¡Mi obra maestra está arruinada! – Gritaba Adrián Padrón en medio de los coros del público.
Adrián Padrón era un hombre normal. O casi normal. O muy poco normal. En realidad, estaba en las antípodas de lo que significa ser normal. Era un hipster. Y de la clase más radical posible. Tan radical que uno casi diría que era un personaje inventado para un cuento. Casi.
Volviendo a Padrón, él intentaba evitar como la plaga cualquier cosa que lo equiparara con el resto de los mortales. Entre sus lecturas de Edward Gorey, Thomas de Quincey o François Villon, sus películas orientales independientes de los años 60 y sus bandas que solo la madre y los miembros conocían, había redefinido lo que significaba ser un hipster. Al menos de puertas para adentro, pues en la vida cotidiana leía, veía y escuchaba lo que los demás leían, veían y escuchaban, no fuera cosa de que su verdadero estilo de vida fuera conocido e imitado, dejando así de ser único en su tipo. Un día, mientras escuchaba a Klaus Schulze en la soledad de su casa por Spotify, le llegó la revelación de su vida:
“¿Cómo puede haber más gente que conozca a mis artistas favoritos? Si los estoy escuchando en internet, significa que alguien más tiene conocimiento de su existencia. No puedo tolerar eso”.
Padrón pensó y pensó. Exprimió todo el jugo que le pudo sacar a sus neuronas hasta que la solución le cayó como lluvia:
“¿Y si formara mi propia banda? Una banda que nunca saliera del garaje de ensayo. Eso sería genial. Pero claro, esto tiene un problema: si reúno gente para tocar, ya no sería la única persona en conocer su música. Otras personas cerca podrían llegar a escucharnos tocar. Ah, ya sé. ¿Qué tal si formara una banda mental? Escribiría las canciones en mi cabeza y jamás saldrían de allí. Padrón, sos un genio”.
Fue así que Adrián empezó a buscar a los miembros para su proyecto en los recovecos de su memoria. Probó suerte con personajes de su infancia, como Luke Skywalker en la guitarra y la voz, Ryu de Street Fighter en la batería y Roger Rabbit al bajo. Los llevó a ensayar a los estudios Abbey Road de su mente y vio que lo hacían muy bien. Había compenetración instrumental y buena onda entre los tres. Solo había un problema:
“Ahora que lo pienso, estos tres están muy quemados. Todo el mundo los conoce. No faltaría mucho para que tenga que ver a Jessica Rabbit, Darth Vader o Chun Li. Todo bien con ellos, pero solo yo debo de escuchar a esta banda. Yo y nadie más”.
Y fue así que los echó a los tres con el previo agradecimiento por sus servicios. Volvió a simbólicamente prender fuego su cabeza para dar con la solución. Y ahí estaba:
“Voy a crear mis propios músicos. Pensándolo bien, va a ser un solista. Después de todo, varios músicos, por más que sean ficticios, tendrían que colaborar entre sí, y eso haría más conocida a la banda. Jamás. Y, de paso, voy a fundar mi propio estudio discográfico mental. Va a ser tan bueno como Abbey Road pero con toda la intimidad de un estudio pequeño. Nadie más va a saber de mi nuevo artista favorito. Solo yo”.
Fue así que Adrián se encerró en su mundo mental y comenzó a construir “Padrón Studios”: “el extranjerismo lo hace más extravagante y le da un toque de categoría”, dijo en su mente. El lugar era colosal y su construcción debería de haber tomado meses e incluso años en terminarse pero, como se trataba de una obra en su cerebro, no le tomó más que un par de horas. Después creó de cero a su multiinstrumentista, compositor, productor e intérprete. A pesar del hipsterismo que emanaba, su imagen era totalmente opuesta a la de un hipster promedio (“No soy un hipster promedio. Ni siquiera soy hipster”). Vestía camisas de leñador, campera de cuero, pantalones cargo, zapatos de tanguero y llevaba mucho maquillaje: “Esto va a representar muy bien su eclecticismo y va a impedir que lo relacione con una corriente musical específica”. Lo más importante ahora era ponerle un nombre. Pensó pensó pensó pensó. Al final, el nombre que eligió fue… ninguno.
