Estoy a un solo número de condenarme al infierno;
requiero un último pecado sobre mi alma
y estaré bien muerto, ¡muerto y chamusqueado!,
y no hallaré perdón ni compasión entre las llamas.
Levanto ahora mi plegaria al cielo…
y advierto que no siento arresto alguno de arrepentimiento.
Traigo, en cambio, una súplica sincera;
pues anhelo padecer, cuanto antes, mi tormento.
He pecado, lo confieso con orgullo.
He incurrido en todo crimen y probado todo vicio:
asesiné a tres hombres por mero capricho,
arrojé a mi padre desde lo alto de un edificio,
he violado, he robado, he mentido y traicionado,
he votado por el PRI, he votado por el PAN,
he golpeado a mi propia madre
y he encomendado mi vida entera a los fervorosos brazos de Satán.
Créanme los santos, confírmenme los pecadores:
si habremos de enlistar toda suerte de maldad ante la cual sucumbir,
verán que no existe el seis seis seis.
665 es todo lo que podemos maldecir.
Satanás, ¿dónde estás?
Muéstrame el camino; cumple mi destino.
No me orilles a hablar con él;
no me empujes a serte infiel.
Dios de gloria, dios fulgente,
tú que sí estás aquí a mi lado,
dime por qué, ya no siendo omnipresente,
después de todo, todavía no me has abandonado.
Abandonaste en las profundidades del subsuelo
a tu precioso ángel de la luz.
Abandonaste a tu propio hijo encarnado,
dejándolo morir en una cruz.
Olvidaste la canción de las montañas,
inmóviles ya ante la más grandiosa fe.
Desposeíste de su tela a las arañas,
privaste a la tierra de su natural color café,
despojaste a la flor de su perfume,
arrancaste el azul del ancho mar.
Todo arcángel ha quedado implume
desde que decidiste no volverlos a mirar.
¿Por qué irrumpiste artificioso en las letras de mi poema
si éste era un himno a Lucifer?
¿Por qué te clavas en mi corazón? ¿Por qué no te vas?
Déjame solo, déjame ser.
Satanás, ¿dónde estás?
Muéstrame el camino; cumple mi destino.
No me obligues a creer en él;
ven y enséñame el pecado número seis seis seis.
Kobda Rocha