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Top song endings

Una canción, mejor dicho, una buena canción, es un éxtasis auditivo. Es claro que la posición de una canción dentro de un álbum es muy importante, esto puede aumentar o disminuir la intensidad emotiva de la canción; sin embargo, las buenas canciones también deben poder funcionar por sí solas, independientemente de su disco y su concepto integral dentro de una obra mayor de un cantante o banda. Lo que es más, hay canciones que solitas te llevan por un mar de orgasmos auditivos en diferentes momentos (el intro, el solo, el intermedio, etcétera). En la digresión de hoy, haré mención de algunas canciones con los mejores finales que han pasado por mi rocola personal.

  1. Invocation of the Continual One de Morbid Angel. Comienzo con esta banda porque el final de esta gran pieza es prácticamente una canción completa. Su duración es de casi diez minutos, y los últimos cuatro minutos son (repito) un salto melódico completo. Al minuto 5:20 hay un corte total, se detiene la música hasta el punto del silencio. Cuando entra de nuevo la instrumentación, lo hace con un cambio de compas, de tempo, de tono, de todo. La velocidad es distinta, el motivo es otro y hasta el tono ha variado indiscutiblemente. Y sin embargo, sigue siendo la misma canción y complementa la obra con un cierre exquisito. Además, todo esto sucede con una invocación en lengua hebrea y un solo de los mil diablos. ¡Una chulada de rola!
  2. Deliverance de Opeth. Ésta es una canción que tiene una cantidad insospechada de cambios rítmicos y melódicos. De pronto es muy acústico, luego muy agresivo, muy rápido y después lento, guturales, voces limpias, solos y adornos por aquí y por allá. En fin, algo en lo que esta banda se ha especializado magistralmente. Esta canción, que es un buen resumen del trabajo conjunto de Opeth, tiene además un final impresionante. Un ritmo único contrapuesto entre sí: mientras la línea rítmica es pausada, grave y lenta, la línea melódica es veloz, aguda y continua; luego viene el sentido inverso y los roles van y vienen continuamente. Un final con un mismo ritmo de tres minutos que no cansa, no aburre, y al término uno quiere más y más.
  3. Frozen Memory de Dark Lunacy. Otro final que bien podría ser una canción completa. Justo a la mitad del track comienza lo que uno, ingenuo en su primera escucha, interpreta como el intermedio de la canción. Pero la sorpresa es que ya es el final. Un vuelco de lo agresivo, rápido y oscuro a lo pasivo, armónico y complejo. Comienza un ensamble coral de voces femeninas al cual se le suma eventualmente la presencia de la voz masculina, en susurros, gritos, guturales y todo cuanto ha sido ingeniado para reforzar esta gran pieza. Es un contrapunto bellísimo aunado a una progresión sonora tan bien compuesta, ensamblada y ejecutada que uno simplemente agradece estar vivo para poder escuchar tal magnificencia.
  4. Apology for Pathology de Haemorrhage. El último track del disco homónimo a esta canción. El género de esta banda es de esos demasiado acelerados, llenos de brutalidad; pero esta última canción baja sus niveles de velocidad aunque no por ello deja de ser feroz. Y al final de la canción, cuando parece que ya todo terminó, comienza una revisión del soundtrack de NekRomantik. No sólo la adaptación musical es pertinente y acertada, sino también la intención. Esa imagen que automáticamente viene a la mente del necrófilo masturbándose mientras se apuñala a sí mismo; el semen y la sangre brotan incontrolablemente a la par, confundiéndose el uno con la otra; luego, la eyaculación y el suicidio llegan a su respectivo final; la muerte y el orgasmo han llegado juntos. Así es este gran final de esta gran canción de este gran disco de esta gran banda.
  5. The Satanist de Behemoth. Una obra maestra de principio a fin. El final tan catártico sólo es comparable con el intro tan impactante. Los tonos generales de la canción son la representación perfecta de los sonidos luciferinos más altivos. La filosofía lírica, la fuerza vocal, la firmeza instrumental, todo está puesto en el lugar exacto para formar una pieza digna de honores y alabanzas. Y aún hay más, porque el final es tremendamente desgarrador e inclemente. Primero, el grito develador “I am the great rebellion!”. Después, el solo… uno que no tiene descripción, debe ser escuchado y punto final.
  6. Alegoría de Ultratumba. Esta banda es una de esas pocas que no han cometido un solo error en toda su carrera, tiene acierto tras acierto en cada álbum nuevo que componen. Liderado por Lorenzo Partida, este súper grupo ha sido sede de grandes músicos, tales como Víctor Baldovinos, Alejandro González, Iván Ramírez, Antonio Tenorio, Arturo Huizar, Ricardo III, Sergio Burgos, Juan Partida, Javier Partida, Julio Márquez y Gerardo Lugo. En esta canción se demuestra a toda magnitud la calidad de estos grandes talentos mejicanos. El recorrido es maravilloso desde los primeros segundos del track, la letra profunda y poética como siempre a manos de Lorenzo Partida y la música explotando el talento de todos los involucrados. Al llegar al final uno ya está satisfecho con el gran trabajo musical que tuvieron a bien desarrollar estas grandes personalidades; y, sin embargo, no ha terminado aún, ellos ponen en decreto que tienen mucho más que ofrecer y lanzan un solo sobre una alteración del tempo y el compás seguido de una reordenación del coro, además de una aparición totalmente inesperada del barítono Roberto Ramírez, lo cual agrega el ingrediente final para esta gran obra maestra.
  7. Hasta que te conocí de Juan Gabriel. Éste es el pilón. Nomás pa que vean que se debe ser ecléctico. Y es que ¿quién no se emociona con el final tan estruendoso, tan lleno de emoción y sentimiento? Después de una intensidad lírica y vocal por parte del divo, llegan las trompetas casi como caídas del cielo anunciando el apocalipsis. Baile, llanto, emoción y mariachi. ¡Quién me va a decir que no es un final digno de esta lista!

