Puntaje del Disco: 10
- Red: 8
- Fallen Angel: 9,5
- One More Red Nightmare: 10
- Providence: 8,5
- Starless: 10
El álbum. Punto y aparte.
Hablar de Red es hablar sobre todo de un hombre, de uno de los mayores genios de la historia del rock, Robert Fripp, quien fue haciendo y deshaciendo su proyecto, King Crimson, buscando en cada álbum una evolución musical que calmase, al menos durante un tiempo, su insaciable apetito creativo.
Se podría decir sin miedo que en cada uno de los discos de la banda anteriores a Red, Fripp buscaba conseguir algo para acabar llegando al sonido que logró en este álbum, un paso más hasta la que sería su cumbre artística. Cumbre que alcanzaría acompañado de la mejor manera posible, junto con los dos músicos que más caña daban con los que había trabajado nunca: el innovador, enérgico, salvaje, indomable e inigualable Bill Bruford (una de las tres excepciones a mi heterosexualidad, junto con Mick Jagger por su carisma y Fernando Torres por marcar ese maravilloso gol en la final de la Eurocopa del 2008 frente a Alem… bueno, da igual, ya escribiré sobre mis gustos futbolísticos cuando Axl Rose saque un disco solista) y el siempre fantástico Wetton como cantante y bajista (a un nivel sorprendentemente brillante, teniendo en cuenta que no tenía demasiada experiencia con el instrumento), además de esos maestros de los vientos con los que siempre contó (Mel Collins y Cia).
Musicalmente poco se puede escribir que haga justicia a esta joya. Como comentábamos antes Red recoge lo mejor de todo lo anterior al disco (si algún día me hago con el control del universo una de mis reformas, además de ilegalizar ser Phil Collins, será cambiar la forma de contar los años por “Antes de Red” y “Después de Red”, por ejemplo, ahora estaríamos en el año 40 d.R) y abre las puertas para una cantidad ingente de nuevas ideas y formas de entender la música. Se percibe, de manera multiplicada, ese gusto por lo decibélico, lo crudo y oscuro, cercano al Metal, del debut In the Court of the King Crimson, la nunca ausente influencia del jazz de In the Wake of Poseidon, el afán experimental de Larks’ Tongues in Aspik y Starless and Bible Black, el culto por instrumentos y armonías poco comunes de Islands o Lizard… y mucho más.
Red abre con la pieza homónima, una jam proto-metalera que aunque consigue hacer reventar la habitación en la que suene personalmente me parece el tema menos sugerente del álbum.
A esta le sigue uno de los bombazos, “Fallen Angel”, que lo tiene todo. Uno de los temas insignia del Rey Carmesí que usa la fórmula que nunca les falla, presentándose como una melancólica y bella balada en el verso, para convertirse en una explosión de sonido en el estribillo, a partir de unos cambios melódicos y armónicos de una pureza y de un acabado tan perfecto que hacen que la única reacción posible del oyente sea abrir la boca, mirar al cielo, y preguntarse si realmente hay algo en este mundo que valga tanto la pena como la música.
Y llegamos al, desde mi punto de vista, primer 10 del disco: “One More Red Nightmare”. Pesadilla en primera persona de un hombre en un autobús, que narra como el pobre hombre se encuentra en un avión que está apunto de estrellarse, aunque gracias a Dios el sueño acaba segundos antes. Una locura de tema que de la misma manera que “Fallen Angel” presenta un cambio casi sonado entre una parte A y una parte B, aunque en este caso en vez de tratarse de balada y griterío, la parte A sería un frenético instrumental donde brilla Bruford a la batería y la parte B algo inclasificable a la par que brillante, un verso-estribillo en el que parece que colabore Paul McCartney, con una rítmica y memorable melodía, con alguna banda de funk-metal (no estoy seguro de que exista el género, pero creo que si algún día nace sonará parecido, aunque peor, casi seguro). Magistral. Enorme.
(Como curiosidad me gustaría mencionar el extraño sonido de la base rítmica, todo el mundo que escuche con atención cae en la cuenta de algo, “Hay una batería, pero también un ruido raro, mola, pero ¿Qué narices estoy escuchando?”, este ruido no es nada más ni nada menos que un platillo barato, doblado y roto, que encontraron en un cubo de basura en el local de ensayo. El resultado es franca y sorprendentemente fantástico.)
¿Recordáis ese tema que en cada disco de King Crimson existe y que siempre se salta? Es probable que no, la banda acostumbró siempre a poner una canción experimental que, aunque siempre tenía algún destello remarcable, solía quedarse en “tostonazo pretencioso y pedante”. En Red volvieron a intentarlo y… ¡éxito! Al fin lo consiguieron, el cuarto tema del álbum, “Providence”, es la jam rara de quince minutos que no podía faltar en el disco, pero, a diferencia de las anteriores, “Providence” es una maravilla. Nacida directamente de una improvisación en la ciudad estadounidense de mismo nombre, supone un instrumental que crece y crece hasta invadir el kilómetro y medio a la redonda del lugar donde se escuche con un aura demente y lúgubre, en gran parte gracias al espectacular trabajo de David Cross al violín. David, de verdad, si existe el cielo te lo ganaste por lo que haces en este tema.
Y llegamos a “Starless”, ¡qué decir de este tema!, objetivamente puedo escribir que es seguramente lo mejor que ha sacado King Crimson, uno de los mejores temas de los 70s y un estandarte del rock progresivo. Subjetivamente puedo decir que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Cuando alguna vez he tenido una mala experiencia con alguien o algo, cojo tal cosa, la pongo al lado de esta canción, y me doy cuenta de que no tengo por qué preocuparme, pues ese algo o ese alguien no valen nada al lado de esta obra maestra (en serio, no sé si es bueno o malo, pero hago esto).
“Starless” se divide en tres partes. La primera empieza de manera sinfónica con un Fripp más inspirado que nunca dibujando frases con su guitarra sobre su amado melotrón, introduciendo a la que será la mejor melodía en forma de balada de la banda, en la que la cálida voz de Wetton y una sección de vientos, esta vez formada por un saxofón y un oboé, como segundas voces, se entrelazan para hacer flotar al oyente. La balada da paso a la segunda parte, un tenso pasaje que empieza con una conversación entre una guitarra y un bajo a los que se les une poco después Bill Bruford, de nuevo fantástico con unos breaks y unos ritmos de locos, convirtiéndose en algo así como un “¿?¿solo de caja china a fuera de tempo?¿? “ que aunque conceptualmente parezca una chorrada infumable, es una frenética maravilla.
Bueno, pasan minutos, la canción va creciendo de intensidad, estás en trance con esa locura de pasaje, la caja china es tu nuevo instrumento favorito en detrimento del piano o guitarra… pero King Crimson decide hacer un tercer cambio, y hacia los dos tercios del tema los dos saxofones deciden hacer acto de presencia y entramos en una salvajada jazzera que no acabas de saber si es caos o algo cuidado de manera milimétrica que acaba con una melodía de vientos que desemboca en un riff de guitarra que…te hace subir al cielo. Si Dios fuese un final de disco, seguramente sería este final.
King Crimson desaparecería durante unos años para después volver a aparecer en los 80s con álbumes notables muy lejanos a nivel musical de los hechos hasta Red, valdrían la pena pero serían otra cosa, con este disco acabaría un proyecto y una manera de concebir el rock. Así que solo queda dar las gracias a Fripp y compañía por esta experiencia sónica. Nunca se haría nada parecido.
¡God Bless the Crimson King!
Mauricio G.