Archivo de la categoría: Digresiones Musicales

Lombriz como un infeliz

Lo malo de estar vacío por dentro es que por fuera no se nota.

Por fuera, eres el chistosito del grupo, la chica bonita, la inteligente de la familia, el serio y callado, el amigable, la facilona, la apretada, el mujeriego, el quintito, el godínez, el patrón, la señora de la casa, la licenciada, don Germán el de la tienda, doña Cuca la mesera, el viejito simpático, la mujercita en desarrollo.

Te alegra estar alegre (porque, sí, a veces también sonríes, aun cuando casi siempre sea por nimiedades sin sentido); te alegra cuando un chico guapo te dice que eres muy guapa (aunque dos segundos después te des cuenta de que no te lo dijo él, sino su pene); te alegra sacar un diez en la escuela (no importa que eso no sirva para nada en la vida); te alegra que te den el asiento en el metro (porque, a pesar de que te están tomando por débil, tu vejez sí lo agradece); te alegra estar triste (porque al menos sabes que estás, no importa cómo, lo importante es estar de alguna forma y sentir algo… aunque sea dolor).

Por fuera, eres el depresivo, el enojón, la doña malacara, la amargada solterona, el padre irresponsable, el padre amoroso, la abuelita consentidora, la suegra buena onda, el niño genio, la buenona de la clase, la chichona, el casanova, el chingaquedito, el pelionero, el burro, el fósil, el nini, la cegatona, la mujercita en crecimiento.

Quisieras ser un suicida, un sujeto interesante, una puta interesada, un alcohólico patético, un melancólico misántropo, una niña tímida, una mujer famosa, una estrella de rock, una maravilla en la cama, un acostón de las mil experiencias, un anciano muy sabio, un artista del FONCA, un ratero, un criminal, un violador, una psicópata, una santita, una monja, un maricón, un cristiano extremista, un robot del futuro, un alien desalmado, un zombie masoquista.

Por fuera, eres una feminazi, una lesbiana, una machorra, un alumno de diez, alumno de ocho, el reprobado, médico, científico, el de intendencia, cacharpo, garrotero, lavaloza, mantenido, mandilón, mamá soltera, luchona, hija única, bebito berrinchudo, hijo de puta, vieja pendeja, maldita arpía, bastardo imbécil, desgraciada pérfida, el taxista buena gente, el héroe del barrio, el campeón del pueblo, miss universo, la heroína del cuento, la bruja despiadada, la madrastra maldosa, la reina de Inglaterra, el tontito de la cuadra, la mujercita en transición.

Eres un hombre, eres una mujer; lo eres por pura categorización social, por norma hereditaria, por costumbre. Eres un ser humano sólo porque a los seres humanos les parece que eres un ser humano. Por fuera, eres cualquier cosa, incluso cualquier persona; pero por dentro no eres nadie, porque estás vacío, porque a veces ni siquiera el vacío está contigo, porque casi siempre el vacío eres tú.

Lo malo de estar vacío por dentro es que por fuera, regularmente, no se nota.

Kobda Rocha

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Papa Papaya Papayaso

Un desfile de colores,
de sonrisas de payasos
presumiendo sus amores
surge al vivo de los brazos
de la calle principal.

Con pelucas, brincolines,
van alegres saludando
con cornetas, con clarines;
son artistas parodiando
la figura nacional.

Silban, ríen y saludan
a la gente sin bandera;
a los grises ojos burlan
cuando exhiben su cadera
con sombría libertad.

Maquillaje, motas, rayas
y narices rojas locas,
las sandías, las papayas
que golpean como rocas
a mi patria tempestad.

La silueta celestial
es la única verdad
que el infante más trivial
ha llamado con beldad:
«¡un payaso es mi papá!».

Kobda Rocha

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Larga vida a la inconsciencia

Es momento de aclarar un asunto que jamás se ha discutido y yo ya estoy cansado de que tan sublime tema sea ignorado sin ton ni son, así es que lo pondré a discusión. La verdad es que exagero; cuando digo que nunca nadie ha puesto el tema sobre la mesa es mera indagación supositiva por ignorancia, irónica y paradójicamente pre-establecida por una proposición de facto contradictoria con los métodos resolutivos de la premisa. En palabras vulgares: nomás hablo por hablar, un ligero fanfarroneo para agitar las aguas de la resiliencia. Tal vez muchos ya lo han discutido y resuelto sin necesidad de tanto alboroto, pero por mera diversión aquí va de nuevo.

