Allegro in D minor

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¿Cuántas figuras retóricas se pueden usar para hacer entender a un niño que su padre no regresará más a casa? Una madre utilizaría eufemismos, metáforas, alegorías incluso, cualquier cosa con tal de calmar la ansiedad de su hijo. Una abuela, en cambio, sería directa, sin retórica ni poética. Una tía sugeriría decirle que su padre está muerto. Una prima trataría de evadir el tema, pues la incertidumbre la acecha desde que a ella también la abandonó su padre. Pero una madre utilizaría cuentos, canciones y hasta películas para explicarle a su hijo que a partir de ahora sólo serán él y ella en, contra y a pesar del mundo.

Se pueden poseer decenas de versiones sobre un padre y ningún recuerdo de él. Un adolescente puede creer que su padre murió; que lo abandonó; que está trabajando en Estados Unidos; que es astronauta y está en la luna pero, como allá pasa más lento el tiempo, resulta que un día allá son diez años aquí; que es un hombre importante para el gobierno, casi un héroe nacional, y que por eso no puede visitar a su familia; que fue un hombre bueno; que fue un maldito. Pero cuando llega el primer encuentro sexual, un joven puede olvidar la dubitación de su figura paterna y sustituirla con objetivos más próximos y satisfactorios.

Al llegar el momento de elegir el rumbo de vida, el sendero para la edad adulta, la dirección de un hombre maduro, cualquiera podría perderse en la desgana y el desempleo o, peor aún, en las drogas y el alcohol. No importando que haya crecido con un padre ausente y una madre amorosa ni que haya o no estudiado la preparatoria, cualquiera podría arrojarse a los adjetivos coludidos del paria y el vagabundo. Cualquiera puede echar su vida a perder sólo porque el sisifesco hado del trazado social no es futuro suficiente, ni completivo ni placentero, incluso para un alguien cualquiera.

Un padre sería capaz de cualquier cosa por un hijo. Un padre sería capaz de venderle su alma al diablo y soportar quinientos veinticuatro mil ochocientos treintaitrés siglos de tortura en el infierno a cambio de asegurar el bienestar de su hijo. Un hijo se sentiría súper poderoso y súper resistente a los excesos, y podría gastar su vida rebuscando un ápice de dios en la basura sin enterarse jamás de que su padre está condenado a sufrir las llamas del averno por él. Un padre es capaz de cualquier cosa, incluso es capaz de ofrecer su vida y su virtud a cambio de un hijo estúpido que, a ojos de cualquier otro hombre, no vale la pena.

Lo más confabulado del asunto es que dios dejaría que todo lo anterior pasara en realidad y no haría nada para que el escritor le diera otro final a su cuento.

Kobda Rocha

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Power Up en el Teatro Coliseo: El poder nostálgico del anime

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Una de las cosas que nos quitó la anormalidad de la pandemia, fue la posibilidad de asistir a espectáculos como recitales, especialmente en lugares cerrados. En mi caso, durante el 2020 compré una entrada para ver a “Power up”, una banda que nació en el 2012 (llamativamente como teloneros de Damas Gratis) haciendo interpretaciones de temas de video juegos. Su repertorio con el tiempo fue creciendo en su espectro de temas y en sus seguidores, por eso prometían hacer una interpretación de las “12 Casas” de los Caballeros del Zodiaco. Aunque, como ya sabemos, el Covid hizo de las suyas y el evento se postergó hasta el pasado viernes 24/09/2021. Pero redoblaron la apuesta, porque no solo repasaron la música de Saint Seiya, sino también Openings y Endings de Animes muy populares en Argentina.

Al evento me acompañó mi amigo Barba, un aficionado del animé como yo. En la previa pudimos ver una acumulación de público otaku, en donde resaltaban algunos con la campera de Goku, otros que aprovecharon para llevar su atuendo Cosplay (como Athena que presenció el show en primera fila) e incluso algún personaje que llevaba en su espalda el cajón de una armadura dorada como un repartidor de Pedidos Ya. El rango etario rondaba de entre los 25 y 40 años. Aunque también había algunos retoños de 10 años que acompañaban a sus padres para que disfruten el show, en lugar de ser los padres quienes llevaban a sus hijos.

