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Hasta que la muerte nos separe

La música siempre ha sido mi válvula de escape. Cuando estoy triste, oscurecido por los estragos del mundo y sus desazones, un buen Jazz siempre logra dibujarme una sonrisa en el alma; a veces hasta termino bailando como niño, sin saber los pasos pero con un ánimo inquebrantable. Cuando estoy iracundo, molesto, enojado con o sin razón alguna, brincar y gritar al ritmo del Metal siempre me desahoga; entre guturales y manotazos, sacó toda la furia acumulada por la jornada laboral y el estrés citadino. Cuando estoy aburrido, el Dubstep o la Clásica siempre despiertan mi atención; con tanto cambio rítmico inesperado, ¿quién podría aburrirse de escuchar la creación de la creación de dios?

La música siempre me ha acompañado a lo largo de mi vida, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la opulencia y en la pobreza, incluso en la sabiduría y en la ignorancia. Cuando murió mi abuelo, nada ni nadie pudo hacerme sentir mejor más que escuchar su música vieja de Bolero y Danzón. Cuando me casé, la selección de canciones fue importantísima: el Waltz para nuestro baile, la canción de serenata que canté con el Mariachi, el Soundtrack de nuestra luna de miel. Cuando estoy enfermo, la música me alivia. Cuando estoy contento, el estéreo siempre sabe qué canciones no tocar. La música está en mis borracheras, en mis viajes en autobús, en mis días de flojera y hasta en la oficina (bajito y sin que el jefe se dé cuenta).

La música es mi única salvación de este mundo infame. La música logra transportarme a otros universos, sublima mi espíritu, me completa. Cerrar los ojos y subir el volumen es lo único que se necesita para hacer desaparecer todos los males de la consciencia. Tal vez el mundo no necesita ciencia, filosofía ni política; tal vez lo único que la humanidad necesita para dar el siguiente paso evolutivo es aprender a escuchar la música de la misma forma en que dios escucha nuestras plegarias: sin responder, sólo cerrando los ojos, subiendo el volumen y disfrutando de tan bellas combinaciones sonoras. Tal vez, y sólo tal vez, la música debería estar en el nivel más básico de la pirámide de Maslow. Quizás es la música esa cosa que queda después de la nada, es el delirio, es el amor, es la vida misma. Sólo la música es capaz de dar la vida a partir del vacío; la música es una madre amorosa que jamás abandonará a sus hijos por más sordos que estos se vuelvan.

Kobda Rocha

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