Es momento de aclarar un asunto que jamás se ha discutido y yo ya estoy cansado de que tan sublime tema sea ignorado sin ton ni son, así es que lo pondré a discusión. La verdad es que exagero; cuando digo que nunca nadie ha puesto el tema sobre la mesa es mera indagación supositiva por ignorancia, irónica y paradójicamente pre-establecida por una proposición de facto contradictoria con los métodos resolutivos de la premisa. En palabras vulgares: nomás hablo por hablar, un ligero fanfarroneo para agitar las aguas de la resiliencia. Tal vez muchos ya lo han discutido y resuelto sin necesidad de tanto alboroto, pero por mera diversión aquí va de nuevo.
La palabra del día es INMORTALIDAD. Éste es uno de los tres deseos más solicitados a genios de lámparas maravillosas (después de dinero y placeres sexuales, claro). La cualidad del ser inmortal es, por etimología, no morir. Simple a primera vista, sin embargo, aquí es donde comienza la discusión en serio: qué significa ser poseedor de inmortalidad. ¡Mucho ojo! Dije poseedor de inmortalidad y que esto no se confunda con el común error cometido poseedor de LA inmortalidad porque lingüística y conceptualmente son dos cosas completas y diferentes, así es que habrá que ponernos de acuerdo.
Quien posee inmortalidad no tiene la cualidad de relacionarse con la muerte. Quien posee LA inmortalidad tiene la capacidad de brindar a quien le plazca la cualidad de no relacionarse con la muerte. Es una cosa casi ilógica, llegando a lo absurdo, como decir “tener hambre” y “tener EL hambre”. Por eso, repito para aclarar, la discusión que se propone aquí se basa en poseer inmortalidad, no LA.
Volviendo al tema principal, buscar la inmortalidad es una ambición estúpidamente exagerada, pues para empezar es una de las principales cualidades que adjudicamos a los dioses. La tentación de convertirse en seres inmortales, id est dioses, conlleva una carga no sólo de complacencia insatisfecha sino también de supremacía imperialista. ¿Quién querría ser un dios si no existiera nada más bajo que eso? Lo que quiero decir es que, si pensamos con sinceridad, la inmortalidad sólo tiene valor porque somos seres mortales. Imaginemos un mundo de dioses inmortales que no conocen lo que es la muerte porque nada en su mundo muere nunca; para ellos, la inmortalidad no tiene valor, es una mera característica adjetiva. Lo preciado de cualquier rasgo identitario es su posibilidad contrastiva hacia una adjudicación congénita. Voy a ponerlo en palabras vulgares: la cualidad que tiene valor es la mortalidad. Lo otro sólo es la negación (in-) de esa cualidad (-mortalidad).
En conclusión, quien frotase una lámpara maravillosa de la cual saliese un genio y le concediere tres deseos de los cuales uno fuese INMORTALIDAD, si se lo medita con verdadero detenimiento, en realidad no está pidiendo algo; por el contrario, está solicitando que le quiten algo, su mortalidad. Ergo, ser inmortal significa estar incompleto, ser defectuoso y, por obviedad axiomática, imperfecto. Ahora, si repensamos nuestra ambición de ser dioses y una característica aún más valorada de la deidad es la perfección, al convertirnos en inmortales estaríamos perdiendo de hecho nuestra predilecta perfección mortal, alejándonos así del propósito inicial (ser dioses). Por tanto, somos dioses porque somos mortales. Ergo, los dioses mueren, los dioses pueden morir y, aún más divino entendimiento, ¡los dioses, para que sean de veras dioses, deben morir!
Post Data.
El dios es un ser perfecto: al ser perfecto, para que siga siendo perfecto, no se le puede (¡no se le debe!) quitar una de sus cualidades: ser inmortal es perder la cualidad de morir: el ser inmortal no es perfecto y, como dios es un ser perfecto, dios es mortal.
Kobda Rocha