El show de Power Up comenzó con la música de las 12 Casas, en donde de entrada demostraron que no eran una simple banda de nerds que hacen covers, sino que era una Orquesta completa que interpretaban con mucho profesionalismo y precisión cada fragmento instrumental de los Caballeros del Zodiaco. Un momento mágico que transportaba al público a su infancia/adolescencia en donde disfrutábamos de los épicos enfrentamientos de Seiya y sus amigos contra los Caballeros dorados. Y para cerrar este segmento algunos de los Openings más recordados de esta serie, como la inmortal “Pegasus Fantasy”.

La segunda parte del show comenzó con clásicos del anime para el deleite del público Otaku, interpretando Openings de Naruto, Attack on Titan, Dragon Ball, Sailor Moon, Pokemon, Digimon, Evangelion, entre otros (que honestamente no reconocí). De esta secuencia hay que resaltar la interpretación de sus vocalistas, que tenían un tono de voz muy apropiado para cantarlas ya sea en japones o español latino.

En la tercera parte del recital, Mariano Power, el director de la orquesta, saxofonista y fundador de Power Up, con su humor (que transmitió a lo largo de todo el recital) contaría un poco la historia del proyecto para dar pie a su muy buena reversión de clásicos de video juegos como Super Mario, Final Fantasy y las Tortugas Ninjas.

Como cierre, como no podía ser de otra forma, Power Up interpretaría lo mejor del repertorio de Dragon Ball Z, terminando con “Chala Head Chala”, un himno insignia de esa generación de animes, que invitaba a todo el público a cantarlo con euforia.

Para ser la primera vez que veo a Power Up fue un espectáculo excelente, no solo por la impecable interpretación de sus integrantes, sino también por la carga emotiva y nostálgica que tienen sus canciones. Fue una nerdeada hermosa.

Persy

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La Casa de Papel: Quinta Temporada

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Puntaje de la Temporada: 

 

  • Año:2021
  • Género: Acción, Policial, Thriller
  • Creador: Álex Pina
  • Reparto: Úrsula Corberó, Álvaro Morte, Itziar Ituño, Pedro Alonso, Miguel Herrán, Jaime Lorente, Esther Acebo, Enrique Arce, Darko Peric, Rodrigo De la Serna, Hovik Keuchkerian, Luka Peros, Najwa Nimri

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Killer Mike – I Pledge Allegiance to the Grind (2006)

Puntaje del Disco: 7

Disco uno:

  1. The Pledge (Intro):
  2. Comin’ Home Atlanta: 7
  3. The Juggernaut: 7,5
  4. Fuck You Pay Me: 7
  5. The Next Bitch: 6,5
  6. H.N.I.C.: 8
  7. One More Gram: 8,5
  8. I’ma Shine: 7,5
  9. Hot 107.9 Interview: 6
  10. Promise I Will Not Lose: 7
  11. Gat Totin’: 7
  12. G.T.R.G.: 8

Disco dos:

  1. That’s Life: 8
  2. Deuces Wild: 7
  3. What da Bizness Is: 7,5
  4. Sags N’ Flags: 7
  5. I.C. Yah: 7
  6. Shoot ‘Em Up: 7,5
  7. Killers: 6
  8. Paystyle: 6,5
  9. Gorilla Pimpin’: 6
  10. You Don’t Want This Life: 7
  11. The Pledge (Outro):

Sin sencillos radiales ni temas memorables, continuando la línea de su antecesor, Killer Mike continuaría atravesando sus primeros años de su vida musical con el disco doble I Pledge Allegiance to the Grind (2006) a la sombra de sus colegas del rap sureño más exitosos por aquellos años, una verdadera historia de lo que significa empezar bien de abajo y desde el underground de Atlanta para luego superarlos a todos.

Aunque recién se encontraba en pleno proceso de búsqueda su talento innato lograría sobre todo en la primera mitad en buenos tracks como “H.N.I.C.”, “One More Gram”, “I’ma Shine” y “That’s Life”. Además, contaría con una cuidosa lista de raperos invitados que lo secundaron en la mayoría desconocidos o en la misma situación de crecimiento que él, en la mayoría de los casos acertadamente.