La palabra del día es INMORTALIDAD. Éste es uno de los tres deseos más solicitados a genios de lámparas maravillosas (después de dinero y placeres sexuales, claro). La cualidad del ser inmortal es, por etimología, no morir. Simple a primera vista, sin embargo, aquí es donde comienza la discusión en serio: qué significa ser poseedor de inmortalidad. ¡Mucho ojo! Dije poseedor de inmortalidad y que esto no se confunda con el común error cometido poseedor de LA inmortalidad porque lingüística y conceptualmente son dos cosas completas y diferentes, así es que habrá que ponernos de acuerdo.

Quien posee inmortalidad no tiene la cualidad de relacionarse con la muerte. Quien posee LA inmortalidad tiene la capacidad de brindar a quien le plazca la cualidad de no relacionarse con la muerte. Es una cosa casi ilógica, llegando a lo absurdo, como decir “tener hambre” y “tener EL hambre”. Por eso, repito para aclarar, la discusión que se propone aquí se basa en poseer inmortalidad, no LA.

Volviendo al tema principal, buscar la inmortalidad es una ambición estúpidamente exagerada, pues para empezar es una de las principales cualidades que adjudicamos a los dioses. La tentación de convertirse en seres inmortales, id est dioses, conlleva una carga no sólo de complacencia insatisfecha sino también de supremacía imperialista. ¿Quién querría ser un dios si no existiera nada más bajo que eso? Lo que quiero decir es que, si pensamos con sinceridad, la inmortalidad sólo tiene valor porque somos seres mortales. Imaginemos un mundo de dioses inmortales que no conocen lo que es la muerte porque nada en su mundo muere nunca; para ellos, la inmortalidad no tiene valor, es una mera característica adjetiva. Lo preciado de cualquier rasgo identitario es su posibilidad contrastiva hacia una adjudicación congénita. Voy a ponerlo en palabras vulgares: la cualidad que tiene valor es la mortalidad. Lo otro sólo es la negación (in-) de esa cualidad (-mortalidad).

En conclusión, quien frotase una lámpara maravillosa de la cual saliese un genio y le concediere tres deseos de los cuales uno fuese INMORTALIDAD, si se lo medita con verdadero detenimiento, en realidad no está pidiendo algo; por el contrario, está solicitando que le quiten algo, su mortalidad. Ergo, ser inmortal significa estar incompleto, ser defectuoso y, por obviedad axiomática, imperfecto. Ahora, si repensamos nuestra ambición de ser dioses y una característica aún más valorada de la deidad es la perfección, al convertirnos en inmortales estaríamos perdiendo de hecho nuestra predilecta perfección mortal, alejándonos así del propósito inicial (ser dioses). Por tanto, somos dioses porque somos mortales. Ergo, los dioses mueren, los dioses pueden morir y, aún más divino entendimiento, ¡los dioses, para que sean de veras dioses, deben morir!

Post Data.

El dios es un ser perfecto: al ser perfecto, para que siga siendo perfecto, no se le puede (¡no se le debe!) quitar una de sus cualidades: ser inmortal es perder la cualidad de morir: el ser inmortal no es perfecto y, como dios es un ser perfecto, dios es mortal.

Kobda Rocha

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Fágase la lux

Como resultado de nuestra evolución cultural ―id est, de la errona histórica―, hemos creído que morir es malo, evitamos a toda costa nuestra muerte (…y la de otros, humanos o no). Como consecuencia, alargamos nuestros años de vida, evitamos envejecer, procuramos la juventud, perpetuamos la salud, rechazamos la enfermedad, tememos a todo lo que atente contra nuestra vida. Así, sucumbimos ante un arma, un asesino o un desastre natural, porque nos aferramos a la vida. Tan asidos estamos de la vida que inventamos las almas, las teorías teológicas, la promesa de otro mundo, los zombis, las momias, la fotografía, la literatura y, en fin, todo lo que procure nuestra no muerte ya fisiológica ya conceptual.

Como grada y extensión de nuestra aprehensión por la vida, dependemos nuestra existencia de la salud. Enfermar nos acerca tanto a la muerte, y tememos tanto a la muerte, que evitamos enfermar a toda costa. Luego, cuando ya estamos enfermos, queremos sanar en seguida. Conocemos las hierbas y los ungüentos, mezclamos todos los colores, inhalamos y extirpamos lo que sea, hasta inventamos la aspirina y el complejo B.