Kobda Rocha

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Tela de araña

Creer sospechas y negar verdades es lo que llaman en el mundo ausencia, fuego en el alma, y en la vida infierno.

Lope de Vega

Toda mi vida ha estado llena de mentiras. Todo el mundo me ha engañado siempre. Tanto se me ha mentido que al día de hoy difícilmente logro distinguir entre la verdad y la falsía.

Mis padres me dijeron que yo era un niño especial, que era único, que era el mejor hijo que pudieran haber tenido, que estaba destinado a la grandeza, que mi felicidad era su felicidad, que yo podría lograr cualquier cosa que me propusiera, que ellos estarían allí siempre que los necesitara, que yo iba a realizar todos mis sueños. Mis padres fueron mis primeros grandes falsarios. Alimentaban mis expectativas de vida con mentiras utópicas, no he logrado descifrar para qué.

Mis maestros me dijeron que todos somos iguales, que yo tenía las mismas oportunidades que cualquiera, que no debía importarme el dinero ni la clase social, que estudiar me llevaría a hacer grandes cosas, que la escuela era un recinto sagrado, que el conocimiento y la sabiduría eran la mejor arma contra un mundo despiadado, que yo llegaría lejos si me esforzaba lo suficiente. ¡Oh, grandes embusteros, cuánto se burlaron de este pequeño idiota que creyó sus mentiras!

Mi gobierno me dijo que existía la justicia, que la ley me protegía, que no estaba solo, que le importaba mi bienestar, que lo apoyara porque él me apoyaba, que mi bandera era un símbolo de grandeza y solidaridad, que muriera protegiendo sus intereses, que era un honor ser mejicano, que era un orgullo ser mejicano, que méjico se escribía con letra capital y x intervocálica. Qué ingenuo he sido. Todos se han aprovechado de mi entrega, de mi fe. Soy el crédulo más ridículo que se ha visto desde el muro de Berlín.