I Pledge Allegiance to the Grind II, la siguiente versión de su obra dos años más tarde y su tercer larga duración, sería el real despegue del gordo Mike, con este pondría su nombre en el tope del hip hop de Atlanta y sentaría las bases de su popularidad para lo que luego fue su stremendamente exitoso dúo con El-P.

F.V.

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El mejor artista jamás escuchado

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¡Mi obra maestra está arruinada! – Gritaba Adrián Padrón en medio de los coros del público.

Adrián Padrón era un hombre normal. O casi normal. O muy poco normal. En realidad, estaba en las antípodas de lo que significa ser normal. Era un hipster. Y de la clase más radical posible. Tan radical que uno casi diría que era un personaje inventado para un cuento. Casi.

Volviendo a Padrón, él intentaba evitar como la plaga cualquier cosa que lo equiparara con el resto de los mortales. Entre sus lecturas de Edward Gorey, Thomas de Quincey o François Villon, sus películas orientales independientes de los años 60 y sus bandas que solo la madre y los miembros conocían, había redefinido lo que significaba ser un hipster. Al menos de puertas para adentro, pues en la vida cotidiana leía, veía y escuchaba lo que los demás leían, veían y escuchaban, no fuera cosa de que su verdadero estilo de vida fuera conocido e imitado, dejando así de ser único en su tipo. Un día, mientras escuchaba a Klaus Schulze en la soledad de su casa por Spotify, le llegó la revelación de su vida:

“¿Cómo puede haber más gente que conozca a mis artistas favoritos? Si los estoy escuchando en internet, significa que alguien más tiene conocimiento de su existencia. No puedo tolerar eso”.

Padrón pensó y pensó. Exprimió todo el jugo que le pudo sacar a sus neuronas hasta que la solución le cayó como lluvia:

“¿Y si formara mi propia banda? Una banda que nunca saliera del garaje de ensayo. Eso sería genial. Pero claro, esto tiene un problema: si reúno gente para tocar, ya no sería la única persona en conocer su música. Otras personas cerca podrían llegar a escucharnos tocar. Ah, ya sé. ¿Qué tal si formara una banda mental? Escribiría las canciones en mi cabeza y jamás saldrían de allí. Padrón, sos un genio”.

Fue así que Adrián empezó a buscar a los miembros para su proyecto en los recovecos de su memoria. Probó suerte con personajes de su infancia, como Luke Skywalker en la guitarra y la voz, Ryu de Street Fighter en la batería y Roger Rabbit al bajo. Los llevó a ensayar a los estudios Abbey Road de su mente y vio que lo hacían muy bien. Había compenetración instrumental y buena onda entre los tres. Solo había un problema:

“Ahora que lo pienso, estos tres están muy quemados. Todo el mundo los conoce. No faltaría mucho para que tenga que ver a Jessica Rabbit, Darth Vader o Chun Li. Todo bien con ellos, pero solo yo debo de escuchar a esta banda. Yo y nadie más”.

Y fue así que los echó a los tres con el previo agradecimiento por sus servicios. Volvió a simbólicamente prender fuego su cabeza para dar con la solución. Y ahí estaba:

“Voy a crear mis propios músicos. Pensándolo bien, va a ser un solista. Después de todo, varios músicos, por más que sean ficticios, tendrían que colaborar entre sí, y eso haría más conocida a la banda. Jamás. Y, de paso, voy a fundar mi propio estudio discográfico mental. Va a ser tan bueno como Abbey Road pero con toda la intimidad de un estudio pequeño. Nadie más va a saber de mi nuevo artista favorito. Solo yo”.

Fue así que Adrián se encerró en su mundo mental y comenzó a construir “Padrón Studios”: “el extranjerismo lo hace más extravagante y le da un toque de categoría”, dijo en su mente. El lugar era colosal y su construcción debería de haber tomado meses e incluso años en terminarse pero, como se trataba de una obra en su cerebro, no le tomó más que un par de horas. Después creó de cero a su multiinstrumentista, compositor, productor e intérprete. A pesar del hipsterismo que emanaba, su imagen era totalmente opuesta a la de un hipster promedio (“No soy un hipster promedio. Ni siquiera soy hipster”). Vestía camisas de leñador, campera de cuero, pantalones cargo, zapatos de tanguero y llevaba mucho maquillaje: “Esto va a representar muy bien su eclecticismo y va a impedir que lo relacione con una corriente musical específica”. Lo más importante ahora era ponerle un nombre. Pensó pensó pensó pensó. Al final, el nombre que eligió fue… ninguno.