Aunque ni tenga nada que ver, extrapolamos el concepto de salud hacia lo psicológico, lo emocional, lo sentimental, lo espiritual, lo intelectual, lo social, lo sexual, lo económico, lo familiar, lo actitudinal, lo profesional, lo laboral, ¡hacia prácticamente todo! (Tal vez haya sido una estrategia mercadotécnica para hacer dinero vendiendo la idea de que se puede estar saludable en todos esos aspectos de nuestras vidas.) Lo hemos traspalado tanto que ahora casi todo resulta ser malo: ser misántropo, ser viejo, ser desempleado, ser pobre, ser soltero, ser feo, ser pedante, ser inculto (lo que sea que eso signifique), ser perezoso, ser presumido, ser presuntuoso, ser obeso, ser ingenuo, ser conformista, ser cobarde, ser infeliz, et cetera. Lo creemos como si tuviéramos que ser de revista, de telenovela, de cine, de disney, de Europa, de la Roma o de Coyoacán para ser felices.

La mediática panacea económico-política nos hace cocowash, haciéndonos creer que para ser felices tenemos que vivir felices. Para colmo, y como propuesta didáctica de solución a todo esto, inventamos el concepto de inmortalidad sólo para descubrir cuánto podemos no vivir. Concebir medidas sobrehumanas de tiempo más allá de un infinitesimal presente nos sirve solamente para creer que somos un punto pequeño en la historia del universo, que nuestro paso por el mundo es efímero, que estar o no estar es irrelevante para la existencia, y así comprar sus productos comerciales. (Todo esto, claro, extirpado de la costilla del absurdismo).

Como consecuencia, y para buscarle alguna otra solución, nos hemos convertido en seres humanos autodestructivos. No suicidas, sino autodestructivos. El suicidio no es más que la patética e inmadura interpretación de la suprema grandeza y la valentía colosal contenida en la autodestrucción. Únicamente los no masoquistas se quitan la vida, porque no hay nada más autodestructivo que decidir seguir viviendo en este mundo.

He aquí la cereza del pastel: hemos generado un síndrome de Estocolmo hacia la vida.

Kobda Rocha

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Jolibud versus the world

El cine Jolibudence me enseñó que todos los mundos albergan mejores civilizaciones que el nuestro… no por su tecnología, no por ser más desarrollados, no por sus características fisiológicas, no por una súper inteligencia, no por alguna congénita superioridad especiática, sino por algo que nunca se dice pero está a la vista de todos —aunque tampoco lo vemos; en general, me refiero—: en otros mundos (al menos los que ha logrado concebir el cine) no hay países. ¿No es extraño, por ejemplo, que en Los Vengadores Odín y Thor conquisten mundos y no naciones? Yo me pregunto si de plano los mundos son tan pequeños que sólo cabe una rosa y un princesito o si será acaso cierto que en nuestro mundo también hay sólo un país: EEUU.

Otra cosa es que la política parece estar resuelta en otros planetas. Siempre hay un líder supremo de todo el orbe. En el nuestro, si llegara un extraterrestre a Florida o Lavalleja… vayamos más lejos… Si un extraterrestre llegara a Punta Del Diablo en Rocha, Uruguay, y pidiera ser llevado con el líder, ¿alguien lo llevaría con el gobernante local? ¿Quien preside Punta Del Diablo sería el líder o habría que llevarlo con el gobierno de Rocha? Y una vez allí, ¿no sería mejor conducirlo hasta la presidencia uruguaya? Lo mismo pasaría si el alien llegase a Lobito en Angola, África, ¿o no? Al final, seamos capitalistamente sinceros, el líder último de nuestro mundo (así nos lo ha hecho creer Jolibud) sería el presidente de EUA. Ya veo a Odín, padre de todo, estrechando la mano de Trump, padre adoptivo de todos.

Al decir esto último, se me ocurre que tal vez allá en Asgard, si un astronauta midgardiano llegase a Nastrond, no lo llevarían con Fafnir sino con Odín, el Donald nórdico. Lo mismo que aquí nadie lo conduciría con Lacalle Pou. En fin, para terminar, y para no sentirnos tan miserables, además para evitar sufrir nuestra nova esclavitud (semper fidelis), voy a recomendar un libro y disco que se resisten al destino marcado por los USAs. El primero es De cómo el Roñas y su mamá salvaron al mundo del genialísimo Héctor Chavarría. El segundo es Space Symphony Around Us de los inclementes Carnal Diafragma.

Sonrían y voten por Kodos.

