Puntaje del Disco: 4
- The Valley: 4
- Red Carpet Massacre: 3
- Nite-Runner: 3
- Falling Down: 5
- Box Full O’ Honey: 6
- Skin Divers: 2
- Tempted: 3
- Tricked Out: 5
- Zoom In: 2
- She’s Too Much: 6
- Dirty Great Monster: 5
- Last Man Standing: 3
En el mundillo de la moda, pocas cosas son tan trágicas como un hombre de 50 años vestido como un skater. Asimismo, cualquiera se horrorizaría de ver a su padre en el boliche bailando los temas de moda e intentando usar códigos que no le pertenecen.
Una vergüenza ajena similar ocurre cuando uno se enfrenta a Red Carpet Massacre, el duodécimo álbum de los fabulosos cinco de Birmingham, Duran Duran, amos del pop sofisticado de los 80, que comenzaron a perder el rumbo a mediados de la década siguiente.
Tras el éxito de la fructífera reunión de los cinco miembros originales, que nos legó el excelente disco Astronaut, el grupo, una vez más, sufrió el desplante de su guitarrista Andy Taylor (idéntica situación ocurrió en 1985). Sin la influencia rockera del violero, el ahora cuarteto decidió sumergirse de lleno en el sonido de la primera década del siglo XXI, en un intento de renovar su sonido y presentarse como una alternativa viable para los hijos menores de sus fans originales. Para esto, reclutaron a Timbaland como productor, encargado de discos de Justin Timberlake (quien aparece como invitado en Red Carpet Massacre), Nelly Furtado, Pussycat Dolls, y demás actos pop para millenials.
Ya el primer tema del disco, «The Valley» nos advierte lo que vamos a obtener: una batería electrónica estéril, toneladas de efectos de sintetizador minimalistas, bajos procesados, una carencia casi absoluta de guitarras y, encima de todo ese pastiche digital, la voz de Simon LeBon, cantando sus melodías menos inspiradas en mucho tiempo. Lo mismo puede decirse del siguiente track, que da título al disco.
«Nite-Runner», la primera colaboración con Justin Timberlake, intenta una atmósfera neoR&B, pero naufraga en loops y vocoders que hacen la colaboración del ex NSYNC imperceptible y transforman el tema en un midtempo anodino. «Falling Down», el siguiente tema, también con Timberlake, es una balada más orgánica, con una guitarra alla John Frusciante y un estribillo efectivo. Sin embargo… ¡Timberlake sigue sin escucharse por ningún lado! ¿En qué colaboró? ¿Tocó la pandereta? ¿apretó el PLAY del sampler? Para una verdadera muestra de cómo sacar un producto decente de una colaboración con Justin Timberlake, vease «Signs» de Snoop Doggy Dog o «Love Never felt so good» en el disco póstumo de Michael Jackson, XScape.
Una balada acústica intitulada «Box Full O’Honey» recupera un sonido más clásico y nos permite soñar con una verdadera canción de Duran Duran. Pero el sueño termina apenas una pista después, cuando las palmas enlatadas y los ruiditos de teclado regresan en «Skin Divers». Y hablando de sueño, LeBon canta como si recién lo despertaran de la siesta.
Abriendo la segunda mitad del disco, «Tempted» arremete con un riff de sintetizador Trance y todo va colina abajo a partir de allí. «Tricked out» es un instrumental que no está mal, aunque suena a un MIDI de «The Chauffeur», aquel bellísimo cierre de «Rio», quizás su disco más famoso. «Zoom In» molesta con una batería y un bajo synth pulsante. «She’s too much» promete con un riff de guitarra agradable, sólo para ser arruinada a los pocos segundos con otra máquina de ritmos y un wah wah de sintetizador. «Dirty Great Monster» tiene un buen comienzo, con una batería heavy y una guitarra comandando el track, amén de un solo de saxofón hacia el final del tema. Sin embargo, no resulta una buena canción. Tampoco lo es la artificiosa balada que cierra el disco, «Last Man Standing».
Todo en este álbum suena forzado, aburrido, fuera de lugar y, ante todo, como el trabajo de dos equipos de personas que no tenían ninguna intención de grabar juntos. Se ve la oscura mano de la discográfica detrás de la producción, esa gente de traje que olvida la física del caos: si juntás un kilo del más fino caviar y un kilo del más delicioso tuco, obtenés dos kilos de una sustancia repugnante.
Camilo Alves