“¿Para qué ponerle nombre? Eso me haría saber qué responder si alguien me preguntara qué estoy escuchando. Este proyecto debe ser lo más secreto posible”.

Fue así que el cantante y multiinstrumentista sin nombre entró en “Padrón Studios”. Tomó su guitarra acústica imaginaria para empezar a componer. Hasta que Padrón lo detuvo.

_ Pensándolo bien, empezar a componer canciones con guitarra ya está muy visto. Mejor agarrá otro instrumento.

El artista rebuscó entre todos los instrumentos que había por allí: “¿Piano? No. ¿Armónica? No. ¿Saxofón? No. ¿Batería? Tampoco. ¿Triángulo? Me parece perfecto”.  Empezó a juguetear con el instrumento: “Bien. Este tema podría tener una introducción de triángulo a destiempo. Es un inicio. Ahora sí que puedo pasar a la guitarra nuevamente”. Agarró e interpretó un síncopa en un 4/4. “Genial. Ahora viene un solo de batería en contratiempos con la armónica”. Grabó las pistas individualmente y las unió más tarde. El resultado fue un éxito.

_ A ver. Mostrame cómo suena la canción completa – Dijo Adrián para sus adentros.

El innombrado obedeció. El resultado final, para Padrón, era un coro de ángeles. Claro que no tenía coros, porque las voces eran algo ya muy visto en la música, pero se entiende la expresión.

Y así pasó Adrián sus días. Con su artista componiendo y componiendo en signaturas extrañas y mezclando técnicas de lo más variopintas en auténticas sinfonías que solo él mismo tenía derecho a conocer. En pos de enriquecer su mundo interno, comenzó a hacer reiki y meditación para aprender a controlar su mente y dedicarle más tiempo a la composición músico-cerebral. Se podría decir que había inventado un género musical nuevo, al cual tampoco se había animado a ponerle nombre para que no perdiera su uniquez. Ya fuera en el trabajo o en reuniones de amigos, él siempre reproducía esa música celestial en su cabeza, y además se sentía orgulloso de ser la única persona en el mundo que conocía la obra de ese artista anónimo. Ni los diarios hablaban de él, ni sus amigos, ni siquiera el más informado de los melómanos tenía idea de aquel músico que bien podría ser el nuevo John Lennon. Todo era perfecto.

Un día, después de un interminable día laboral, se fue a acostar. Se descambió, se puso su pijama y se durmió con pasmosa facilidad. Todo normal hasta ese momento. Cuando entró en sus sueños, vio a su artista interior tocando la canción sin nombre número 29. Se sentó a escucharlo tocar. Entre el cansancio que sentía y la distracción que esa música mental le provocaba, sintió con su sistema auditivo interno unos pasos. Era ni más ni menos que Darth Vader, que se acercó a escuchar lo que sonaba. Estaba tan cansado incluso dormido que no le dio mayor importancia. Volvió a sentir pasos, pero de tacón. Era Carmen Sandiego, que también venía a escuchar esa música. Después sintió cientos de pasos pequeños a la vez. Eran los pitufos, que se sumaban al espectáculo. Más tarde sintió una brisa muy potente cada vez más cerca de él. Superman también quería escuchar. Así, poco a poco, iban acercándose personajes de todos los lugares posibles. Danny Phantom, Timmy Turner y sus padrinos mágicos, Batman, las chicas superpoderosas… Todos se habían sumado a ese ahora multitudinario concierto. Del susto que le provocaba la idea de ver a más gente disfrutando con su artista exclusivo se despertó de golpe.