Kobda Rocha

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Dame una G

La palabra del día es “Gay”. Una palabra que supondría no causar ningún revuelto en pleno siglo veintiuno. Dos mil y veinte años de calendario cristiano debería ser suficiente esfuerzo de madurez en este asunto… pero no lo es. Lamentablemente para algunos y afortunadamente para otros, lo “Gay” sigue siendo un tabú… a veces… en algunos contextos… de algunas formas… y en modos algo extraños… pero sigue siendo tabú a fin de cuentas. No importa lo que se diga de los griegos, o de los egipcios, incluso de los religiosos contemporáneos o de la fuerza bruta, armada y salvaje de los gobiernos macho-alfas. Marchas, revueltas, revoluciones, movimientos sociales masivos, drogas, teorías, estudios, psicología, sociología, historia, asesinatos, muerte, violencia, manifestaciones pacíficas, tratados, leyes, discursos, filosofía, poesía, ¡nada ha servido para hacer que mi padre cambie de opinión cuando le digo que soy “Gay”! Para él, cualquier cosa que no sea heterosexual está mal. Ninguna lesbiana, Gay, bisexual, trasvesti, transgénero, transexual, intersexual, pansexual, asexual, demisexual, queer ni zoosexual le hará entender su propia postura, su cosmovisión, su ideología, su constitución integral como ser humano. Reto a cualquiera a posarse frente a mis tíos y abuelo, y ganar el debate discursivo (sin utilizar la fuerza, claro, pues eso sería hacer trampa). Por supuesto que el cocowash mediático y retórico puede funcionar, pero no se atendería la situación desde la razón, desde la comprensión racional de las perspectivas. Así pues, establecido que en el mundo (sí, en este mismo planeta) hay aún resistencia al concepto “Gay” y todo lo que eso implica y de lo que eso se desprende, hablemos de música Gay.

Como en todas las artes atendiendo a una temática en específico, hay tres formas de música Gay: 1) música hecha por Gays, 2) música hecha para Gays, y 3) música que refiera a Gays. Y de ahí, podríamos hacer otra división: a) la música intencionalmente Gay y b) la música Gay por accidente, acaso por incidente. De lo cual podríamos subdividir la música consumida por Gays, la no consumida por Gays, la consumida por todos y la consumida por ninguno. En este punto, vamos cayendo en el absurdo humano de lo creativo por casualidad, es decir, la creación con intención. Qué es de quién o para quién: cabe la pregunta qué es Gay, qué es negro, qué es ciego, qué es sidoso, qué es cubano. ¿Cuál es la música cubana: la creada por cubanos? ¿Cuál es la música sidosa: la creada por sidosos? He aquí el absurdo en que el artista toma una postura, ya sea porque pertenece a ese mismo grupo identitario o porque esa masa (tonta y manipulable como todas las masas) paga bastante bien por sus servicios. En suma, los temas de la realidad ya no sirven al arte sino que el arte sirve a la realidad y sus temas. Y entramos a otra discusión aún más profunda que nos llevaría siglos resolver. Así que, entendiendo ya que para el consumo mediático masivo capitalista lo Gay no es más que otra oportunidad de seguir haciendo dinero, hablemos de música Gay.

Indudablemente, se tienen que mencionar todas esas canciones y grupos que han sido catalogados como Gay ya sea por la misma comunidad Gay o por el resto, o por amba, aunque no necesariamente hayan surgido con esa intención. Un ejemplo de esto es Goodbye Horses de Q Lazzarus, la cual, a pesar de ser cantada por una mujer sin intenciones originales de representar a una comunidad Gay, gracias a la película The Silence of the Lambs (1991) y a la magnífica interpretación de Ted Levine como Buffalo Bill bailando al ritmo de esta melodía, se posicionó como una de las canciones pilares (casi de culto) no sólo de lo Gay sino de toda la población HLGBTTTIPADQZ.

Otra mención inevitable es la gran labor que hizo Village People al tomar la imagen de los estereotipos masculinos (el vaquero Marlboro, el motociclista metalero, el policía, el soldado, el obrero, et cetera) y estetizarlos, sensualizarlos al grado más extremo. El impacto que provocó fue inmenso porque nunca hubo un sentido Gay explícito: los cuerpos estaban bien torneados, las ropas no fueron —como solía decir mi abuela— feminizados, los bailes eran sensuales (sí) pero no más que un tango, y las letras de las canciones siempre estuvieron apegadas al discurso normado del sistema social (YMCA, la musculosa Macho Man y, claro, la inolvidable In The Navy). En realidad, fueron unos genios, porque los hombres nunca dejaron de ser hombres, nadie podía negarles ese título; la única diferencia es que no eran el tipo de hombres que nos habíamos acostumbrado a idealizar durante siglos, lo cual era exactamente el punto de todo esto: un homosexual no deja de ser hombre, sólo es otro tipo de hombre.

Y, sin embargo, lograron cumplir el objetivo planteado, porque dejaron en la consciencia colectiva una idea fija y renovada de aquellos estereotipos de macho alfa. Esto se comprueba con, por ejemplo, el video de Mope de la banda Bloodhound Gang, la cual es un collage paródico de muchas cosas al mismo tiempo, y entre tantas también de esta nueva herencia que dejó Village People al poner a dos policías danzando ahora sí sexosamente con un arcoíris formado con la bandera Gay de fondo (y usando, por cierto, a Frankie Goes to Hollywood diciendo “Relájate y no lo hagas”, referencia importantísima por ser un mensaje harto machote que se transparenta con ver su respectivo video “Relax” donde hay violaciones, feminicidios y usanza de mujeres por placer sexual).

