Sabíamos que era Rick Wakeman con la Orquesta Sinfónica Nacional, y sabíamos que se anticipaba una velada amena y severa, pero no nos faltó un poco de sorpresa cuando apareció el mismísimo rubión vestido de sobrio traje en un piano de cola negro rodeado por una treintena de ilustres músicos. Y claro, uno esperaba a Rick Wakeman disfrazado de Merlín y vestido con una bata dorada tocando 5 teclados al mismo tiempo. Un poco por eso, entre pieza y pieza, se levantaba un ensordecedor «Olé olé olé Wakeman Wakeman» o «Vamos Ricardo carajo», que desentonaba bastante con la atmósfera de elevación musical. En general, la «voz colectiva» de la tribuna del Gran Rex era de entre 20 y 30 años, a pesar de lo cual más de la mitad de los concurrentes ya tanteaba el medio siglo. Y es que Wakeman supo cautivar a generaciones pasadas y presentes siendo tecladista de Yes y, posteriormente, uno de los principales exponentes del Rock Sinfónico. Y un tecladista de la San Lora, si se me permite agregar.
Pero Wakeman no vino a la Argentina a rockear. Presentó todas piezas sinfónicas con arreglos hechos para la Orquesta Sinfónica Nacional. Arreglos, debemos admitirlo, correctos, pero que en definitiva no lograron mejorar las versiones originales. Tal vez la única y honrosa excepción sea su arreglo para Eleanor Rigby, que junto a Help fueron los únicos covers de la noche, ambos de The Beatles.
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Wakeman desplegó clásicos tanto de The Myths and Legends of King Arthur and the Knights of the Round Table como de, por supuesto, Journey to the Center of the Earth, junto con alguno más deslucido de White Rock. Se hizo notar la falta de los sintetizadores, pero Rick compensó con sobras esta ausencia con un virtuosismo de piano inusitado: sí señora, lo que se escucha en el disco, Wakeman lo hace en vivo a la doble velocidad, con el doble de notas y por el doble de tiempo. Impactante.
La Orquesta estaba bien empleada, sin duda, pero dejó bastante que desear el sonido (había frizeo constante y considerable interferencia), que en un Power Trio no molesta pero en piezas densamente orquestadas (música para escuchar «con los ojos cerrados») resultó ligeramente perturbador.
Wakeman se fue, y pedido de la muchachada (y la ya-no-tan-muchachada-pero-que-agita-igual) volvió no una, no dos, sino tres -sí señora leyó bien- tres veces. Tal es así que la última vez tuvieron que repetir tema (el sublime fragmento de In the hall of the Mountain King de Grieg que se incluye en Journey to the Center of the Earth) porque ya se les había acabado el repertorio.
En definitiva, fue un evento memorable, sobre todo por el despliegue musical y la potencia sinfónica de Ricardito. No tanto por la épica legendaria de los 70′ y 80′, que estuvo más bien ausente, sino por el sencillo virtuosismo musical. El público lo supo reconocer: Wakeman se fue con una ovación de pie generalizada. Cuatro veces.
Barba