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Abbey Road: El paseo fúnebre de los Dioses del Rock

El cuarteto de Liverpool no solo es música sino también, mercadeo. Y me expreso en tiempo presente, puesto que el grupo no ha muerto. Puede no gustarnos su estilo o la simple enunciación de su nombre, traer a la mente mágicos, orgásmicos recuerdos; lo innegable es que su leyenda nunca nos será del todo indiferente. Su sonido e imagen muy bien trabajados siguen siendo icónicos en la actualidad y un punto de referencia para entender ciertas sutilezas marqueteras, manipuladoras y diabólicas, si me inclino al paroxismo.

Pero aquí trataré de ser moderado y no llegar al punto de argumentar la existencia de reptilianos y especímenes parecidos. Para ello trataré de sintetizar mi marco teórico en música e imagen, aún más, me centraré en Abbey Road, y perdón si por ahí me desvío del buen camino, será por la admiración que le tengo a la banda, aun así, no quiero que mi sendero sea abierto en polisemia, como sucede con el objeto de mi atención: la naturaleza de un disco genial y controversial.

Las cuatro personalidades fueron muy bien trabajadas desde que entraron fuerte al mercado serio: un poeta, un bohemio, un chico bonito y uno, espiritual. El paquete completo fraccionado en cuatro temperamentos distintivos sí que tuvo una gran receptibilidad en el público adolescente de aquel entonces, así que a despojarse de las chamarras rockeras y el peinado rebelde, con harta gomina a lo James Dean, que todos supermalosos pueden pegar en los burdeles alemanes y está muy bien como experiencia de vida, pero no romperá esquemas a nivel mundial si lo que quieren es triunfar. Y así lo hicieron, porque sí que fantaseaban con el triunfo, y la estrategia funcionó y ya aterrizaban en Estados Unidos muy desde lo alto, ante los gritos y desmayos de las niñas bien.

Pero la banda tenía que crecer, y el cuarteto soñaba con inmortalidad; poseían genio y la loca musa alucinada en ambrosía rockera y aliñada en flor de loto e inspirada en la poética incentivada por humos cannabicos les bendecía. Innegable es el hecho de que los Beatles evolucionaron en un mundo globalizante que mudaba y mudaba a mil por hora. Así Abbey Road nos muestra una complejidad y una madurez en la cúspide del genio. El zénit al cual se ha llegado luego de coronar altísimas crestas, algo así como el Himalaya de la inmortalidad, una escalada maldita, empinada y vertiginosa que te mide hasta donde te da el aliento. Así, percibimos en este álbum variedad de géneros que no se niegan entre sí, diversidad que se mece entre la dureza y la ternura de sonido y letra.

Veamos; Come Together como tema de apertura ha sido muy bien carburado para empujar al escucha a contonear el cuerpo como si fuera un loco Coca-Cola. La voz de Lennon avasalla al tomar el control, pareciera que él dirigiera a los instrumentos que le rodean en torno al compás que marca el taconear de sus zapatos, una voz que nos remite a una fuerte personalidad, la cual poco a poco se va suavizando a medida que la canción llega a termina. Si uno cierra los ojos, se escucha tranquilidad y relax. Los punteos de guitarra junto a los sonidos de los platillos surten efecto y dan paso a la siguiente balada por demás memorable.

Harrison es otro show. Sumergido en espiritualidad, ha trasladado el concepto del yin-yang, la complementariedad amorosa, a la armonía de una canción por demás romántica y existencial. Something nos deleita al tocar las fibras del sentimiento humano. Atrás, Ringo demuestra el don celebratorio de su batería mientras que las notas de la guitarra parecieran elevarnos más allá de la piel, hacia sentidos superiores. Ojalá el amor sensual fuera así de sencillo; por lo menos nos queda esta hermosa canción para así creerlo y sentirlo.