Como nota especial, y por puro divertimento, haré mención de ese capítulo de Los Simpsons en que Homero cree que Bart es Gay y, hombrecito como lo quiere, pretende mostrarle el mundo de “los hombres más rudos del país”. Una fundidora de acero, símbolo del trabajo duro, afianzado idealmente con lo masculino, resulta ser el escenario perfecto para una comunidad Gay. Extrañamente, en esa escena los trabajadores Gay comienzan a bailar al ritmo de Gonna Make You Sweat del proyecto C&C Music Factory, la cual nunca tuvo nada qué ver con el movimiento Gay pero que, por su género musical, por su cercanía con lo declaradamente Gay y su sonido ahora ya relacionado con la comunidad, ahora era catalogada como una canción más de y para los Gays.

Así, podríamos mencionar muchísimas referencias musicales relacionadas con lo Gay, ora intencional ora incidentalmente. Quizá también sería importante mencionar a esas personalidades que se posicionaron como estandartes de esta revolución sexual, como Sir Elton John y Freddie Mercury. Incluso podríamos decir muchísimo acerca de los Gay en el Punk, el Metal y hasta el Grupero, géneros esencialmente masculinos, misóginos y mucho machos. Quién no recuerda ese momento en que Rob Halford, vocalista de Judas Priest, se declaró abiertamente homosexual. Cómo olvidar las letras de Jonathan Davis, el freak violado por su padre, violentado por su madre, el que chillaba “como niñita”, el clown, el faget, el que vestía lencería femenina en el video A.D.I.D.A.S. (siglas, oportunamente, de Todo El Día Pienso En Sexo). Y, nomás por no dejar de mencionarla, Gloria Trevi, la diosa de la noche, uno de los actuales totems Gay de Méjico al menos, entre otros tantos, erige un desenvolvimiento exuberante de la música consumida por Gays, que no necesariamente es restrictiva de esta comunidad.

Quiero hacer otra pausa para nombrar dos canciones de las cuales no quiero opinar sino sólo recomendar y dejar que cada uno genere su propio comentario. 1) Tlalpan Girl de la banda A Love Electric, y 2) Ladyboy Fisted de la banda Isaacarum.

Aunque estoy dejando pasar por alto mucha música, he de terminar esta digresión con una banda mejicana abiertamente Gay: Larva. De hecho, ellos se venden como Puro Pinche Gay Metal. Al principio, por supuesto, el mensaje estaba un poco más oculto. Por ejemplo: en su disco Anormal, siguiendo la línea del New Metal, parecía ser el discurso de una niña depresiva suicida harta de este mundo que no entiende ni la entiende; en Casa de Alfileres, parecía ser el discurso de un adolescente raro que no encaja con el modelo común de la sociedad; y así, cada álbum trataba de evidenciar a ciertos personajes marginados por los amplios grupos sociales dominantes, cosa nada diferente con la comunidad Gay. Finalmente, poco a poco, con una carrera musical consolidada (por tocar bien, no por ser Gay), lograron develarse como una banda Gay haciendo Gay Metal. Hasta aquí, todo va bien. El problema comienza cuando llega la declaración de Peech en una entrevista para un documental sobre el movimiento Gay en Méjico: A la comunidad metalera no le importa si Larva es Gay, en tanto toquen buen Metal; en cambio, la comunidad Gay discrimina a Larva por tocar Metal, a pesar de ser Gay.

Kobda Rocha

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Jingles

El mundo capitalista, consumidor y vanidoso tiene muchas formas de vender un producto, muchas de las cuales no necesariamente requieren que el producto goce de buena calidad… es más, ni siquiera de mediana calidad. Tampoco importa que el producto sea necesario o siquiera útil para ser comercializado. De hecho, y para llegar al colmo de lo absurdo, ni siquiera es relevante si al consumidor le gusta el producto; con que lo compre es suficiente… y, sobre todo, si lo compra recurrentemente. El grado más alto de éxito en la mercantilización de un producto es la creación de adictos, obsesivos y coleccionistas.

La estrategia mercantil es simple: no importa qué se vende sino cómo se vende. Para esto, hay muchos recursos; algunos de los más evidentes son los eslóganes y los logotipos. Y algo de lo más presente (que es a lo que nos dedicaremos en esta digresión) son los jingles. Un jingle es una tonadita breve y pegajosa utilizada en los anuncios comerciales para representar una marca o producto. Son las cancioncitas fastidiosas que se nos meten a la cabeza durante semanas y no se satisface hasta adquirir el producto anunciado. Los jingles son la prostitución suprema de la música.