Eran las ocho de la mañana. Padrón se cambió y desayunó antes de irse al trabajo. Fue hasta la parada de colectivo, esperó el suyo y, al subirse, decidió empezar a reproducir su música favorita en la cabeza. Sin embargo, algo pasaba: le costaba mucho enfocarse en escucharla. Incluso le pasó lo mismo en su trabajo, frente a la computadora. Decidió solo esmerarse en cumplir con el prontuario. Ya habría tiempo para la diversión.

Llegó a su casa, se sentó en el sillón frente al reproductor de música que solo tenía para darle ambiente a sus fantasías. Cerró los ojos para enfocarse y se durmió.

En su camino al “Padrón Studios”, vio una gran fila de personajes. Se abrió paso entre ellos para llegar al lugar. Ya enfrente del mismo, abrió la puerta de entrada y subió las escaleras hasta la sala de grabación. Para su sorpresa, su artista no estaba allí. De pronto, escuchó algo en la distancia:

_ Y este tema se llama El rock cerebral.

Reconocía esa voz. Corrió por las calles de su mente varias cuadras etéreas y, de la nada, se encontró con un gran estadio hecho a imagen y semejanza del estadio Wembley. Entró al lugar, y ahí estaba: su cantante sin nombre, tocando para una gran multitud. Imaginaria, pero multitud al fin y al cabo. Se abrió paso entre gente como el Guasón, Geralt de Rivia y Arsene Lupin para llegar hasta la primera fila. Subió al escenario y encaró al artista.

_ ¿Qué estás haciendo vos? – Dijo Padrón al artista.

_ Primero que nada, mi nombre es Pablo Latimer. Segundo, ¿Qué hacés vos acá, sin entrada e interrumpiendo mi recital? Mirá, la gente se está enojando. Hacé rápido.

_ Bueno. ¿Cómo puede ser que esté toda esta multitud reunida acá? Yo me aseguré de que nadie más te escuchara.

_ Es simple. La noche anterior, por el agobio del trabajo y tu cansancio extremo, descuidaste tus pensamientos. Ese sueño que tuviste sobre mí tocando para otra gente hizo que tu subconsciente me asociara con otros personajes y otra gente en general. Esto también hizo que, subconscientemente, yo consiguiera varios contactos en este pequeño mundo interior tuyo. El motivo por el que no pudiste escucharme tocar durante el día es porque estaba ocupado reuniendo gente para este concierto y ensayando. Estuve practicando todo el día en la sala de Capitol Records que te habías olvidado que existía en tu memoria. Este concierto que estoy dando es tan solo el primero de una gira mental mundial que estoy planeando. Van a verme muchas personas, incluidas las versiones imaginarias de tus amigos y tu familia. Es más, pronto voy a ir de gira a la mente de otras personas. Aunque no te des cuenta, a veces tarareás dormido las canciones, y eso hace que cuando estás en compañía de tus amigos, ellos te escuchen y mis melodías queden grabadas en su memoria. No falta mucho para que yo me convierta en una celebridad subliminal. Andá a las bateas a escucharme tocar o andate, que tengo un público al que conformar.

Adrián se fue corriendo del lugar mientras gritaba su frustración. Pablo tomó el micrófono:

_ Perdonen la interrupción. Ahora sigue la canción llamada La cacería de las sombras, el amor y yo.

Padrón corrió por la ciudad inexistente hasta llegar lejos de la civilización, bien al extremo de sus pensamientos. Era un lugar lleno de neuronales praderas y montañas. Construyó una cabaña de madera fantasiosa y se encerró ahí.

Al día siguiente y desde ese momento, la vida de Padrón dio un giro de 360 grados. Exacto, 360 grados. Su vida sigue siendo tal cual fue siempre. Se levanta, desayuna, va a trabajar y ocasionalmente se junta con sus amigos y su novia. Sin embargo, dejó de escuchar música. Tanto real como imaginaria. Ahora, en sus momentos de distensión, cierra los ojos y se imagina en su cabaña. Vive feliz de la caza, la pesca y la agricultura psicológicas. No pretende nada más.

Motorik

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El soundtrack de toda una vida

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Desde pequeño, con los anhelos y las ansias desbordándose en cada poro por las hormonas de crecimiento, al ver el triunfo del rockandroll en la tele y escucharlos día con día a través de las estaciones radiofónicas más populares de mi país, cuando los maestros en la escuela, algún familiar en las reuniones navideñas o cualquier vecino en el mercado del rumbo me preguntaba qué quería ser de grande contestaba siempre, al instante, sin titubeos ni dudas, que mi destino era ser estrella de rock.