En Oh! Darling se siente la confluencia del baile de salón cogido de la mano con el rock pesado. Una amistad peligrosa que puede ocasionar problemas mayores. Imagino a las niñas, todas muy formalitas, con las faldas de pliegues anchos, zapaticos de charol, anteojos de carey y largos escarpines, despojándose de sus moños a lo vintage, soltándose el pelo para rocanrolear las cabezas de un lado a otro, a más no poder, ante la sorpresa de sus padres. Las estúpidas formalidades quebradas por la rebeldía de la música. Percibo que este tema nos anuncia lo que vendrá más adelante, siete minutos y cuarentaisiete segundos de orgásmica experiencia:

Shes So Heavy se abre paso sin tapujos desde un inicio. El tema es largo y nos demuestra el carácter progresivo de la banda; si se tiene un buen lubricante a la mano, es recomendable gozar de sus beneficios porque la música embiste de una manera despiadada, sin compasión alguna y hay que gozar de su accionar sin remilgos ni pucheros en aras de una comunión total. El hacerlo nos ocasionará una malsana dependencia que sin embargo nos hará sentir poderosos. Ya si sobrevivimos de tal violación cerebral contranatura – que nos despierta con su halo de magia del sopor de la rutina diaria -, podremos satisfacernos con el siguiente lado del disco.

Heres Come the Sun es como un retozar después del amor. La tranquilidad lumínica del sol en un día de playa o en cualquier parte del universo en donde haya paz, algo así como una suave resaca luego de una juvenil noche de fiesta. Esta pieza musical nos remonta a un remanso celebratorio en el que logran confluir la lúdica mística inglesa haciendo empalme galante con el talento de la música en su raíz inocente e infantil de arrullo. Harrison despliega su talento al invitarnos a jugar a orillas de la fantasía con sencillos estribillos que nos transportarán a un paraíso multicolor. Sin duda, con esta canción dan ganas de pasear por Londres dando de saltitos sobre un pie ante la maravilla de su verde paisaje en aromas de primavera o gozarla como música de fondo al invitar a dormir a los niños después de las buenas noches, el cuento fantástico nocturno, el beso en la frente y el cerrar un mágico libro con carita feliz de complacencia.

En You Never Give Me Your Money McCartney muda de una lenta balada que comienza tierna con unos acordes de piano y malabares vocálicos hacia un altoparlante de voz mucho más grave junto a unos corillos que la unen en triada excepcional con la celebración melancólica de Golden Slumbers haciéndole un guiño de complicidad a Carry That Weight para que resalten las voces de los cuatro genios que nos brindaron todo su amor para complacencia de nuestro oído ante tanta música bastarda actual, como lugar de refugio en tiempos difíciles y apocalípticos.

Pero la situación no queda aquí. La sutileza de tan complejo disco de estudio nos inspira a analizar tan controversial portada. El arte del mensaje sublime y cifrado invita a opinar al respecto. Muchos ya lo han hecho y se ha creado un hermosísimo y espeluznante mito: la muerte prematura de Paul cuando la banda ya mostraba excepcionalidades, lo cual era peligroso, pues constituiría una gran baja a todo el trabajo invertido en encumbrarse en la cima de la gloria, así que se tenía que buscar un sosias. Pero también se abría la posibilidad de jugar con la ambigüedad del mito. Entonces se dejaron pistas regadas que surtieron muchos efectos a posteriori. Quizá el que yo opine sobre ello -muchísimos años después de acontecidos los hechos-, ya estaba premeditado. Mientras existieran fanáticos, la banda nunca iba a morir. Los mensajes sublimes aseguraban inmortalidad.