Existen variaciones regionales y temporales en cuanto al uso de los jingles; esto es que las melodías son a veces diferentes dependiendo el país o el año en que se anuncie, sobre todo cuando el producto sobrevive al paso de las generaciones, pues se tiene que adaptar a las modas y oídos del nuevo mundo tan mutable y destrozable al por mayor.

El Méjico de los noventas (o sea, el mundo donde crecí mi infancia) estuvo lleno de publicidad, no sólo sonora sino también visual y hasta mnemotécnica —o como sea que se llame ese tipo de malevolencia. Previo al actual sistema internetizado, todo entraba por tres grandes y metafóricas cabezas de Cerbero: radio, televisión y revistas. Las revistas como entidad visual, la radio como herramienta auditiva y la televisión como la perfecta combinación de ambas. Además, la inteligencia mediática había madurado bastante durante las dos décadas anteriores (setentas y ochentas) con tantos avances en Sociología, Psicología y Maldad. Todo contenido que se transmitía por estos medios estaba cargado de intenciones políticas, económicas, sociales, y a veces hasta religiosas o cosas más ruines.

Hablar de publicidad en general es un asunto extenso en demasía que nos tomaría varios compendios enciclopédicos para revisar por completo, y el tema de los jingles no es menor. Por ello, sólo pondré como ejemplo aquellos jingles noventeros más malditos y asquerosos; es decir, los que recuerdo con más cariño y alegría… porque significa que cumplieron su objetivo al quedarme marcados en la memoria y sobrevivir a mi infancia. ¡Malditos! Lo repito porque odio recordar con más claridad los jingles que los nombres de mis compañeros del colegio; pude haber olvidado mis clases de Geografía y de Ciencias Naturales, pero los malditos jingles aún los recuerdo… y lo peor de todo es que los canto y se me antoja comprar sus productos. ¡Malditos!

El primero que viene a mi memoria auditiva es Dulces Vero. Ahora que sé de poesía y teoría literaria, puedo decir que su recurso era muy tonto, pues el ripio con la terminación “-ero” es un tropezón horrible en un poeta. Pero a quién le importa; a mis cuatro años era una tonada mágica con lavado de cerebro incluido:

Ésta es la magia de Vero,

el dulce que yo prefiero,

el dulce que más me gusta

porque Vero es primero.

 

¡Vero! ¡Vero! ¡Vero!

¡Vero! ¡Vero! ¡Vero!

Lo segundo que asalta mi memoria son esos jingles pequeñitos pero efectivos. Canciones que no duran ni medio minuto pero con eso se quedan marcados en la memoria para siempre. Por ejemplo: Play Doh, Mamut y Duvalín. Por un lado, aunque parezca mentira, Play Doh sólo era una repetición en una alta de escala, subiendo el tono y acelerando el compás: Play Doh Doh Doh Doh Doh Doh Doh, Play Doh Doh Doh Doh Doh Doh Doh… Por otro lado, Mamut es la cosa más simple que se ha hecho en cuestión de jingles: sólo decir tres veces la palabra “Mamut” con un tono cavernicolesco después de sentenciar “Para ese apetito feroz” a modo de consejo, sugerencia u ordenanza. Y, claro, el explícito mensaje de Duvalín: “A Duvalín no lo cambio por naaada… ¡Duvalín!”. Además, la súper promoción que hizo Chabelo cuando rapeaba: “A tu Duvalín / le quitas la tapita / le cortas la carita / y en una cartita / me mandas tres.” Ya estando en esto de los jingles cortos y efectivos, habría que mencionar el de Tuinky Wonder, el pastelito de más sabor.

Lo tercero que recuerdo al pensar en jingles es el comercial de Triciclos Apache. El tono alegre, jocoso, animado, es suficiente para bailar y gritar “A – – Pa – Che”. Pero lo mejor de todo es la intromisión de un verdadero apache diciendo “Dura, dura, dura, dura”. Esto, por supuesto, con el implícito cocowash de que los triciclos nunca se acaban pues el gran atractivo es que tenían un año de garantía (¡qué extraña parece en los dosmiles esta propaganda!). Por cierto, y como dato curioso, no conozco a un solo nacido entre los ochentas y noventas que no haya disfrutado un Apache en su niñez. Todos tuvimos uno… ¡qué triste!

Para terminar, los dos grandes genios del jingle: Sanborns y Del Fuerte.