Mi novia me dijo que me quería. Mi segunda novia me dijo que me amaba. Mi tercera novia me dijo que siempre estaríamos juntos. Mi cuarta novia me dijo que quería vivir y morir a mi lado. Mi quinta novia me dijo que yo era el indicado. Mi sexta novia me dijo que moriría si no estábamos juntos para siempre. Mi séptima novia me dijo que lo nuestro sí era amor verdadero. Mi exesposa me dijo que ésa era una unión hasta la muerte. Mi segunda exesposa me dijo que estaríamos siempre juntos por el bien de nuestro hijo. Mi amante me dijo que sólo íbamos a tener sexo sin que eso afectara nuestras vidas. ¡Todo fue mentira! …y yo, quedando como tonto, me lo creí.

Mis amigos resultaron impostores. Mis hijos resultaron espurios. Mis ideales, falsos. Mis convicciones, ficticias. Mis esperanzas, irreales. Yo mismo parezco engañarme a mí mismo.

¿Alguien recuerda cuando creyó odiar a su hermano por burlarse de sí? ¿Alguien recuerda cuando creyó que moriría porque acababa de fallecer su padre? ¿Alguien recuerda cuando creyó que no se volvería a enamorar perdidamente de otra persona de nuevo? ¿Alguien recuerda cuando creyó que la policía le iba a salvar la vida? ¿Alguien recuerda cuando creyó que el dinero no era la felicidad? ¿Alguien recuerda cuando haber creído en Dios? ¿Alguien recuerda cuando creyó que, en el fondo de su corazón, la gente era buena? ¿Alguien recuerda cuando creyó que tener un hijo salvaría su matrimonio? ¿Alguien recuerda cuando creyó que ir a la universidad lo convertiría en mejor persona? ¿Alguien recuerda cuando creyó que el sexo era el mayor placer del mundo? ¿Alguien recuerda cuando creyó que ese cáncer se curaría con un buen tratamiento? ¿Alguien recuerda cuando creyó que era el mejor en lo que hacía? ¿Alguien recuerda cuando creyó que esos juguetes los habían traído los reyes magos? ¿Alguien recuerda cuando se sintió muy muy feliz? Ahora, varios años después, nos damos cuenta de que nada fue verdad. ¿Ya notaron que yo no soy el único que ha vivido engañado toda la vida?

 

Kobda Rocha

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Territorio de sueños no cumplidos

«El silencio es un pez que ha mordido el anzuelo,
una mariposa herida,
un pájaro al que un depredador amigo le ha robado los polluelos de su nido.»

El silencio es una medida defensiva en contra del prójimo y sus herramientas bélicas, porque hablar es exponerse, mostrar ideas y sentires, entregarse abierta y plenamente a cualquiera que sepa escuchar con atención.

«Yo te nombro en el agua y en la tarde,
en cada rincón de nuestra casa
porque los silencios no tienen edad.»

Lilitt Tagle deposita tal intensidad en sus poemas que se antoja verla vivir, rendirse a sus piés y entregarle sangre y neuronas por igual. Lilitt se crea de una frágil estructura que escudriña entre los abismos intocables de la existencia y la penumbra inextinguible que sobrevive al natural filtro lumínico de los árboles. Fatalidad sustentable aun con tres indómitas sentencias:

1. En mis versos llevo la semilla de las cosas que viven solas.
2. Mi tallo, ahora vacío, es un volar de palomas buscando dónde hacer su nido.
3. Entre tu cuerpo y Dios, prefiero la amargura del instante de perderte: última risa intrascendente.

Komorebi es una resistencia al silencio, una declaración de letras y, por consiguiente, un ofrecimiento contundente de vida. «Tú recibes en esta entrega las luces de mi cuerpo y el pequeño fervor de todas las veces que fui virgen.»

Si consideramos que la literatura no tiene más destinatario que un lector ideal posible, entonces automáticamente uno desearía ser ese hombre de naipes, ese amante entendido que sabe escuchar, comprender e interpretar cada palabra y cada silencio.