Llegada la juventud, con amplia experiencia auditiva, reconociendo miles de canciones históricas al primer par de compases, habiendo aprendido teoría musical a profundidad y dominando los cinco instrumentos básicos de la música contemporánea, escogí las dos canciones que sonorizaban mi estilo de vida, mis pensamientos, mis ideales y mis planes futuros: La Guitarra de Los Auténticos Decadentes y Mente Rockera de El Tri.

La primera canta: “Tuve un problema de difícil solución en una época difícil de mi vida; estaba entre la espada y la pared, aguantando la opinión de mi familia. Yo no quería una vida normal, no me gustaban los horarios de oficina, mi espíritu rebelde se reía del dinero, del lujo y del confort. Y tuve una revelación, ¡ya sé qué quiero en esta vida!: será la música mi techo y mi comida porque yo no quiero trabajar, no quiero ir a estudiar, no me quiero casar. Quiero tocar la guitarra todo el día y que la gente se enamore de mi voz.”

La segunda canta: “Cuando era niño mi jefa me dijo «Quiero sentirme orgullosa de mi hijo, quiero que seas arquitecto o doctor, o quizás llegues a senador.» Cuando en la escuela comencé a chafear mi jefe me mandó llamar, quería pelarme como militar y ponerme a trabajar. Mi mente dijo que no. Mi cuerpo dijo que no. Mi sangre dijo que no. A mí me gusta el rock and roll.”

Yo sostenía sendos mensajes en mi corazón con toda mi fe y mi voluntad a pesar de que poco a poco mi entusiasmo dejaba de hacer gracia a las personas a mi alrededor. En algún momento, incluso, hubo quien me adjudicó El Hijo Desobediente de Tex Tex y No Voy A Trabajar de Bermudas porque con el mismo paquete del rock viene también una ideología contracorriente, contracultura, opositora, rebelde, subterránea y antisocial. Pero yo me aferraba a canciones como Todo Sea Por El Rock N Roll de El Tri, la cual responde: “Te gustaría verme nadando en un charco de sangre o colgado de una cuerda sin aliento y sin aire o cayendo lentamente al fondo de un abismo todo despanzurrado y haciendo bizcos, te gustaría verme tirado en la banqueta babeando sangre por la boca y con la bragueta abierta causando lástima a los peatones, te gustaría verme en la calle de la amargura o buscando algo que comer en el bote de la basura o pidiendo limosna en las esquinas o clavado en la cárcel lavando las letrinas, te gustaría verme tres metros bajo tierra. Y todo por el rock and roll…”

Pasé toda mi juventud tratando de probar que el mundo se equivocaba y que yo tenía razón. Sin embargo, al llegar a la edad adulta, la canción Yo Pensaba Que de El Haragán adquirió sentido y significado para mí con esas líneas terminantes: “Yo pensaba que todo era rodar y rodar, que no se me iba a acabar, que todo era jugar y jugar, que no había que trabajar para conseguir la felicidad, que todo era reír y gozar, que todo era felicidad. Y hoy me doy cuenta que tenía muy poca edad, y que las cosas que realmente valen cuestan más, y que el tiempo que uno pierde no regresa ya.”