Sanborns tiene dos jingles, uno muy adulto y otro muy infantil. El adulto es una cancioncilla como de superación personal que acompaña una secuencia de batería con pianito alegre en tonos mayores, casi navideño, y el coro vocal “Sólo, sólo Sanborns”. El infantil es un contrapunto de voz grave y masculina (Borro Borom) con una aguda y femenina (Turu Tururum). Y eso sin mencionar el excelso recurso caricaturesco de los tecolotitos. ¡Ah, malditos genios!

Del Fuerte… ¿Qué decir de Del Fuerte? Aunque el original es de los setentas, censurado para los noventas, llegó completa y unrated por repetición de las tías, las madres, las vecinas y las abuelas. Creo que es éste el nivel más alto de propaganda auditiva. Lo que es más, ¿no es esto poesía de la mejor?

Estaban los tomatitos

muy contentitos

cuando llegó el verdugo

a hacerlos jugo.

 

“Qué me importa la muerte”,

dicen a coro,

si muero con decoro

en los productos Del Fuerte.

Como mención especial, queda “Con XL3, alivia la gripa en un 2×3” y “Póngale lo sabroso” (con voz de gallina, por cierto). Y así, poco a poco, una vez más, se van descifrando los torcidos trastornos subliminales del mundo hecho pedazos.

Kobda Rocha

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La fortaleza

Cada centímetro cuadrado contenido dentro de los casi 500950700 kilómetros cuadrados que conforman este planeta está lleno de mundo. Salvo por lo profundo de los mares, los desiertos, los volcanes y otros ciertos terrenos inhabitables —aunque no por ello inocentes—, todo está cubierto de humanidad. La guerra en algún momento pasó por cada lugar del orbe; la sangre, la muerte, el dolor, el llanto, la tristeza, la injusticia, la pobreza, y/o la enfermedad han marcado cada pedazo de nuestro planeta en algún momento de la historia. No hay ningún espacio libre de una memoria aterradora, no hay ni una espelunca que resguarde intacta su cualidad natural. Los humanos lo hemos manoseado todo, incluso el aire, incluso el cielo.

No teniendo salvación ni opción de huida, nos aferramos a la ruindad que hemos consolidado y, agregados ya al flujo lógico de nuestra propia consuetud entrópica, nos apropiamos de un trozo de mundo para hacerlo nuestro mundo. Si todo lo que hemos pisado ha quedado despojado de su altivez para convertirse en una contaminada vanidad, entonces compramos un terrenito para que al menos esos 200 metros cuadrados (o menos… mucho menos) sean nuestra vanidad, nuestra personal forma de destruir y salvaguardar el mundo. Ése, llamado nuestro hogar, es nuestra mitomaniaca esperanza de paz.

Poseer una casita, pagar el impuesto predial e imprimirle nuestra personalidad no es garantía de seguridad y verdadera posesión de algo; sólo es un holograma, una estampa, una ilusión, porque en cualquier momento nos sueltan un misil nuclear encima y destrozan nuestros dos cuartitos con cocina y baño… o nos hacen fraude y nos estafan con las escrituras de propiedad… o a las capas tectónicas de este lastimado planeta se les ocurre danzar sin interesarles nuestro recién levantado cimiento arquitectónico… o igual lo vendemos por propia voluntad. El punto es que no tenemos nada, el planeta no nos pertenece, ni siquiera los 200 metros cuadrados (o menos) en donde construimos nuestro hogar.

Y aun, con todo, nos aferramos a esa casita como si en verdad valiera la pena. Porque, de cierta forma, es lo único que nos queda: tragarnos la mentira, seguir el juego y enamorarnos de esos cuatro muros. Tras un ejercicio vacuo de resignación y conformismo, ese espacio irrelevante se transforma en el santuario más sagrado que podamos soñar. Ese templo, ese hogar, es una guarida contra todo lo mundo que es el mundo, es una muralla, una defensa contra todo lo humano que es el humano. Ahí dentro, con la sensación de estar donde todo es nuestro, forjamos el único refugio posible ante las atrocidades de nuestra especie.

Yo no critico esta medida tan simple, tan cóncava, tan superficial. Al final, de uno u otro modo, es bueno que encontremos un racimo de bienestar entre tanta calamidad mundana. Sin embargo, no puedo evitar pensar (¡oh, gran defecto!) que un hogar es la guarida del cuerpo. ¿Qué edificación, entonces, resguarda nuestra alma?

Kobda Rocha

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El encierro

La soledad se ha ganado el aprecio de muchos y el repudio de otros tantos. El arte le ha dedicado extensas obras y los filósofos la han mirado de cerca, casi enamorados de ella. Los poetas, por supuesto, también han merecido mil versos en su honor. Dediquemos tautológicamente una página más al tema.