La autora es directa, sincera, pasional, cuando escribe «He perdido todo para ser amada: la virtud, la transparencia, la inmaculada imagen de mí misma» o cuando confiesa «Rompo la isla, mi albedrío, y presumo de inocencia cuando, en verdad, soy cómplice entusiasta de tu ego». No hay hombre en esta tierra que pudiese resistir las ansias de palpitar al ritmo de sus versos. Qué promesa, advertencia acaso, resultaría más sensual que ésta: «Desataré tu risa, cambiaré el matiz de tus sentires, la ecuación de la edad será otra.»

Es importante mencionar que el fuego encendido por Tagle no es un incendio pasional que arrasa bosques y ciudades por igual; es, en cambio, una fogata controlada, madura, que arde y calienta pero también disminuye a voluntad; es un fuego donde se pueden asar bombones o quemar brujas según las exigencias de la autora en cada poema. El ánima de Lilitt Tagle se opone rotundamente al desenfreno juvenil de amores veloces y fugaces.

«Ámame sin prisas y con la mayor calma
enredada en la misma copla donde escribes los «te quiero».
Ámame a puerta cerrada, a cielo abierto.
Desabrocha mi vestido y tarda en ello
un infinito… un bosque… una estrella…»

Komorebi es una lección de amor, de espera y belleza.

«Siempre te espero, amor,
porque de no hacerlo
sólo esperaría la muerte.»

Me queda claro que yo no puedo esperar ser abrasado por las flamas de Lilitt. Arder entre sus llamas quizá no sea mi destino, pero puedo avivar el fuego en cualquier momento a través de sus versos, pues, como ella misma lo expresa, «lo profundo es menester abrirlo por la fuerza».

 

Kobda Rocha

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Parásito Rastrero

Es momento de revelar el misterio de dios y explicar el origen de la miseria humana. Para entenderlo adecuadamente, es necesario abrir bien los ojos y desempolvar la mente de tantos prejuicios y obstinaciones. Cabe la pregunta: ¿por qué el obsequio del padre es el padre mismo? ¿Será, acaso, que no tiene nada qué ofrecer más que su propia existencia?

Su mano es un cuchillo que rebana nuestros corazones, provoca un dolor que ni mil generaciones de hombres buenos podrían soportar. Nos ha traicionado al culparnos por haber encontrado en su mirada nuestra larga agonía cuando él se esconde entre las sombras como una pantera acechando a su presa. Insensible y despiadado, permite la muerte, la tristeza y el dolor. En cada persona ha germinado un extenso océano de lágrimas. Tanta devastación no encontrará paz en la tierra ni en el cielo porque más allá de las nubes sólo habita la mentira. ¡Desclava la espina hendida en el corazón!

Degradación sistemática, laberinto de cenizas. Es culpable de habernos creado como una especie enferma, de barro y lodo, de carne y hueso, de crimen y horror. La amargura de su alma ha provocado que su frágil creación acepte sus mentiras como verdades y espere feliz el momento de su muerte. No hay sabiduría ni arrepentimiento que heredar de él, sólo un paraíso lleno de excremento donde podremos vivir eternamente como parásitos rastreros moldeados a su imagen y semejanza.

Tú eres el enfermo, eres un gusano. Posees el corazón más penumbroso que haya existido. Posaste sobre el mundo maldad y sufrimiento. Y tus hijos, tu creación desolada, finalmente están cansados de ti.

La sabiduría se le ha agotado, su bondad de a poco se va extinguiendo. Ahora es un simple parásito rastrero alimentándose de nuestra putrefacción.

 

Kobda Rocha

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Cenagoso Corazón

Me asalta repugnante penitencia

de mísera desdicha como un trueno,

posando su mugrienta pestilencia

en mi enlutado corazón de cieno.

 

Habita en mis entrañas un enjambre,

mi pecho es torbellino tempestuoso,

mis ojos han cubierto de cochambre

un légamo negruzco y pantanoso.

 

Encuentro mis sonrisas enlamadas,

mis sueños bajo charcos de pecina

y están mis esperanzas enlodadas,

bañadas de miseria peregrina.

