 2006
- Género: Historietas
- Autor: David Rubín
- Editorial: Atisberri Ediciones
Asistimos a ocho historietas que se engarzan vía vaso comunicante mediante la tetería como un lugar de refugio ante los problemas existenciales del vivir día a día. Los personajes que registra este libro tienen formas de seres humanos, superhéroes y animales animados. Todos ellos manifiestan sus emociones extremas en búsqueda de comprensión, consejo, ayuda, una pisca de sabiduría en el refugio de la “Tetería del oso malayo” y los brindis de bebidas reconfortantes. Los dibujos se presentan trazados en línea oscura con un fondo que desde una tonalidad clara se va ensombreciendo hasta las tinieblas de la oscuridad, quizá la sugerencia de la noche, la desolación, la inquietud, el pesar. En algunos casos, el oso malayo es solo un observador de los aconteceres; en otros, partícipe de la acción y clave fundamental de los cráteres que solucionarán al abanico de problemas que se despliegan en cada uno de estos cómics.
Muchos de estos tebeos, ya fueron publicados en otros medios de divulgación española y en esta edición se presentan retocados para su unidad en conjunto. Los otros son inéditos y ven por primera vez la luz en esta singular ocasión. En todos se puede apreciar un dominio de la línea y del matiz, talento en la distribución de las acciones que suceden en viñetas, experticia en el juego de planos y ángulos y, sobre todo, un preclaro entender de la psicología humana en su diversidad y complejidad, en su oscuridad y claridad y en sus matices intermedios. En cada una de estos tebeos, el oso malayo no será indiferente a la suerte de sus clientes; más que simples clientes, amigos, seres vivos en la experiencia de la alegría y el dolor en sus diversas aristas y tonalidades.
En cuanto a la variedad de temas aquí tratados mediante el código propio del cómic, asistimos al devenir de la naturaleza problemática que desemboca en crisis personales que pesan, agobian, que se constituyen en cargas que no permiten un desarrollo integral de los individuos que las sufren. Y tan intenso es el sentimiento en el mundo profundo de los seres que lo padecen que estos, con sus demonios, trascienden el ámbito íntimo de la privacidad y se exponen en un contexto público de expansión social y de cierta sutil calma, como lo es una tetería. El oso malayo es su dependiente, personaje que se ve rodeado por un aura de sabiduría y comprensión, aunque él también tenga sus propios problemas. Quizá por ello – por tal sufrimiento – tiene la capacidad de comprender a los demás. Identificarse con la otredad es el don que la naturaleza le ha obsequiado.
Por ejemplo, en el primer cómic, Sifgrido – que así se llama el oso malayo – desde la barra del mostrador funge la suerte de cupido moderno, con dotes de psicoanalista, y guía, une en lazo amoroso a un héroe ciego venido a menos con una desdichada Gorgona que petrifica a sus potenciales amantes. Aquí se sugiere que la maldición de ambos puede transformarse en un potencial muy bien aprovechado si se guía con sabiduría y comprensión en un encaje que al final tiene como resultado a la comunión. Las lágrimas se transforman en risas. Sigfrido tiene ese ojo clínico de gran observador social y humano, y él mismo es consciente de tal don y lo utiliza correctamente.
Esta comunión como regalo de la naturaleza también es una constante esencial y profunda en La tetería del oso malayo. Una comunión que fluye mansamente luego de haber sufrido mucho, luego de tantas experiencias de dolor como son las experiencias de la guerra, la muerte, el suicidio, el desarraigo y la migración, el desgarramiento del amor no correspondido, la soledad, la inocencia interrumpida, el discernimiento moral entre el bien el mal y sus consecuencias en la practicidad de la vida. Un sentimiento de comunión y de calma que se vislumbra y se experimenta luego de haber pasado por estadios muy oscuros y escabrosos, decadentes; una paz que resulta reconfortante después de tanta tribulación.
Cabe resaltar que, si se lee entre líneas, esta dialéctica de crecimiento y de cambio cualitativo proviene desde la experiencia vital del artífice del libro, David Rubín, puesto que él también es personaje de su creación. Su presencia se da al inicio y final del libro. Se presenta como un actante inquieto, algo caótico, que sufre y reflexiona sobre su labor de ilustrador; una personalidad bohemia que se sumerge en la noche del placer estupefaciente, en búsqueda del olvido, pero al no encontrarlo se sentirá frustrado ante la impotencia de no lograr arrancarse del corazón un amor que ya fue y que ya nunca más lo volverá a ser. Pero al reencontrarse con su otra parte, logrará entender y perdonar, y en su labor de creador, humanamente mostrará su mundo interior en su complejidad, así como se observa de manera denotativa y por qué no, connotativa, en las últimas radiografías con las cuales termina este libro. Radiografías sugerentes que invitan a la polisemia e interpretación por parte del decodificador.
Para terminar, es importante resaltar que la edición de Astiberri utiliza en su diseño, materiales amigables con el medioambiente. En cuanto al cartón usado en la pasta del libro, es de una textura agradable al tacto (pareciera que el libro es viejo por cierta pátina gruesa y granulada, que si se percibe bien a flor de piel y a buen respiro, con cada una de las yemas de los dedos del lector curioso y sensitivo nos da entender, nos transporta a la arquitectura clásica de la tetería, de esas de piso de madera antigua, de candelabros viejos y de luz tenue, de chirridos en las sillas de cueros gastados, pero entorno muy apreciable por el sujeto que valora esos ambientes que nos transportan a épocas antiguas de agradable sensación, de antiquísimo ensueño), y la impresión sobre el contenido que nos muestra su portada a primer golpe de visión, muy sugerente. En ella podemos ver que los personajes que pueblan el libro se abren e invitan al lector a entrar a la tetería, pareciera que ellos intuyen que como humanos – demasiado humanos -, muchas veces nos hace falta un consejo, una palmada en la espalda, un menjurje caliente que nos abrigue, nos alivie de nuestras penas y tristezas, y qué mejor y gratificante experiencia que la lectura de un interesante cómic como lo es La tetería del oso malayo, y su consultor psicoanímico, el oso Sigfrido, de ojos sabios, de mirada tierna y comprensiva a la suerte de sus clientes y amigos, cuando los observa a través de su lentes de hombre que realmente ha vivido.
Jesús Humberto Santivañez Valle