El concepto de Zoomorfías es buenísimo. Los temas y sus aproximaciones son una delicia: la bestialidad en la supremacía humana, la evolución que llevó a los humanos a convertirse en animales, el instinto por encima de la razón, el absurdo gobierno suprabiológico del homo sapiens, y la divinidad minimizada a un nivel animalístico. Da Jandra escribe de manera sublime: «cuando el instinto alcanza su máxima expresión, la conciencia del animal se convierte apenas en un susurro».
Sin embargo, el hecho de que todas estas propuestas maravillosas vengan en forma de cuentos no me es del todo atractivo. Esto, por supuesto, no le quita valor al texto; solamente, en cambio, le quita afinidad a mi personal preferencia estética. ¿Qué se le va a hacer? Si hasta el mismo Da Jandra plantea que «así es esta triste y cambiante vida, cuando uno ya está a gusto renunciando a todo, entonces es que le viene como castigo lo que antes deseaba».
Zoomorfías ha entrado sin duda a esa lista de libros que, a pesar de no agradarme completamente, se convirtieron en una referencia recurrente en cuanto a las excusas ideológicas compartidas. Éste es un libro cuya existencia agradezco… y no porque sea lo mejor de lo mejor, sino porque me recuerda que no estoy solo; Leonardo da Jandra es uno de esos pesimistas, realistas, fatalistas, absurdistas, desgraciados, mal habidos y miserables que hacen de este mundo una mejor literatura.
«Lo que para unos era una maldición, para los otros era la única razón de existir. Y no es que unos fueran malos y los otros buenos, sino que unos creían y los otros simplemente no creían en nada: ni en dios, ni en el pecado, ni en la justicia, ni en la inmortalidad, en nada; era pura acción vital, sin otro fin que el de seguir existiendo, como desde hacía miles de años lo habían hecho sus antepasados. Libres de culpa y de anhelos inmortales, para ellos sólo existía la sensibilidad. […] Las consecuencias en ambos lados fueron las mismas, pues los dos habían fracasado.»
Kobda Rocha