Hablando de portadas, la experiencia del Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band  ya nos sugería, como un leve susurro al oído, un funeral muy pop en estilo collage, y la mano del fúnebre pastor religioso se elevaba encima de la cabeza de McCartney y al voltear el disco, el perfil del cantante era muy distinto a los de sus compañeros vestidos cual militares psicodélicos; él nos daba las espaldas como siguiendo un camino opuesto a la vida ¿Acaso de verdad había muerto el hermoso joven en la plenitud de una exitosa carrera? La idea estremece hasta al más escéptico y nos pone la piel de gallina. El que se lucre con esa tragedia nos sugiere un hecho macabro.

Visitar el estudio de Abbey Road hoy por hoy se constituye en un punto turístico moderno de carácter pop. El estudio mudó a este nombre por los réditos que el mito suscita; las superestrellas del rock & pop se pueden jactar el haber pisado sus instalaciones; la fotografía armoniosa en donde los cuatro cruzan el paso de cebra hasta ahora se analiza ¿Qué sorprende en esta composición visual? Cierta semiótica de la imagen nos susurra que hay detalles escondidos que sugieren un paseo fúnebre que se abre paso en una calle demasiado transitada. Paul está descalzo, él ha muerto y ha dejado las posesiones materiales, aunque lleve un cigarrillo en la mano equivocada; adelante va Lennon de blanco, es el sacerdote que oficia el entierro, Ringo le sigue de negro, es el cortejo que llora en luto la muerte del músico y compañero, y cierra el paseo Harrison, vestido de sencilla mezclilla, es el jardinero del panteón que lanzará los terrones sobre el ataúd en despedida de una vida que de muy joven ya se apagó.

¿Será cierta tal interpretación? Los Beatles argumentan que McCartney aquel día llegó con sandalias y que simplemente las dejó por allí tiradas para la foto, que solo había tres vestidos de diseñador y que Harrison fue el que se quedó con su ropa de a diario; que la foto salió en pocas tomas y que querían liberarse rápido de tal pesada responsabilidad, así que el director artístico seleccionó a la más armoniosa. La portada salió sin texto alguno que anunciara el nombre del grupo ¡Total, eran los Beatles! Los dioses del rock y su último álbum de estudio, el más vendido hasta la fecha.

Hasta aquí, qué puedo decir yo ¿Qué si Paul está vivo? Pues no lo sé y nunca lo sabré. Me pregunto (igual que muchos) si se puede también falsear el talento. Paul McCartney, o el sosias que le suplanta, continuó una gran carrera con excelentísimas composiciones en un estilo muy original. Si existió un suplantador, este sí que es muy talentoso porque cumplió su función de una manera muy profesional, como para quitarse el sombrero, en honor a la verdad.

Verdad o mentira, los involucrados en la producción del disco no deberían hacerse a los escuetos al respecto. Aunque pensándolo bien, el misterio ayuda a que el mito crezca. No creo que los mensajes escondidos estén regados por ahí por mera casualidad. Han sido diseñados con una finalidad, se proyectaron a futuro, al igual que la manzanita o la lengua de sus majestades, rebelde y lamiéndose hacia afuera, o el prisma psicodélico de los hongos alucinógenos de Cambridge ¿Quién se iba imaginar que semejante recurso iba a marcar escuela?

Ahora escucho escéptico que tal o cual cantante ha mandado mensajes subliminales a los adolescentes. Que si se escucha al revés, muy lentamente, tal disco, sutilmente ya este ha lanzado un mensaje en signo de pertenencia hacia una secta, que responde a un objetivo de control mental. Los padres de familia se ruborizan, se alborotan, se sorprenden ante tal aberración ¡Qué los masones! ¡Qué los templarios! ¡Qué los sistemas de poder! Sentado sobre mi sillón, despliego una sonrisa irónica ante internet. Se nota que no conocen a los Beatles, pienso entre mí. Entonces activo un playlist y le doy click a Heres Come the Sun mientras corrijo estos escritos. Bamboleo la cabeza de un lado a otro, creo que las estrategias sutiles del mercado surtieron efectos en mí: adoro más y más a los Beatles.

Jesús Humberto Santivañez Valle

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