Desde la primera vez que lo vio, Enedina se enamoró de él. Sólo bastó un momento para quedar decidida a entregarle su vida entera pese a cualquier adversidad que se atravesase en su camino. Enedina se enamoró con ese amor adolescente que lo quiere todo y no puede nada. Si él la ignoraba, Enedina ocultaba su impaciencia hasta que él cambiaba de humor; si él la engañaba, Enedina lo perdonaba y le daba mil oportunidades más; si él la golpeaba, Enedina se culpaba a sí misma y se prometía ser mejor con él y para él. Enedina estaba dispuesta a abandonar su mundo, estaba dispuesta a ignorar la realidad sólo por estar con su amado.
Misael suele describir el suceso como amor a primer mirada. Ver sólo es percibir, en cambio, mirar es deleitarse; por eso, es mejor posar los ideales en la mirada y no sólo en la vista. Misael, hombre maduro, está enamorado de ella con ese amor adulto que soporta, que perdona y que planea. Si ella hace algún berrinche de niña consentida, Misael la consiente y satisface sus caprichos; si ella lo engaña, Misael la perdona y lo olvida; si ella no le ofrece un amor tan sublime como el suyo, Misael se conforma con lo poco y con lo malo. Misael sabe que todo cuanto hace y todo cuanto hará por el resto de su vida es y será por y para el bien de su amada.
Enedina y Misael son la pareja perfecta, están hechos la una para el otro: juntos, todo lo que se ha dicho sobre el amor finalmente cobraría sentido. Lástima que no se conozcan. Lástima que están enamorados de sendos patanes respectivamente. Lástima que el destino, el mundo y la crueldad de esta vida no los harán conocerse jamás. Lástima…
Kobda Rocha