 

Mi cuerpo troquelado con horrura,

mis manos expeliendo del marjal,

cubierta mi existencia de amargura,

mi vida es horroroso tremedal.

 

Mi alma es asqueroso atascadero,

cadáver descompuesto, mansuefacto;

mi mente es turbulento y sucio estero,

enteco, inútil leño torrefacto.

 

Flotando en vomitivos barrizales,

henchido estoy de hediondas fetideces,

hundido en apestosos cenagales,

inmerso en repulsivas sordideces.

 

Infausto, vil, aciago, y viejo guango,

tan leso de inmundicia en lo bascoso,

un rancio y ruin tarquín de limo y fango,

lo vómico en las heces de lo astroso.

 

Revuelco en gran marisma porquerías,

mefíticos desfiles de terrores,

deyecto entierro en las cochinerías

mis fétidos pesares sinsabores.

 

El día que se acabe mi existencia

y vuelva el barro al barro maloliente,

será mi negra tumba una insolencia

contra el planeta y su maldita gente.

 

Del camposanto al lodazal profundo,

sin más sepulcro que el fangal inmenso,

me hace cosquillas la maldad del mundo

y hago concomio del dolor intenso.

 

Kobda Rocha

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La especie decadente

Víctor Cota seguramente habrá creído que, si todos los profesionales y expertos de todas las diferentes áreas del conocimiento humano aceptaran abierta y oficialmente que la estupidez humana existe, el mundo sería ―si no más próspero, al menos sí― más sincero.

Es un hecho, la estupidez existe. Por consiguiente, la gente estúpida también existe. Víctor Cota tenía razón; el problema con el mundo hoy en día es que la absurda idea de que todos somos iguales, de que todos valemos lo mismo, de que todos podemos hacer cualquier cosa, es una posición recurrente en nuestro desempeño social. Y digo social porque en lo moral no estamos del todo convencidos, lo que es peor porque se ejerce una actividad sin creer plenamente en ella. Lo mismo sucede con las religiones, los partidos políticos y el cine hollywoodense; ninguno nos convence al cien por ciento, pero igual los ejercemos deliberadamente (acaso inintencionadamente).

Esto no podría ser menos que erróneo. No podemos pensar que un ciego y un mudo son iguales a un sordo y a un sidoso, y que ellos son iguales a un inválido y a un anciano, y que todos ellos son iguales a un infante y a un abogado e, incluso, a un atleta y a una prostituta. Es explícitamente obvio que todos son diferentes entre sí y, por lo tanto, deben desarrollar roles sociales totalmente diferentes. La cuestión es que nadie se atreve a decirlo ni, lo que es peor, a aceptarlo públicamente. Muchos lo piensan lo creen lo saben, pero lo reservan para sus introspecciones. Sin embargo, si alguien lo dice, aunque la mayoría esté de acuerdo, todos dirán que está mal, que no debe ser así. Todo el mundo defiende la premisa de la igualdad, aunque nadie la cree cierta.

Así como hay ciegos que se desempeñan como ciegos y obesos que se desempeñan como obesos, también hay estúpidos que se desempeñan como estúpidos. Hemos optado por llamarlos gorditos y débiles visuales o llenitos y personas con capacidades diferentes; los ancianos son personas de la tercera edad o adultos mayores; las prostitutas son mujeres de la calle o damas públicas; los pobres son personas con bajos recursos. A todos ellos se les cambia la denominación para evitar todas las implicaciones y, por supuesto, también todas las responsabilidades que pudieran suscitar para sí o para otros ―sobre todo para las instituciones políticas―, aunque ¡claro! a nosotros nos dicen que es para ser iguales.

