Me sobró tiempo de vida. Hice todo lo que quería hacer, lo hice dos, tres y hasta cuatro veces
y, al final, me sobró tiempo. Amé la poesía del mundo, amé su naturaleza, amé su flora, su fauna y su humanidad. Amé a las personas, amé la ciencia, amé los libros, amé a dios, amé el arte, amé la cultura, amé la bondad y la esperanza, pero me sobró tiempo para conocer el odio, para odiar al humano con toda su banalidad. Odié la bélica historia de nuestra especie, odié la injusticia que caracteriza a todos nuestros pueblos, odié la maquiavelia del poder, odié la estupidez humana, odié al ser humano.
Hice todo lo que quise: jugué, sonreí, amé, canté y bailé. Pero me sobró tiempo para trabajar, para pagar impuestos, para endeudarme con el banco, para ir a la cárcel, para drogarme, para golpear a mi esposa, para necesitar al mundo, para necesitar dinero, para querer dinero, para encerrarme en la oficina ocho horas diarias, para envejecer, para aburrirme de vivir, para beber una cerveza viendo el partido de fútbol, para ver la novela de las seis, para ir a misa en días festivos, para declararme ciudadano ejemplar. Fui feliz, pero me sobró tiempo para cuestionarlo. Ahora ya no sé si eso en verdad fue felicidad aunque lo haya sido.
Me sobró tiempo para lamentarme por no haberme enamorado, por no casarme ni tener hijos; me sobró tiempo para desearlo. Me sobró tiempo para arrepentirme de no hablarle a la chica que me gustaba en la escuela, de robarme ese billete en casa de mi tía, de chocar contra un auto estacionado y darme a la fuga, de ser poeta, de no tener un trabajo estable y una familia feliz, de no haber aprendido a tocar la guitarra, de no haber estudiado una carrera universitaria, de no haber hecho nada con mi vida, de no ser feliz. Me sobró tiempo para saber que no tengo ningún talento. Me casé, y me sobró tiempo para divorciarme. Me enamoré, y me sobró tiempo para ser infiel. Tuve amigos, y me sobró tiempo para perderlos. Comí, y me sobró tiempo para defecar. Pude haber muerto a tiempo, pero me sobró tiempo para temer a la muerte.
Ya estaba satisfecho con mi vida, pero me sobró tiempo para buscarle peros, para quererme cambiar el nombre, para preferir haber escogido otra profesión, para desear no haber perdido el himen con un patán, para no querer embarazarme a los quince, para anhelar una suerte mejor. Viví y me sobró tiempo para no querer hacerlo. Lo tuve todo: dinero, familia, amigos, amor, un hogar. Lo tuve todo, y me sobró tiempo para perderlo. Estaba listo para partir, para dejar este mundo de una vez por todas, pero me sobró tiempo para escribir estas líneas.
Sigue mi consejo: ¡mátate! ahora que no tienes tiempo. Mátate, antes de que te empiecen a sobrar unos minutos.
Kobda Rocha