Hoy, a punto de entrar en la descripción de la senectud, con el fracaso acumulado en cada paso y la desesperanza articulando en cada movimiento, estoy obligado a reconsiderar el soundtrack que ha perseguido mis talones desde la primera vez que siquiera soñé con convertirme en rockstar. Las canciones que dan realidad a mi defectuosa situación son las más desgraciadas: 1) Perro Negro Y Callejero de El Tri, la cual dicta “Tengo que rodar por la gran ciudad, la gente se espanta al verme pasar. Soy como un perro negro y callejero, sin hogar, sin hembra y sin dinero.”; 2) El Haragán de El Haragán, donde se establece que “Toda mi vida he sido un haragán, toda mi vida he sido un pelafustán, una persona sin sueños y sin lugar, un conformista sin anhelos de superar. Soy un mediocre y no lo puedo negar, un simple iluso sin una realización, un disparate sin metas y sin razón.”; y 3) Vagabundo de Brebaje Extraño, donde finalmente llega la aceptación del hado permeante: “No me preocupa el no tener dinero, lo necesario para subsistir. No me interesa que no sea guapo porque así feo, así soy feliz. No me apetece estar a la moda, escucho blues, contracorriente voy. Con mi melena y la guitarra en mano me siento libre sin ningún temor. No me interesa saber de política, del presidente o de religión, yo tengo claro bien mis ideales. No tengo casa, vivo donde sea, donde la noche me agarre está bien, y me alimento de lo que se pueda; así es mi vida qué le voy a hacer. Lo que tú ofrezcas es de corazón. Vagabundo soy y así soy feliz.”

Probablemente es mi vida la materialización de estas canciones, o quizá sólo es una fantasía cubriendo una pesadilla mundana y horriblemente humanista. Lo que es cierto es que dentro de las expectativas personales y la proyección de la propia existencia vivo bajo el yugo de la canción Todo Me Sale Mal de El Tri.

Kobda Rocha

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Tristeza artificial

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Me sobró tiempo de vida. Hice todo lo que quería hacer, lo hice dos, tres y hasta cuatro veces

y, al final, me sobró tiempo. Amé la poesía del mundo, amé su naturaleza, amé su flora, su fauna y su humanidad. Amé a las personas, amé la ciencia, amé los libros, amé a dios, amé el arte, amé la cultura, amé la bondad y la esperanza, pero me sobró tiempo para conocer el odio, para odiar al humano con toda su banalidad. Odié la bélica historia de nuestra especie, odié la injusticia que caracteriza a todos nuestros pueblos, odié la maquiavelia del poder, odié la estupidez humana, odié al ser humano.

Hice todo lo que quise: jugué, sonreí, amé, canté y bailé. Pero me sobró tiempo para trabajar, para pagar impuestos, para endeudarme con el banco, para ir a la cárcel, para drogarme, para golpear a mi esposa, para necesitar al mundo, para necesitar dinero, para querer dinero, para encerrarme en la oficina ocho horas diarias, para envejecer, para aburrirme de vivir, para beber una cerveza viendo el partido de fútbol, para ver la novela de las seis, para ir a misa en días festivos, para declararme ciudadano ejemplar. Fui feliz, pero me sobró tiempo para cuestionarlo. Ahora ya no sé si eso en verdad fue felicidad aunque lo haya sido.

Me sobró tiempo para lamentarme por no haberme enamorado, por no casarme ni tener hijos; me sobró tiempo para desearlo. Me sobró tiempo para arrepentirme de no hablarle a la chica que me gustaba en la escuela, de robarme ese billete en casa de mi tía, de chocar contra un auto estacionado y darme a la fuga, de ser poeta, de no tener un trabajo estable y una familia feliz, de no haber aprendido a tocar la guitarra, de no haber estudiado una carrera universitaria, de no haber hecho nada con mi vida, de no ser feliz. Me sobró tiempo para saber que no tengo ningún talento. Me casé, y me sobró tiempo para divorciarme. Me enamoré, y me sobró tiempo para ser infiel. Tuve amigos, y me sobró tiempo para perderlos. Comí, y me sobró tiempo para defecar. Pude haber muerto a tiempo, pero me sobró tiempo para temer a la muerte.

Ya estaba satisfecho con mi vida, pero me sobró tiempo para buscarle peros, para quererme cambiar el nombre, para preferir haber escogido otra profesión, para desear no haber perdido el himen con un patán, para no querer embarazarme a los quince, para anhelar una suerte mejor. Viví y me sobró tiempo para no querer hacerlo. Lo tuve todo: dinero, familia, amigos, amor, un hogar. Lo tuve todo, y me sobró tiempo para perderlo. Estaba listo para partir, para dejar este mundo de una vez por todas, pero me sobró tiempo para escribir estas líneas.

Sigue mi consejo: ¡mátate! ahora que no tienes tiempo. Mátate, antes de que te empiecen a sobrar unos minutos.

Kobda Rocha

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