Todos los seres humanos ―en tanto humanos― tenemos derecho a las palabras; es un derecho natural. Empero, tarde o temprano, todo se corrompe y, más aún, todo se capitaliza. Primero, enlataron la comida; después, embotellaron el agua; poco más tarde, entancaron el aire; ahora, ya empezaron a librificar las palabras.
Al igual que sucedió con la comida, se han inventado palabras chatarra carentes de nutrientes alimenticios pero que sacian el antojo del más inconsciente de los obesos. Tales palabras tienen buen sabor ―debido a los saborizantes artificiales ¡claro!― aunque, en realidad, se venden más por los anuncios espectaculares sobre Periférico y los pegajosos comerciales de televisión que por ser de veras deliciosas. No hay nada como una buena cuentorta de bistexto con quesonetos.
Como sucede con el agua, es imposible vivir sin palabras. Tres días sin ellas y uno se deshidrata hasta morir. Por ello, en todo momento debemos tener presente la más grande de las máximas profesadas por sabios milenarios: “un vaso de palabras no se le niega a nadie”.
Cuando metieron el oxígeno en tanques, nadie se alarmó (tal vez porque perseguía fines médicos), pero luego la atmósfera se volvió irrespirable y ahora todos debemos cargar con un tanque portátil. Los empresarios, por supuesto, no tardaron en comenzar a vender inhalantes de todo tipo, desde simple tabaco o marihuana hasta 24 Faubourg de Hermès y limpiador de policloruro de vinilo. Asimismo, nadie se alarma porque metan palabras en páginas impresas ―o, peor, en páginas web―, pero cuando el lenguaje se vuelva inexpresable y debamos cargar con un libro portátil ―o, peor, un e-libro― ¡entonces habrá pánico! (y no me tomarán más por un viejo chiflado). Por supuesto, los empresarios no tardarán en comenzar a vender lecturas de todo tipo, desde simples bestsellers hasta extensos tratados filosóficos.
Calma. No os alarméis. Siempre habrá mafias, grupos de narcos, cárteles michoacanos dispuestos a ofrecernos palabras ilegales al mejor precio. Sus productos serán tan adictivos que no podremos dejar de consumirlos. Y por el gobierno no os preocupéis, alguien ya los sobornará.
Kobda Rocha