“¿Para qué ponerle nombre? Eso me haría saber qué responder si alguien me preguntara qué estoy escuchando. Este proyecto debe ser lo más secreto posible”.
Fue así que el cantante y multiinstrumentista sin nombre entró en “Padrón Studios”. Tomó su guitarra acústica imaginaria para empezar a componer. Hasta que Padrón lo detuvo.
_ Pensándolo bien, empezar a componer canciones con guitarra ya está muy visto. Mejor agarrá otro instrumento.
El artista rebuscó entre todos los instrumentos que había por allí: “¿Piano? No. ¿Armónica? No. ¿Saxofón? No. ¿Batería? Tampoco. ¿Triángulo? Me parece perfecto”. Empezó a juguetear con el instrumento: “Bien. Este tema podría tener una introducción de triángulo a destiempo. Es un inicio. Ahora sí que puedo pasar a la guitarra nuevamente”. Agarró e interpretó un síncopa en un 4/4. “Genial. Ahora viene un solo de batería en contratiempos con la armónica”. Grabó las pistas individualmente y las unió más tarde. El resultado fue un éxito.
_ A ver. Mostrame cómo suena la canción completa – Dijo Adrián para sus adentros.
El innombrado obedeció. El resultado final, para Padrón, era un coro de ángeles. Claro que no tenía coros, porque las voces eran algo ya muy visto en la música, pero se entiende la expresión.
Y así pasó Adrián sus días. Con su artista componiendo y componiendo en signaturas extrañas y mezclando técnicas de lo más variopintas en auténticas sinfonías que solo él mismo tenía derecho a conocer. En pos de enriquecer su mundo interno, comenzó a hacer reiki y meditación para aprender a controlar su mente y dedicarle más tiempo a la composición músico-cerebral. Se podría decir que había inventado un género musical nuevo, al cual tampoco se había animado a ponerle nombre para que no perdiera su uniquez. Ya fuera en el trabajo o en reuniones de amigos, él siempre reproducía esa música celestial en su cabeza, y además se sentía orgulloso de ser la única persona en el mundo que conocía la obra de ese artista anónimo. Ni los diarios hablaban de él, ni sus amigos, ni siquiera el más informado de los melómanos tenía idea de aquel músico que bien podría ser el nuevo John Lennon. Todo era perfecto.
Un día, después de un interminable día laboral, se fue a acostar. Se descambió, se puso su pijama y se durmió con pasmosa facilidad. Todo normal hasta ese momento. Cuando entró en sus sueños, vio a su artista interior tocando la canción sin nombre número 29. Se sentó a escucharlo tocar. Entre el cansancio que sentía y la distracción que esa música mental le provocaba, sintió con su sistema auditivo interno unos pasos. Era ni más ni menos que Darth Vader, que se acercó a escuchar lo que sonaba. Estaba tan cansado incluso dormido que no le dio mayor importancia. Volvió a sentir pasos, pero de tacón. Era Carmen Sandiego, que también venía a escuchar esa música. Después sintió cientos de pasos pequeños a la vez. Eran los pitufos, que se sumaban al espectáculo. Más tarde sintió una brisa muy potente cada vez más cerca de él. Superman también quería escuchar. Así, poco a poco, iban acercándose personajes de todos los lugares posibles. Danny Phantom, Timmy Turner y sus padrinos mágicos, Batman, las chicas superpoderosas… Todos se habían sumado a ese ahora multitudinario concierto. Del susto que le provocaba la idea de ver a más gente disfrutando con su artista exclusivo se despertó de golpe.
