Los Mundos – Las Montañas (2016)

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Puntaje del Disco: 9

  1. El Color Que Cayo del Espacio: 9
  2. Re-Animador: 8,5
  3. Los Gatos de Ulthar: 7,5
  4. Lo Que Trae La Luna: 9
  5. Lemmy: 7,5
  6. Hoyo Negro: 9
  7. Horizonte de Sucesos: 8
  8. Espacio – Tiempo: 8,5

Guitarras fuertes, bajos distorsionados y melodías graves de voz son el coctel que compone a la banda mexicana de rock alternativo Los Mundos que a pesar de recién comenzar con su carrera se ganaron un lugar de privilegio dentro de lo más encumbrado del año.

Los Mundos está conformado por Luis Angel Martínez en voz y letras y el multi instrumentista Alejandro Elizondo y en 2016 se depacharon con Las Montañas, haciendo gala de su sonido alternativo, noise, denso, oscuro, delirante y psicódelico.

Con respecto a lo temático, Las Montañas, que apenas supera los treinta minutos de duración, se basa en la obra literaria de Howard Phillips Lovecraft, reconocido escritor de ciencia ficción y horror, como en algunos de sus mejores tracks que sacan su título de alguno de sus cuentos y poemas como “El Color Que Cayo del Espacio”, “Re-Animador” y “Lo Que Trae La Luna”, entre otros.

De principio a fin, Las Montañas exhibe las capacidad de esta banda por el rock alternativo intenso y apasionante, capaz de aplastarte los sesos y llevarte en un viaje inquietante, demoledor y excitante, lógicamente no es una obra para nada comercial y muchos se quedaran afuera de sus encantos que valen la pena ser descubiertos y podemos escuchar en su Bandcamp.

F.V.

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David Bowie – Blackstar (2016)

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Puntaje del Disco: 10

  1. Blackstar: 10
  2. ‘Tis A Pitty She Was A Whore: 8
  3. Lazarus: 10
  4. Sue (Or In A Season Of Crime): 8
  5. Girl Loves Me: 10
  6. Dollar Days: 10
  7. I Can’t Give Everything Away: 9

Deberíamos haberlo visto venir. Las señales estaban ahí, evidentes, apenas disimuladas. Pero no lo vimos, no quisimos verlo. Al día de hoy cuesta creerlo y aceptarlo. David Bowie estaba muriendo y Blackstar, su último disco, constituía su despedida, su epitafio, su broche de oro.

Fiel a su convicción de toda la vida de no repetirse y atreverse a lo nuevo, Bowie reemplazó a la banda con la que venía trabajando desde fines de los 90 y sólo mantuvo a su viejo amigo Tony Visconti como productor para este LP, orientado al jazz más experimental. Una movida arriesgada, cuando en el mundo de la música parece reinar un conformismo adicto a las fórmulas establecidas. Exactamente el tipo de actitud que uno esperaría de David Bowie.

Tras esbozar este nuevo rumbo al presentar «Sue (or in a season of crime)» y «Tis a pitty she was a whore» en su compilado «Nothing has changed» en 2014, el músico inglés acudió a María Schneider, vibrante compositora y directora de orquesta de jazz avant-garde, y especialmente al saxofonista Donny McCaslin. Con este nuevo escenario, el disco más oscuro y antipop de Bowie comenzó a tomar forma.

Musicalmente, Blackstar es ecléctico, siniestro, imprevisible pero, ante todo, libre. Los ejercicios desestructurados de la improvisación jazzera dieron a Bowie un telón blanco donde explayarse sin temer a duraciones, cambios de ritmo, instrumentaciones excéntricas, ni estribillos pop. El tema que da título al disco es una excursión por el estado terminal de Bowie, con lamentos, negrura, melancolía, cierta rabia y un breve momento de calma, resignación o, quizás, de bienvenida a la paz del sueño eterno.

La remake de «Tis a Pitty she was a whore» viene a mover un poco las cosas con su poderosa base rítmica, sólo para elevar el espíritu antes de la devastadora «Lazarus». El último single lanzado por Bowie antes de su final grita por todas partes lo que estaba por suceder. Escucharlo ahora es escalofriante. A sus chirriantes riffs de guitarra, y su saxofón hecho un gemido, se superpone la sentida voz del Duque desnudándose en una letra profética: «Mirame, estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no pueden verse (…) Todos me conocen ahora. Mirame, estoy en peligro. Ya no tengo nada que perder«.

Las cosas retoman movimiento con la nueva versión de «Sue (or in a season of crime)», con una voz más calma (aunque no menos expresiva) que la primera grabación, lo que acentúa el tinte lóbrego a su ya de por sí amenazadora letra, que narra en primera persona un femicidio. «Girl loves me» recupera el uso del lenguaje nadsat de los drugos de Alex, el personaje delineado por Anthony Burguess en su novela «La Naranja mecánica», a la que Bowie ya había referenciado en su gloriosa época de Ziggy Stardust. Las cuerdas son funestas, y el cántico del Duque en el estribillo son una pesadilla de la que uno no quiere despertar.

«Dollar Days» es pura melancolía y nos devuelve al Bowie baladista de piano y guitarra acústica de 12 cuerdas de los años dorados de ‘Hunky Dory’. «Si nunca llego a ver los verdes árboles ingleses hacia los que estoy corriendo, no significa nada para mí (…) Yo también estoy muriendo«, lamenta el cantante en la sombra de su registro alto, ya no tan preciso pero más emotivo que nunca, mientras se funde con el loop de batería uptempo del gran final, «I Can’t Give Everything Away». Con un poco más de optimismo, como una mano en el hombro que nos dice «no se preocupen, todo va a estar bien», David Bowie se despide de nosotros y se convierte finalmente en polvo de estrellas.

Hace unos pocos años, Mick Rock, fotógrafo del músico durante la etapa de Ziggy Stardust, sentenció: «No soy de usar con ligereza la palabra ‘genio’, pero si David Bowie no es un genio, entonces no existe tal cosa». No hay un céntimo de exageración en esa afirmación. Blackstar constituye una evidencia más. David Bowie se despidió del mundo de la única forma en la que podría haberlo hecho: con una obra maestra.

Camilo Alves

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