Es bastante irónico decirle gordito a un obeso o decirle persona mayor a un anciano, sin embargo, cuando menos, se reconoce su existencia; sí, una existencia bastante degradada ―pues, como afirma Ngozi Adichie, evitar llamar negro a un negro es más ofensa para él que simplemente llamarlo negro sin dar mayor atención a ese detalle, pues la carga despectiva no está en la palabra (la cual sólo adjetiva su piel) sino en la percepción semántica que alguien tiene de ella―, pero al menos se reconoce su existencia. En cambio, los estúpidos son ignorados por completo. Y en este mundo no hay mayor barbaridad que pretender absueltamente que todo un grupo social no existe.

Imaginemos que se ignora la existencia de los criminales, que pretendemos por un día que no existe la gente malvada (aunque sepamos que sí, pero sólo pretendemos que no); seguramente sería el día en que se registren los índices más altos de delincuencia. Tal vez eso es lo que hacen los personajes que ejercen el poder político, simplemente ignoran la existencia de los pobres y ya ¡asunto arreglado!

Víctor Cota denuncia esta conducta y sugiere a los profesionales que se estudie de cerca el fenómeno de la estupidez. Entonces, uno no puede dejar de preguntarse «¿y para qué, con qué fin?» y formular conjeturas sobre las intenciones que él habrá tenido. Mi hipótesis, aunque no es la única que puedo formular pero sí es la única que quiero creer como posible ―aunque sea en mínima medida―, es la siguiente:

Divertimento puro. Diversión y nada más. Si uno viera a los psicólogos enfocando sus recursos en explicar la estupidez, no habría más opción que echarse a reír intensamente. La pobreza se ha explicado mucho, se le comprende y hasta se sabe cómo puede solucionarse; y, de todos modos, no se ha hecho nada. Lo mismo con el fanatismo, el narcisismo, el nepotismo, el cainismo, la corrupción, la misantropía y tantas otras. ¿Cuál sería, entonces, la diferencia con la estupidez? ¿Para qué serviría explicarla si, de cualquier forma, no se haría nada para solucionarla? Pues, sencillamente, para echarse a reír.

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Higaditos a la diabla

Arribar a cualquier teatro en cualquiera de estas tardes flamígeras bajo un sol canicular que todo lo vivo deja tostado y tener que esperar afuera sin árbol que gentil ofrezca sombra alguna, sin techitos ni marquesinas protectoras y sin una sola valiente nube que se atreva a entrometerse cielo arriba entre el astro rey y los pobres espectadores haciendo fila sin protección redentora contra los candentes rayos del sol emperador sería la experiencia más aterradora y horrible en que uno pudiera encontrarse, motivo suficiente para abandonar misión y marcharse a cualquiera otra actividad en tanto tenga sombrita. Pero los del Foro Doble Nueve son unos genios: apenas uno va llegando al lugar, a la banqueta, a la acera incluso a unos metros todavía lejos de la entrada, y una mano amiga se extiende ofreciéndote una sombrilla para cubrirte del poder incendiario del sol. ¡Gracias! Sin ese empático gesto, la piel de los asistentes quedaría más chamuscada que en comal.

Una vez concedido el ingreso y devuelta la sombrilla prestada, hay que subir varios pisos por un cilindro de concreto diseñado muy pragmáticamente. La escalera en caracol no permite la visión a la meta, dejando en claro que todo camino en dirección al cielo, a la gloria y a la felicidad suprema (como lo es el arte en general y el teatro en específico) no debe ser un derrotero recto, llano, simple ni aburrido. Y es por eso que uno llega brotando sonrisas y algo mareado, pero no por la escalera de caracol sino por el texto que se lee en la pared a lo largo de la subida: nada más y nada menos que las «Instrucciones Para Subir Una Escalera» del único y maravilloso Julio Cortázar.

Una vez en el familiar y acogedor ambiente del foro, es inevitable chulear la disposición del espacio y el diseño tan sencillo como fascinante; tiene ese bello encanto de las cosas simples, sin ostentosos ornamentos que distraigan la atención pero con aquel no sé qué que deja el alma atónita. Luego de entretenerse mirando la creatividad de las butacas y decidirse ya por tomar asiento finalmente, hay que hacer notar necesariamente la estructura cubista, surrealista, mecánica y geométricamente retadora que se ubica en el centro del escenario. Las imágenes proyectadas sobre las cortinas en forma de ‘V’ adquieren un orden estrafalario por los pliegues ondulados y la esquina hundida hacia atrás, a más de la figura cuasirrectangular semirromboide tipo camastro al centro del escenario que con sólo tratar de  descifrarla se va la imaginación hacia lugares inusitados. Ahora, la piel chinta y las expettivas al por mayor.

