Caminaba como siempre con la cabeza gacha, la mirada al suelo y los hombros caídos, sin sentido, sin metas en la vida, sin razón para vivir, como un árbol esperando el rayo que venga a terminar con su existencia, caminaba como siempre cuando vio de reojo unos zapatos comunes, corrientes, como cualquiera otros zapatos en el mundo, mas no fueron los zapatos en sí lo que llamó su atención sino los pasos tan certeros e ingenuos, tan acompasados como los suyos propios, sin la aceleración cuotidiana del ciudadano promedio, era un andar tranquilo, pacífico, incluso pensativo, lo que llevó su mirada hacia arriba, cruzando unos calcetines blancos, imperceptibles a la vista distraída de cualquier incauto pero no a la vista de un caminante pasivo como él, tobillos delgados, huesudos de hecho, aunque piel a fin de cuentas, piel perfecta, pantorrillas perfectas para ese andar y esos tobillos, mitad de rodilla y luego una falda holgada, volátil, danzante al viento leve de un suspiro, de un sueño, una esperanza que se presenta al mismo tiempo que las caderas y las manos, más velozmente las muñecas y el torso, los senos, los brazos, los hombros, el cuello, y en un instante infinitesimal, un instante más fugaz que un rayo moribundo del sol, el rostro completo, de la barbilla a la frente, orejas, cabello, nariz, labios, cejas y por supuesto un par de galaxias intraestelares mirándolo con la misma timidez, con el mismo titubeo, con el balbuceo de quien lo ha mirado de a poco, de piés a cabeza, comenzando por el suelo, el polvo que ambos pisan al pasar, y al instante siguiente, al segundo contiguo, nuevamente la mirada al suelo, ahora más veloz y más vertiginosa que la subida, mil palabras que se resisten a ser pronunciadas, mil imágenes futuras en que ambos son felices, realmente felices, con un sentido, con una razón, no sólo uno con el otro sino también consigo mismos, con una plenitud no soñada jamás, antes imposible y ahora caminando frente a frente… y pasando de largo. Sólo el ser más valiente del mundo podría dejar pasar al amor de su vida, y sonreír porque en el fondo sabe muy bien que sí hubiera podido conseguir la felicidad que ya no quiere más, la felicidad que hace tiempo dejó de buscar, la misma felicidad que dejaría pasar aun al verla caminar frente a sus ojos.
Kobda Rocha