Si alguien considera que somos amigos, le pido me lo haga saber cuanto antes. He tenido muchos cuates, vales, compas, brothers, carnales, camaradas, valedores, y a muchos también los he llamado amigos. He tenido amigos ―espero―, por supuesto que los he tenido. El problema es que no sé distinguir cuando ambos estamos en la relación. Es una cosa así, por poner un ejemplo, como cuando le sueltas un «te amo» de veinteañero a tu pareja y parece que fue un error porque ella no lo dice pues parece que no te ama y eso te hace dudar porque igual y tú tampoco pero lo dijiste por la euforia hormonal de los besos y las caricias en el complejo orden constructivo de la juventud. A partir de entonces, siempre dudas en decirle a alguien un «te amo» porque tal vez y no es cierto puesto que nada más lo dices por decir.
Si alguien considera que somos enemigos, le ruego me lo haga saber cuanto antes. Jamás he tenido enemigos, y en verdad espero que me equivoque. El problema es que no sé distinguir cuando ambos estamos en la relación. Es algo así, por poner un ejemplo, como cuando le gritas un «te odio» a tu madre y parece que fue un error porque ella a pesar de tus palabras y tu actitud parece que te ama y lo seguirá haciendo y entonces dudas de lo que dijiste porque tal vez tú también la amas pero lo dijiste por la rabieta del momento. A partir de entonces, siempre dudas en decirle a alguien un «te odio» porque tal vez y no es cierto puesto que nada más lo dices por decir.
He leído varios libros de superación personal, he leído muchos libros infantiles, algunas fábulas también, he hablado con expertos, psicólogos, sociólogos, filósofos, conozco la etimología, lo he visto en películas y en novelones desde el Quijote hasta el Harry Potter, incluso mis amigos me han dicho que son mis amigos y yo le he dicho a mis enemigos que son mis enemigos, pero quisiera por una vez en mi vida mirar a alguien de frente y decirle que es mi amigo, sin dudar de lo que diré, decirlo porque lo sé, porque lo siento; quisiera por una vez en la vida que alguien me mirase de frente y me dijese que soy su enemigo, sin dudar de lo que habrá de decir, que lo dijera porque lo supiese, porque así lo sintiese.
La duda es el peor de los tormentos. No tener enemigos y quererlos tener resulta tan catastrófico como tener amigos y no quererlos tener. Según los libros, mis amigos son de esos amigos muy buenos; y, también según esos mismos libros, yo soy un muy buen enemigo. El problema es que yo soy un fiasco para ser amigo de alguien, así como cualquier otra persona es un fiasco para ser mi enemigo.
Lo peor es que, a pesar de todo el esfuerzo invertido, aún conservo algunos amigos y todavía no encuentro ningún enemigo. Sí, hay personas que me odian, pero eso no los convierte en mis enemigos, porque tampoco el amor que algunas personas sienten por mí los ha convertido en mis amigos. Y, ya que el odio es cuestionable en todos sus niveles, podemos comenzar a cuestionar el amor que sientes hacia tu madre, tus hijos, tu esposa, tus hermanos, et cetera. No vaya a ser que todo ese amor sólo lo sientas por sentir.
Postdata: Todo esto que digo no sólo es aplicable a los individuos, sino también a las naciones.
Kobda Rocha