¡Y comienza la función!

La masacre del 3 de mayo perpetrada por la infantería francesa en Madrid contra los rebeldes, opositores y revolucionarios patriotas españoles fue una orden mandataria del emperador Napoleón Bonaparte en 1808. La pintura de Goya mostrando a los mártires sacrificados, detenidos por la guerra, caídos por el honor, descubre a un valiente madrileño enfrentando su destino con valor, encañonado por las armas francesas, sirviendo de bastión para sus compatriotas, dispuesto a morir por su virtud.

Y aparece Marcos Celis en escena, el vivo retrato de aquel personaje en el lienzo de Goya, como si dios hubiese tomado la pintura cual modelo y de allí moldeara al actor en carne, hueso, sangre y espíritu. Pero el rostro no viene solo, sino acompañado de movimientos asustadizos, incautos, temerosos y un discurso poético, político, portentoso y poderoso en todos sentidos. Cada palabra, cada silencio, cada mirada y cada giro de la estructura geométricamenteretadora hacen de este acto una verdadera joya de emotividad.

Una cortina se abre. Un caminar, dos larguísimas piernas, interminables. Un par de tacones altos. Un fantasma transparente. Un halo de inquietud, de incógnita, de zozobra incluso. He ahí la contundente revelación de Alice Dutailly… y con ella vuelve la batalla con lo franco, lo foráneo, lo informe del abismo.

Así dialogan los cuerpos, las miradas, los movimientos y la poesía, desfilando eternamente cual uroboros cíclico del hado inevitable que asalta a la humanidad. La guerra y la paz; la libertad y la opresión; la injusticia y el idealismo; la vida y la muerte; el miedo y la valentía; la furia y la pasividad; el hombre y la mujer; el amor y el vacío.

‘Mon Petit Hígado’ es un delicioso encolado de arte y corazón engendrado por los talentos de Bocamina Teatral. Una interpretación increíble de una obra excelente en un foro maravilloso bajo la dirección del genial Daniel Rivera Rubio, todo lo cual termina por dejarlo a uno rendidamente enamorado… ¡de todo!: de la experiencia, del espacio, de la propuesta y de la poesía. Pero, y entonces, ¿qué queda después del amor?

No se pierdan esta experiencia, y aún queda una oportunidad, pues este fin de semana, 24 y 25 de junio, serán las últimas funciones de esta obra tan sabrosona. Ya se la saben, el Foro Doble Nueve los espera con los telones abiertos en Carretera Las Bombas-La Paz Km2, Col. Adolfo López Mateos, a un costado del «Club Deportivo Terrazas», Pachuca de Soto, Hidalgo. Teléfono: 7716997572 y claro en sus redes como Foro DobleNueve

 

Kobda Rocha

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Los libros no sirven para nada

Salvo para detener la puerta cuando hace calor, estabilizar los muebles cuando el suelo está chueco, avivar la lumbre de una fogata, adornar pretenciosamente la oficina y presumir una enorme pila de textos que a nadie importará si has leído (o escrito), los libros no sirven para nada. No sirven para ganar más dinero ni para ascender de puesto, no sirven para resolver problemas familiares ni para ser popular en la escuela, no sirven para calmar el hambre ni para detener una hemorragia, no sirven para reparar el coche ni para pagar las deudas, no sirven para lavar la ropa ni para trapear el piso, no sirven para sobornar a los policías de tránsito ni para salvar a las especies en extinción. En fin, los libros no sirven para nada; somos nosotros quienes debemos servirles a ellos.

 

Kobda Rocha

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