Eran las ocho de la mañana. Padrón se cambió y desayunó antes de irse al trabajo. Fue hasta la parada de colectivo, esperó el suyo y, al subirse, decidió empezar a reproducir su música favorita en la cabeza. Sin embargo, algo pasaba: le costaba mucho enfocarse en escucharla. Incluso le pasó lo mismo en su trabajo, frente a la computadora. Decidió solo esmerarse en cumplir con el prontuario. Ya habría tiempo para la diversión.
Llegó a su casa, se sentó en el sillón frente al reproductor de música que solo tenía para darle ambiente a sus fantasías. Cerró los ojos para enfocarse y se durmió.
En su camino al “Padrón Studios”, vio una gran fila de personajes. Se abrió paso entre ellos para llegar al lugar. Ya enfrente del mismo, abrió la puerta de entrada y subió las escaleras hasta la sala de grabación. Para su sorpresa, su artista no estaba allí. De pronto, escuchó algo en la distancia:
_ Y este tema se llama El rock cerebral.
Reconocía esa voz. Corrió por las calles de su mente varias cuadras etéreas y, de la nada, se encontró con un gran estadio hecho a imagen y semejanza del estadio Wembley. Entró al lugar, y ahí estaba: su cantante sin nombre, tocando para una gran multitud. Imaginaria, pero multitud al fin y al cabo. Se abrió paso entre gente como el Guasón, Geralt de Rivia y Arsene Lupin para llegar hasta la primera fila. Subió al escenario y encaró al artista.
_ ¿Qué estás haciendo vos? – Dijo Padrón al artista.
_ Primero que nada, mi nombre es Pablo Latimer. Segundo, ¿Qué hacés vos acá, sin entrada e interrumpiendo mi recital? Mirá, la gente se está enojando. Hacé rápido.
_ Bueno. ¿Cómo puede ser que esté toda esta multitud reunida acá? Yo me aseguré de que nadie más te escuchara.
_ Es simple. La noche anterior, por el agobio del trabajo y tu cansancio extremo, descuidaste tus pensamientos. Ese sueño que tuviste sobre mí tocando para otra gente hizo que tu subconsciente me asociara con otros personajes y otra gente en general. Esto también hizo que, subconscientemente, yo consiguiera varios contactos en este pequeño mundo interior tuyo. El motivo por el que no pudiste escucharme tocar durante el día es porque estaba ocupado reuniendo gente para este concierto y ensayando. Estuve practicando todo el día en la sala de Capitol Records que te habías olvidado que existía en tu memoria. Este concierto que estoy dando es tan solo el primero de una gira mental mundial que estoy planeando. Van a verme muchas personas, incluidas las versiones imaginarias de tus amigos y tu familia. Es más, pronto voy a ir de gira a la mente de otras personas. Aunque no te des cuenta, a veces tarareás dormido las canciones, y eso hace que cuando estás en compañía de tus amigos, ellos te escuchen y mis melodías queden grabadas en su memoria. No falta mucho para que yo me convierta en una celebridad subliminal. Andá a las bateas a escucharme tocar o andate, que tengo un público al que conformar.
Adrián se fue corriendo del lugar mientras gritaba su frustración. Pablo tomó el micrófono:
_ Perdonen la interrupción. Ahora sigue la canción llamada La cacería de las sombras, el amor y yo.
Padrón corrió por la ciudad inexistente hasta llegar lejos de la civilización, bien al extremo de sus pensamientos. Era un lugar lleno de neuronales praderas y montañas. Construyó una cabaña de madera fantasiosa y se encerró ahí.
Al día siguiente y desde ese momento, la vida de Padrón dio un giro de 360 grados. Exacto, 360 grados. Su vida sigue siendo tal cual fue siempre. Se levanta, desayuna, va a trabajar y ocasionalmente se junta con sus amigos y su novia. Sin embargo, dejó de escuchar música. Tanto real como imaginaria. Ahora, en sus momentos de distensión, cierra los ojos y se imagina en su cabaña. Vive feliz de la caza, la pesca y la agricultura psicológicas. No pretende nada más.
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