Alguna vez escuché (no sé dónde) que aquella persona que disfruta su soledad tiende a escoger mejor sus compañías, pues quien huye de su soledad termina aceptando cualquier mala compañía sólo por desesperación. Esto me recuerda un poco a eso que dijo (espero recordar bien) Jean-Paul Sartre: “Si te sientes solo cuando estás solo, entonces estás mal acompañado”. Ah, porque eso es una vuelta de tuerca al dicho popular “Más vale sólo que mal acompañado”. Hay una canción de Molotov, lo digo como paréntesis, Más vale cholo que también se prende de esta frase, y es buena rola ya de paso… Algo más: cuando se habla de soledad lo primero que siempre viene a mi mente es aquella frase contradictoria de Bécquer que dicta “La soledad es muy bella cuando tienes a alguien con quien compartirla”. Es como el acertijo de mi abuelo: “Si unimos tu soledad y la mía, ¿tenemos dos soledades o ninguna?”.

Sin embargo, a pesar de todo lo que se puede decir y se ha dicho sobre la soledad, hay una soledad de particular interés: la causada por el encierro. Pensemos en un prisionero que ha sido aislado de todo contacto humano, guardado en una celda psiquiátrica o en una cárcel policiaca. No es lo mismo estar solo por ser feo y no tener amigos que por estar encerrado. Cómo pasar por alto El castillo de la pureza o el magnífico Yellow wallpaper y otras maravillas similares.

La soledad es superable y combatible, pero el encierro es insoportable y abisal. Hundido en la soledad del encierro, cualquiera podría, un día u otro igual que cualquiera, terminar, quizá por aburrimiento, tedio o desesperación, creando el cielo, la tierra y todas las cosas. Tal vez es ésa la cosmogonía de los artistas. Tal vez ésa es la teogonía de la creación.

Kobda Rocha

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Oscuros rincones de mi habitación

Alondra Montero, una voz en las letras, un sonido en el nombre.

El salón está lleno de rostros pálidos, son rostros tan inexpresivos como inalterables. Las copas tintinean, los vestidos caen, los perfumes se mezclan. La danza comienza, las parejas se reúnen, la música susurra notas menores a los piés de los invitados. Es la pesadilla irreal, es la ficticia celebración de los cuatro, es el oscuro paisaje en mi mente.

La necesidad en mi aflicción. La necesidad en mi dolor. Sangre bajo la piel, el infierno bajo la carne. No intentes tocarme, no intentes amarme. Puedo lastimarte, incluso podría matarte. Déjame descender sin tu ayuda, sin tus brazos, sin tu nombre.

La lluvia sobre tus hombros, respetando tu silueta, figuró un ángel hermoso. El sueño compartido: busca pareja para el gran baile; el vuelo del gorrión nos invitó a cabalgar las nubes. Majestuoso espectro ronda mi palpitar, amenaza con volver… ¡Vuelve, bello espantajo, vuelve a mí! Vuelve en sueños y aléjate de mi realidad.

Si te encuentro, existirás en mis andamios interiores. Si te salvo, será para extirpar el corazón, para lastimarte, para mutilar el vínculo cenizo entre nosotros. Beligerante, combativo, contendiente. Duerme y bésame. Duerme, abrázame, sálvame. Despierta y olvídame. Despierta, olvida mi nombre, olvida mi voz. No soy belleza, no eres amor; somos cúspide inmaculada en remoto panorama imaginario.

Culto divino, cuento de hadas, perfecto mesías. Poema bajo las manos, esperanza en tinta colonial, fábula sin musa. ¿Dónde está la psicosis de mi doncella? ¿Dónde está el tacto, los dedos persistentes? El ciego enmudece, el inválido ensordece. La máscara a través de tus ojos, el ancla a través del torso, el sendero sobre mi corona de espinas.

Los puentes desfallecen mis ojos, la caída estimula mi mente, tu imagen perdura aun cuando camino sin sueño por la ciudad. Las calles cubiertas de sal y ceniza: terremoto impávido. Perfecta esclavitud de mis propios deseos: sortilegio incrédulo.

Mi adicción a tu silencio ha intoxicado mi juicio. Mi veneno, tu voluntad. Tu veneno, mi perdición. Tus manos me asfixian, tu cuerpo me estrangula, mi soledad me conforta. Tiempo y esperanza. Poder y utopía. Mito sin personajes, crucifixión sin agonía, dolor sin cuerpo.

Quiero que me odies, necesito que me odies… porque te amo, porque me amas. Quiero que te vayas, necesito que te alejes… para no lastimarte, para no matarte.

Hoy desperté sola en mi habitación, y eras tan perfecto… eras tan etéreo.

Kobda Rocha

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